El vino es uno de los sectores más competitivos del mercado español. El mercado, a su vez, es más exigente: en España se ha aprendido a hacer buen vino en casi todo el territorio, y fuera también han mejorado los vinos elaborados en países que, hace décadas, hubieran provocado el gesto de rechazo de cualquier entendido.
Ante ese aumento de la competencia, el vino español ha tenido que revisar su modo de producir. Y ha dado entrada a los procesos más tecnificados y respetuosos con la elaboración del producto. Una tierra vinícola milenaria, y un sol que se esconde muy poco hacen el resto.
Lo interesante de este asunto es cómo se filtran los intereses nacionalistas, y cómo el nacionalismo es capaz de utilizar la economía para provocar un cambio cultural y, en última instancia, político
Las denominaciones de origen (DO) son un sistema de control de calidad que tiene noventa años de historia. Los sellos de calidad son un instrumento que ofrece el mercado para organizar la información y facilitar el intercambio. El sello da la garantía de que el producto ha pasado por un proceso con todas las garantías. El consumidor ahorra en esfuerzo de discriminar entre productos, lo cual le facilita la toma de decisiones. Por otro lado, si los productores logran que la DO, que no es otra cosa que una marca, se asocie a una gran calidad, obtienen la oportunidad de acceder a un mercado más amplio. Los sellos de calidad, como las marcas, son el instrumento ideal para proteger al consumidor y fomentar la innovación para mejorar la calidad y el precio.
Actualmente hay abierto un conflicto dentro de una de las denominación de origen del vino más importantes de España, si no la que más, que es Rioja. Ese sello de calidad ampara a multitud de productores de tres comunidades autónomas: La Rioja, Navarra (una parte), y Álava. Es una de las tres DO que comprende más de una región; las otras son Jumilla y Cava.
Hoy está abierto un conflicto dentro de la DO Rioja. Una parte de los productores, entre el cálculo de sus intereses y el aliento de los intereses políticos, está pensando en abandonar la marca ABRA (Asociación de Bodegas de la Rioja Alavesa), y crear una nueva marca, Viñedos de Ávila.
Detrás de esta iniciativa hay intereses puramente empresariales, pero también los hay políticos. Por lo que se refiere a los primeros, la iniciativa parte sobre todo de unos cuantos bodegueros pequeños, que creen que la DO no responde a sus intereses. Creen que la marca ampara a productores que priman la cantidad sobre la calidad, y que ellas estarían mejor amparadas por otra denominación. Visto desde fuera, es discutible por dos motivos: la calidad de los vinos de Rioja queda fuera de toda duda, y la Rioja Alavesa alberga también productores que venden botellas por millones. Pero no hay mejor juez de los intereses propios que uno mismo, y si estos pequeños bodegueros entienden que el suyo está en la creación de un nuevo sello, nada más hay que añadir.
Lo interesante de este asunto es cómo se filtran los intereses nacionalistas, y cómo el nacionalismo es capaz de utilizar la economía para provocar un cambio cultural y, en última instancia, político. David Palacios, presidente de la Conferencia Española de Consejos Reguladores Vitivinícolas, ha declarado en una entrevista que hay “un trasfondo con aspiraciones políticas más que una propuesta colectiva trabajada por el sector”.
Lo cierto es que las motivaciones vitivinícolas no están claras. Y el territorio que el Gobierno Vasco señala para la futura DO Viñedos de Álava es el mismo que el de ABRA. Viñedos de Álava, por tanto, no comprende toda la provincia, sino sólo la que está actualmente amparada por el sello de Rioja Alavesa, que no desaparece. Aunque pueda pensarse que un mismo terreno, los mismos viñedos, y el mismo sol, pueden albergar dos productores que busquen fijar características propias, no parece que la ventaja comercial sea suficiente para justificar ese paso.
De modo que tenemos que mirar a la política. Su influencia es tan clara que, al principio, el gobierno vasco pretendió que la nueva denominación fuera ‘Viñedos de Euskadi’. Para entender el trasfondo, hay que tener en cuenta la evolución del voto en Álava. Allí, el PNV ha adoptado una posición moderada, como de ex recogedor de nueces. Para una gran parte del electorado, y ante el derrumbe del Partido Popular, se ha convertido en el último valladar frente al auge de la última marca electoral de ETA.
Pero es el PNV, y tiene las mismas intenciones de transformar el país, y en concreto Álava, en lo que no es. “Allí donde dominaba la cultura española, y la gente estaba orgullosa de ser riojana y alavesa, han empezado a salir generaciones enteras que reniegan de esas raíces”, dice Ramón Rabanera, ex diputado general de Álava. La DO ABRA vincula a esa tierra a La Rioja, territorio que desborda los límites de las ansias nacionalistas.
Al País Vasco le ocurre como los Estados Unidos de América, que uno de sus nombres (las vascongadas), cuenta una parte de su propia historia. Se llamaban así, y Arnaldo Otegi lo llamaba así, vascongadas, porque ese terreno fue vascongado, es decir, vasconizado. El pueblo vascón se desplazó desde lo que hoy es Navarra, o una parte de ella, hacia el oeste. Ese movimiento fue menos intenso en lo que hoy es Álava.
La historia del País Vasco es difícil de contar desgajada de la historia de Castilla. De hecho, todavía hoy los lehendakaris, por muy nacionalistas que sean, honran el árbol de Guernica. En ese lugar las tres provincias firmaron su unión voluntaria a Castilla que, por su parte, reconocía el mantenimiento de sus fueros. Un típico acuerdo medieval. Pero es que Álava está vinculada a Castilla desde el origen del condado, con una comunión de gentes e instituciones que se mantiene hasta la fecha.
Vuelvo a recoger un testimonio recabado por este reportaje de Ander Carazo. El antropólogo Jesús Prieto Mendoza dice: «El nacionalismo tiene como eje común un pasado mitificado, una reivindicación territorial y una lengua propia. Esto no ocurría hasta ahora en Rioja Alavesa, porque ha sido un lugar de convivencia y mestizaje desde tiempos inmemoriales, y ahora está asumiendo una tendencia homogeneizadora que ha logrado implantar la cultura de prados verdes y ovejas latxas en tierra de viñedos». Según Prieto, este movimiento sería un paso más dentro de un esfuerzo mucho más amplio, que prevé incluso cambiar el paisaje.
Por eso el nacionalismo ha querido vasconizar Álava, como si el PNV quisiera revivir las grandes migraciones bárbaras del siglo V. Y por eso le otorga igual peso en la configuración del Parlamento regional, y ha hecho de Vitoria la capital.
Este es un caso limitado, que está pasando por debajo del radar de los medios de comunicación. Pero muestra cómo se puede manipular la vida ciudadana, organizada eficazmente desde hace décadas, para transformar la sociedad.