José António Ribeiro de Carvalho es profesor e investigador de Historia. Colaborador habitual en periódicos nacionales y regionales sobre política, ideología y enseñanza, es autor de varios libros, algunos verdaderos bestsellers, como “Bento XVI o Papa da renúncia. A Missão de um Homem do tamanho do Mundo” (2023), “Os Papas que marcaram Portugal” (2023), “Pio XII: o Papa Amigo do Portugal de Salazar” (2022), “João Paulo II: o Papa dos Afectos” (2020), “Dom Nuno Álvares Pereira: o Homem, Herói e Santo a (re)cconhece” (2019), “Fátima: Portugal e o Mundo do seu Tempo” (2017), “Salazar e Paulo VI: a relação do ditador com o primeiro Papa a visitar Portugal” (2013).
Ha escrito varios libros dedicados a los Papas y la Iglesia. ¿Qué hace único a Benedicto XVI?
Después de escribir varios libros dedicados a los Papas del siglo XX, concretamente sobre Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II y Francisco, es imprescindible mencionar que Benedicto XVI destaca como uno de los Pontífices más notables, especialmente por lo que fueron sus incesantes luchas por la Fe, la decencia y la moralidad. Luchas en las que se distinguió, desde los primeros días de su vida hasta los últimos, con el título de Papa Emérito.
Benedicto XVI luchó contra la dictadura del relativismo, luchó por la verdad, luchó por la transparencia en la Santa Sede, defendió la Familia y la Vida. En definitiva, fue un Papa valiente, un Papa de la renuncia
Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, es uno de los grandes nombres de la Iglesia, un hombre culto, de profunda inteligencia y una fe estoica que es importante conocer. Forma parte de la historia y es la historia misma. Nadie puede escribir la fascinante historia del siglo XX y comienzos del siguiente sin mencionar al Papa alemán.
Héroe para unos, villano para otros, el hombre que presidió el Papado entre 2005 y 2013 sorprendió a unos y enfureció a otros. Inspiró y provocó a partes iguales, tanto dentro de la Iglesia como en todo el mundo, sin dejar a nadie indiferente. Fue, en definitiva, un excelente luchador y batallador. Fue uno de los últimos cruzados del siglo XX, con una clara proyección para nuestro convulso siglo XXI.
Murió el último día de 2022, el 31 de diciembre. Tenía 95 años. Se le considera el Pontífice más anciano de la historia. Un año después de su muerte, el mundo se preocupa por analizar su legado para la Historia de la Iglesia, pero también para la Historia de la Humanidad, especialmente para este Occidente cristiano nuestro, que durante años ha abandonado el legado de nuestros antepasados en la defensa de la Civilización Cristiana Occidental. Una lucha a la que todos estamos llamados y que Benedicto XVI nos inspira.
Hace poco se publicó que el Vaticano había decidido retirar todos los símbolos de Benedicto XVI de las casullas litúrgicas de la Santa Sede. La noticia fue desmentida, pero está claro que Benedicto XVI sigue generando controversias. ¿Por qué resulta tan incomoda su figura?
Porque hay que darse cuenta de que Benedicto XVI no es, ni ha sido nunca, un hombre de consensos. Más bien, Benedicto XVI ha sido siempre un hombre de rupturas y de causas, causas a las que se dedicó como misiones de vida y por las que estuvo dispuesto a sacrificarse. Lo hemos visto, por ejemplo, en la lucha contra la dictadura del relativismo; en la lucha contra los abusos a menores por parte de miembros del clero; lo hemos visto en la defensa de la vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; lo hemos visto en la defensa del legado cristiano occidental, en los momentos más variados.
Los medios de comunicación se esforzaron mucho en presentarnos a Benedicto XVI como un hombre antipático y alejado de la gente, pero esto no tiene nada que ver con la realidad.
Benedicto XVI era un Papa muy querido. Desde el momento en que fue elegido en 2005, se inició una campaña mediática internacional difamatoria contra el hombre, el cardenal y el Sumo Pontífice, que parecía querer destruir su imagen y su figura. No sólo por parte de los enemigos de la Iglesia, sino incluso desde dentro.
En general, sin embargo, y como pudimos comprobar en las horas y días posteriores a su muerte terrenal, excluyendo algunos prejuicios mezquinos por parte de ciertos sectores, la gente admira y respeta en general la figura de Benedicto XVI. Las redes sociales, por ejemplo, se llenaron de homenajes al Papa fallecido.
