Los españoles que se ocupan de estas cosas, que no son muchos por desgracia, han podido ver el gran sentido del humor de Pedro Sánchez al carcajearse de la inocencia de Feijóo cuando manifestó que hubiera podido ser presidente y no quiso pasar por lo que Sánchez ha pasado. Puede que los votos de Bildu, Esquerra y, sobre todo, de Puigdemont, nunca hubieran servido para investir a Feijóo y eso debiera honrarle. Sánchez no ha tenido problema en venderse con tal de seguir en la Moncloa, al precio que fuere, y nunca mejor dicho.
Al obrar de este modo no ha dado ningún golpe, porque la Constitución sigue en píe, ha hecho algo que no es mucho mejor, burlarse de la Constitución, de millones de españoles y de una parte muy importante de sus votantes, pero las instituciones y los ciudadanos harán lo que crean más oportuno para saldar esa afrenta. El monto que ha de pagar está por ver, pero a fe que no ha de ser pequeño.
¿Será tan difícil conseguir que una amplísima mayoría de españoles comprenda que es hora de mirar la realidad tal cual es y no según las anteojeras de una izquierda sectaria e irresponsable?
El problema de Sánchez está en que sus vergüenzas han quedado completamente al aire, es cierto que ha mentido con mucha frecuencia y que todavía quedan algunos dispuestos a creer sus fantasmadas, pero ahora ha dado un paso fatal, porque nadie, y menos que nadie los catalanes que sientan un mínimo aprecio por las leyes y el derecho, podrá negar ya que Sánchez es un individuo muy peligroso al que han dotado de poderes inmerecidos, y esa clase de deslices nunca son en vano.
Que humille a una sociedad orgullosa como lo es la española con un sometimiento afrentoso al capricho de un personaje como Puigdemont, que se haya de sentar en Ginebra, o donde fuere, para comprobar que hace lo prometido (¿?), que promueva un indulto atrabiliario disfrazado de amnistía para tratar de convertir su personal egoísmo en grandeza y misericordia, o que espere que semejantes arrumacos transforman en catalanes civilizados y respetuosos a los separatistas y supremacistas de extrema derecha es tanto como suponer que una vez que se le han dado buenas chuletas a una fiera carnívora se va a conformar con papilla vegetal procesada.
Lo que vaya a hacer Pedro Sánchez para salir del mal paso en que se ha metido ya se verá; seguirá mintiendo, que es su especialidad, y cabe esperar que sus mentiras tengan un éxito muy decreciente; seguirá amenazando a quienes no le voten con las penas del infierno, pero alguien habrá que sepa mostrar las que estamos pasando en el cielo que dice procurarnos. Basta que cualquier español con dos dedos de frente le eche un vistazo al cuadro siguiente, que se debe al buen trabajo de Alejandro Macarrón, para que comprenda la cuesta abajo en la que el sanchismo ha metido a España, para que caiga en la cuenta de que si el aceite se compra por encima de la docena de euros (y eso mismo pasa con cualquier ingrediente de la compra), ello no se debe a ninguna maldición exterior, ni a las guerras ni a las plagas, sino al pésimo gobierno que padecemos en manos de una izquierda ignorante y enloquecida, cada vez más dispuesta a lo que sea con tal de seguir en el machito.
Lo que, sin duda, nos debe preocupar es lo que tendríamos que hacer los demás, y en este punto es claro que unos tendrán más responsabilidades que otros, pero todos la compartimos. Para empezar, no estaría de más que mejorase de manera sustancial la política alternativa que se nos ha ofrecido, tanto en el día a día como a la hora de votar. Cabe esperar que las cabezas de huevo de los partidos comprendan de una buena vez que no basta con hacer política a la contra, que es necesario suscitar esperanzas positivas y explicar las soluciones que se promoverían. Eso exige trabajo y una red política mucho más amplia y abierta que la que es usual en los partidos, entregados a dogmas que no funcionan y a estrategias que se han mostrado insuficientes.
Para los electores conservadores y liberales, que alguno hay, está siendo muy dura la comprobación de que, detrás de una movilización notable de los ciudadanos, el resultado haya sido decepcionante, tanto que ha dado lugar a que el burlador monclovita se haya hecho con la victoria que importa. También va a ser muy dura la tramitación de una amnistía que culmina la burla a la decencia y al buen sentido y que, aunque cabe esperar que no llegue a aplicarse de disparatada que resulta, estará hiriendo de manera continuada el ánimo de millones de españoles incapaces de entender que los separatistas sean unas almas de la caridad incapaces de matar una mosca y que los tribunales españoles hayan sido tan crueles y prevaricadores con semejantes angelitos y que, además, se hayan atrevido a perpetrar semejantes tropelías a los ojos del mundo entero.
Tendremos que sobreponernos a tanta infamia y decepción y saber emplear nuestras mejores armas que no serán nunca las de imitar a una izquierda a la que la democracia solo le sirve cuando encuentra la manera de engañar y vencer. Los más fogosos bien harían en meditar hasta qué punto sus estrategias de confrontación no favorecen los intereses de quien pretende acusar a los demás de aquello que ellos atesoran a lo grande, desprecio a la libertad, a la ley y al orden basado en la justicia y no en el engaño y la chapuza.
Se equivocan también quienes traten de centrar sus críticas en la persona de Sánchez, sin duda un aventurero que no duda en poner en riesgo la paz civil con tal de salirse con la suya. El responsable de todo no es Sánchez, es un PSOE que desde 2002 (declaración de Santillana) hasta ahora mismo ha venido coqueteando con una alianza contra natura con los separatistas catalanes y con los antiguos terroristas vascos. Saben que sin esa variable el voto español les puede resultar escaso y no han tenido el menor escrúpulo en llevar al extremo lo que algunos líderes más lúcidos y honestos con la socialdemocracia, jamás se atreverían hacer. Lo que en Santillana quedaba de equilibrio entre el sistema constitucional y una tendencia casi confederal ha saltado por los aires en manos de una dirección insensata. Todo lo que sea ayudar a que se recomponga una izquierda no dispuesta a desbaratar la unidad nacional para sacar escaños del separatismo será agua de mayo.
España se empobrece a paso firme bajo la batuta de Sánchez y seguirá haciéndolo con toda probabilidad mientras se mantenga en la Moncloa. ¿Será tan difícil conseguir que una amplísima mayoría de españoles comprenda que es hora de mirar la realidad tal cual es y no según las anteojeras de una izquierda sectaria e irresponsable? Lo que debería de estar por encima de cualquier discusión es que el objetivo es ganar con amplitud las próximas elecciones y que para eso hará falta algo más que la indignación que ahora parece inundar muchos corazones. Hará falta la frialdad de juicio con la que el militar avezado conquista una tierra hostil y el buen pulso del cirujano que no gana nada con insultar a ninguna excrecencia del cuerpo que tiene que salvar.
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