En 1959 Tony Richardson, estandarte del free cinema inglés, estrenó la película con el título de este post, una obra que tuvo éxito y prestigio, aunque era un poco deprimente. Su tema se centraba en las reflexiones de un músico que sabiéndose con cualidades notables no había conseguido el menor éxito. Me he acordado de esta historia porque cada vez que me encuentro con alguno de los viejos conocidos de la época de la Transición acabamos coincidiendo en la misma mirada desencantada, melancólica y con muy escasa esperanza en lo porvenir.

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Como el músico de Richardson muchos piensan que la derecha no ha tenido el éxito que, al menos en teoría, merecería. Los individuos que se dejan llevar por pensamientos de ese estilo apenas pueden hacer nada, se han hecho viejos y la vida ya no les va a dar nuevas oportunidades, pero las sociedades se renuevan y siempre cabe evitar que los errores se repitan, algo nada fácil por otra parte.

Mientras lo que se suele llamar la derecha sociológica no se implique políticamente para corregir las notorias insuficiencias de los partidos que aspiran a representarla los gobiernos de cualquier cosa a la que se pueda llamar izquierda seguirán teniendo el país a su merced

Visto desde el presente, nuestro común pasado, que gozó merecidamente y durante tiempo de una admiración general, nos suscita dudas sobre el significado de lo que se hizo en aquellos años, y cierta nostalgia nos lleva a exagerar la importancia que lo pasado tiene sobre lo porvenir. Tal vez sin demasiada razón nos representamos un contraste bastante agudo entre la España de entonces, ilusionada y con proyectos claros, con la España de ahora, sin pulso, sin ilusiones, y menos aún comunes, que se nos aparece como un barco a la deriva en el que gran parte de la tripulación repite que todo va muy bien mientras el que puede vota con los pies y se marcha, de su pueblo, de su comunidad o de su patria.

Desde 1977, la izquierda española ha estado en el gobierno un número de años muy superior al de la derecha (casi treinta años frente a veinte si considerásemos que Pedro Sánchez podría llevar a término la legislatura iniciada en 2023). Se trata de una diferencia muy significativa que no es fácil de explicar por una única causa. La mirada entristecida de los más veteranos cuando se dejan llevar por comparaciones difíciles debiera servir para indagar las razones de tan peculiar asimetría. Cuando lo hacemos, solemos coincidir en que la falta de espíritu crítico de las derechas respecto a su papel político podría ser parte importante de esa explicación.

Dilucidar este asunto exige fijarse en tres  tipos distintos de cuestiones; en primer lugar conviene tener en cuenta el decurso histórico de la democracia de 1978 para comprender algunos de los condicionantes no del todo superados que han afectado de forma negativa a la derecha sin hacerlo de manera similar en las formaciones de izquierda; en segundo lugar, hay que tener muy presente los cambios sociológicos que han afectado a los electorados, sobre todo debido al intenso cambio cultural y tecnológico, que si bien es común al mundo entero, ha tenido especiales consecuencias en España debido a la velocidad con la que se han establecido; en tercer lugar, es necesario fijarse en el estilo político de la derecha y de sus líderes más visibles porque no parece haber ayudado mucho a establecer una dinámica de éxito, determinando formas de continuidad que han resultado no ya insuficientes sino muy disfuncionales para los intereses electorales de la derecha.

Desde que, en 1975, hace ya medio siglo, el Príncipe de España, don Juan Carlos de Borbón y Borbón, fuera proclamado rey de España como Juan Carlos I por las Cortes del sistema franquista se inició un irreversible proceso de transformación política. Su objetivo fue la construcción de una democracia liberal, un sistema que había sido objeto de toda clase de censuras y precauciones durante la larga etapa franquista y que no contaba con antecedentes demasiado claros ni ejemplares. Aunque en ese momento de ilusiones casi nadie ignorase las dificultades del caso, bien cabe afirmar que, casi medio siglo después, algunos de los problemas que ha habido que afrontar, en parte todavía no resueltos, han acabado por ser más complicados de lo que se dio en suponer.

Los primeros años de la transición fueron tumultuosos, en especial debido al sostenido ataque de diversos tipos de terrorismo, pero permitieron modificar de manera profunda el futuro político de España, crearon un sistema político, la monarquía parlamentaria, en el que pudieron instalarse sin demasiadas dificultades las fuerzas básicas del sistema, una derecha que tardó en encontrar su articulación partidista más adecuada, y una izquierda, también bastante plural, en la que, de manera muy clara, pronto se dibujó la hegemonía del PSOE, el viejo partido de los socialistas audazmente renovado con diversas ayudas europeas, que muy pronto se constituyó en el centro de gravedad de la política española.