Subrayo, sin embargo, que no recuerdo haber visto nunca a un Papa tan insultado por los medios de comunicación como lo fue Benedicto XVI, que con la misma fe desbordante de alegría, ¡siguió proclamando la Buena Nueva de Cristo Resucitado! Pero también recuerdo el excepcional viaje del Papa a Portugal, por ejemplo en mayo de 2010, y el ímpetu que el Santo Padre recibió en su imagen, a los ojos del mundo, cuando estuvo en Fátima, en el Santuario de Nuestra Señora. Y en las ciudades de Lisboa y Oporto, con varios centenares de miles de católicos en las calles para acompañarle y saludarle efusivamente.
También se quiso ensuciar su imagen con distintas polémicas.
El pontificado de Benedicto XVI, como toda la sociedad de la época, estuvo marcado por grandes tensiones y cambios imprevisibles. El propio Papa fue víctima de duros ataques tanto desde dentro como desde fuera de la Iglesia. Y ante estos ataques, la respuesta del Papa fue siempre clara: Un Papa que sólo recibiera aplausos tendría que preguntarse si no estaba haciendo algo mal, porque en este mundo el mensaje de Cristo es un escándalo, empezando por Cristo mismo. Siempre habrá contradicción y el Papa siempre será signo de contradicción.
En este aspecto de polémicas, alimentadas por poderosas maquinarias mediáticas y basadas en la manipulación, recordemos que Benedicto XVI siempre ha sabido afrontarlas con estoicismo ejemplar y sin doblegarse en lo esencial: la autenticidad del mensaje evangélico y de la doctrina católica.
Antes mencionaba que Benedicto XVI se enfrentó a los abusos por parte de miembros del clero, sin embargo, de nuevo la imagen vendida por muchos medios fue la de un encubridor.
Respecto a los abusos sexuales en la Iglesia y su necesidad de “purificación”, Benedicto XVI asumió los errores como un grave pecado de la Iglesia, reconociendo en público, y con una franqueza sin precedentes, que los “peores ataques contra la Iglesia vienen de dentro, de los pecados de los miembros de la Iglesia”.
El caso de Irlanda fue paradigmático de la campaña orquestada para crear y alimentar un auténtico “pánico moral”, como si todos los católicos fueran culpables y no tuvieran derecho a la defensa. El 19 de marzo de 2010, Benedicto XVI publicó el magno documento de la carta del Papa a los católicos de Irlanda. Aunque el documento estaba dirigido a Irlanda, se leía desde una perspectiva general y representaba una respuesta clara y frontal de Benedicto XVI al drama de los abusos a menores en todo el mundo. Todo el texto de la carta mostraba la “contrición”, el remordimiento y la vergüenza del Papa. Ratzinger exigió a los sacerdotes responsables de los abusos que asumieran sus responsabilidades ante Dios y ante los tribunales, sin escatimar críticas a los obispos.
También es importante señalar que los atroces ataques contra Benedicto XVI no tenían nada que ver con una preocupación por proteger a los niños, sino con el odio de ciertos sectores que querían destruir la llamada “ortodoxia de Benedicto XVI”. Una perturbación que surgió contra este Pontífice por el hecho de ser católico, y no un “progresista moderno”. En este caso, como en tantos otros, es evidente que Benedicto XVI ha cargado con la responsabilidad de errores que todos sabemos que no fueron suyos. Pero, a día de hoy, y mientras no se demuestre lo contrario, una cosa sigue siendo cierta: Benedicto XVI ha sido el Papa que más ha luchado contra los abusos y que más duro ha sido en su lucha.
Otro caso muy sonado fue el discurso de Ratisbona, sacado de contexto por la cadena Al Yazira.
Sí, el famoso discurso de Ratisbona, en el que Benedicto XVI evocó la violencia religiosa y utilizó una cita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo. Esta cita, sacada de contexto, enardeció a los círculos musulmanes, que aprovecharon la ocasión para criticar al Papa.
Benedicto XVI repitió varias veces que había sido malinterpretado y que se trataba simplemente de una cita del siglo XIV. Pero las voces de condena hacia el Papa no estaban dispuestas a escuchar explicaciones. Sólo estaban decididas a “quemar” a Benedicto XVI en la plaza pública.
Una faceta poco conocida fuera de la Iglesia es su papel como teólogo. Hábleme de este asunto.
Benedicto XVI era enorme, una mente brillante, un teólogo gigante. Fue y es, para los creyentes, un verdadero regalo de Dios para cada católico y para la Iglesia.
La convicción con la que defendía aquello en lo que creía es lo que más me hace admirarle. Su coherencia y firmeza, así como su ejemplo de fe y confianza, hacen de él un verdadero hombre de Dios. El pensamiento del Papa Benedicto es bien conocido. Conocido, ciertamente, pero no siempre comprendido. Espero que los próximos años sean un tiempo de contacto real y de conocimiento profundo de uno de los pontificados más ricos de la historia de la Iglesia. Y que desaparezca el muro invisible de nuestra incomprensión y, tantas veces, de la mera ignorancia de este hombre de blanco que nos ha dejado.