La gran batalla política que presidió los orígenes de la transición consistió en la elección entre dos formas distintas de alcanzar una democracia plena, la reforma defendida desde los gobiernos del rey y por los conservadores, y la ruptura que preconizaban los recién recreados partidos de la izquierda. La reforma se impuso, pero llevaba implícita una exigencia esencial en los designios de don Juan Carlos I a quien se denominó muy pronto como el motor del cambio. El precio que se habría de pagar era muy simple: una pronta victoria electoral del PSOE que se consideraba imprescindible, no sin buenos motivos, para legitimar en forma inobjetable la democracia y a la propia monarquía.

La derecha no tuvo otro remedio que aceptar este guion histórico del que unos fueron más conscientes que otros. Sus dos primeras victorias electorales, la de 1977, que permitió aprobar la Constitución, y la de 1979, no tuvieron casi ninguna posibilidad de ser seguidas por una tercera: la dimisión de Adolfo Suárez y la crisis de la UCD, que acabó por ser terminal en 1982, solo se pueden entender con claridad en este contexto. Sea como fuere, asunto de competencia de los historiadores, como consecuencia de esos acontecimientos fundacionales del sistema de 1978, la derecha se vio privada de un desarrollo orgánico normal y esa anomalía afecta todavía hoy a sus formaciones políticas.

Para la derecha política, la ausencia de una cultura política liberal, de unas tradiciones distintas al modo autoritario de gobernar que había creado escuela, resultó una grave rémora a la hora de organizar y dirigir los nuevos partidos que, empezando por Suárez, pronto se vieron seducidos por una tendencia a exagerar el valor del liderazgo y la importancia de la disciplina, características funcionales que han impedido un desarrollo normal, desde abajo hacia arriba y no al revés,  de fuerzas que, por más que presumiesen de populares han tendido a ser poco más que un pequeño grupo de familias políticas que compiten en la oscuridad por el liderazgo, entendiendo que esto y su oposición a las izquierdas sería suficiente para obtener el poder en las urnas. Ya se ha visto que muchas veces eso no ha sido así, y bastaría con pensar en el reciente fiasco de las elecciones generales de 2023 para certificarlo.

El análisis de esta peculiaridad resulta imprescindible para poder entender cómo ha sido posible que la derecha no haya sido capaz de conseguir una mayoría electoral suficiente para poder formar gobierno en julio de 2023. Es difícil imaginar una coyuntura más favorable para el cambio político que la que se produjo en esa fecha y, sin embargo, contra una enorme abundancia de pronósticos y encuestas que lo hacían poco verosímil, el PSOE consiguió una nueva investidura.

No son pocos los que piensan que la derecha sólo conseguirá el gobierno cuando la peculiar izquierda que nos gobierna haya conducido al país a una debacle completa que conduzca a que el electorado se tema que de no cambiar de gobierno España correría el riesgo de entrar en un trance agónico. Buena parte de la derecha política parece compartir esa idea y por eso acude con frecuencia a afirmar que tales circunstancias ya se han producido, pero no basta con que los políticos afirmen tal cosa, es necesario que sean los ciudadanos quienes se convenzan, y ese ritmo distinto a la hora de apreciar la realidad política, entre ciudadanos y políticos del centro derecha, ha causado muchas decepciones. Así ocurrió en 1993, casi pudo ocurrir en 1996, cuando se preveía una victoria amplia y ha vuelto a suceder, de manera tan ejemplar como desconcertante para los poco advertidos, en 2023.

Me parece que esta reflexión que propongo es una tarea que hay que acometer y que mientras lo que se suele llamar la derecha sociológica no se implique políticamente para corregir las notorias insuficiencias de los partidos que aspiran a representarla los gobiernos de cualquier cosa a la que se pueda llamar izquierda seguirán teniendo el país a su merced y nuestro papel en el mundo que viene será cada vez menor, más ridículo e insatisfactorio. No hay que mirar el pasado con ira, pero no se puede vivir sin esperanza y en esa deprimente situación estamos ahora mismo una parte muy significativa de los españoles.

Nota: las ideas de este escrito forman parte de uno de los capítulos de La derecha inexistente, un libro del autor aún no concluido.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web