Benedicto XVI mostró el temple de un intelectual y teólogo que nunca dejó de buscar la Verdad. Tenía como lema: “Colaborador de la Verdad”. Ratzinger consideraba que su misión era hablar y actuar en nombre de la Verdad de Cristo y de la Iglesia, y no en su propio nombre.
Fue un gigante de la fe y de la razón. Fue un gigante del cristianismo, semejante a un San Agustín, al que estudió con esmero, o a un Santo Tomás de Aquino. Puso su vida al servicio de la Iglesia universal y habló, y seguirá hablando, al corazón y a la mente de los hombres con la profundidad espiritual, cultural e intelectual de su Magisterio. También desempeñó un papel fundamental en el Concilio Vaticano II y en los debates teológicos a lo largo de las décadas. Un legado al que debemos prestar más atención.
Benedicto XVI “revolucionó” la historia de la Iglesia con su renuncia al Papado, esto también es excepcional.
Sí, Benedicto XVI fue un Papa que revolucionó y que incluso renunció. Fue acusado de ser un Papa conservador. Sin embargo, su humilde gesto de renuncia fue revolucionario.
Cuando, el 11 de febrero de 2013, el mundo se vio sorprendido por la decisión de Benedicto XVI de renunciar, la Iglesia se quedó de nuevo sin Papa. El amor de Benedicto XVI por la Iglesia era tal que estaba dispuesto a renunciar a su cargo y marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia. Suscitó aplausos, pero también perplejidad. Aunque no se trata de una decisión sin precedentes en la historia de la Iglesia -recordemos que en plena Edad Media hubo Papas que renunciaron, sobre todo en los siglos XI y XII-, la renuncia del Papa alemán resultó sorprendente.
En lo inmediato, sin embargo, prevaleció un sentimiento casi de admiración por una renuncia tan humana. Subrayar la humildad mostrada por el Pontífice y darse cuenta de su fragilidad personal no permite ignorar su gesto. El Pontificado de este conservador fue revolucionario en su inicio y en su final, con una renuncia que todos sus predecesores más cercanos consideraron, pero ninguno de ellos tuvo la audacia y el coraje de realizar.
En este sentido, hay que darse cuenta de que quienes supieron entrar y estar al servicio de la Iglesia, como Ratzinger durante décadas, también supieron salir. Y Benedicto XVI supo irse. Entre otras cosas porque sólo los que resisten la tentación de hacer suyos los ministerios en la Iglesia, ya sean ordenados o laicos, pero también institucionales o políticos y públicos, los ejercen bien. Los ministerios requieren libertad y desprendimiento. Y Benedicto XVI supo mostrar esta libertad y desprendimiento. Desde esta perspectiva, Benedicto XVI no fue un derrotista, sino un resiliente muy consciente. Se fue, a los ojos de los creyentes, por la puerta grande y con la dignidad de los verdaderos hombres de carácter a los que se califica de “magnos”. En este sentido, su dimisión no fue un gesto de debilidad, sino de humildad. Y, sobre todo, de libertad. Y uno sobre el que deberíamos reflexionar y emular en nuestras propias vidas.
¿Cuál es el legado de Benedicto XVI?
Es difícil clasificarle, pero al mismo tiempo es imposible ignorarle. Con cierta distancia, el tiempo probablemente arrojará algo de luz sobre su figura. Luz y serenidad.
Pero Benedicto XVI nos deja varios legados. El legado de que las misiones hay que cumplirlas y continuarlas hasta el último aliento de vida. Y Benedicto XVI las cumplió siempre con los pies en la Tierra y la mirada en el Cielo. Para sí mismo, por supuesto, pero sobre todo para la Iglesia y para la humanidad.
No tuvo miedo de hablar y actuar contra la “dictadura del relativismo” y de proponer una Fe racional. Siempre en diálogo con todos, incluidos los no creyentes. Para Ratzinger, el gran debate de nuestro tiempo no es político ni económico, sino moral y cultural, sin olvidar el aspecto religioso. Es un conflicto entre dos visiones del mundo: la visión de quienes creen que existen principios y valores morales inmutables, inscritos por Dios en la naturaleza del hombre; y la visión de quienes sostienen que no hay nada que sea estable y permanente, sino que todas las cosas son relativas al tiempo, a los lugares y a las circunstancias.
Benedicto XVI sirvió para llevar la doctrina de Dios a las cuestiones problemáticas del mundo moderno: la relación entre fe y razón, ética y ciencia, religión y política. Para él, las cuestiones morales, éticas, culturales y de civilización importaban más que las económicas y financieras, sobre todo en este presente convulso en el que vivimos en crisis. Hay una gran carencia de moral en nuestra sociedad e instituciones enfermas.
Supo ser un líder en todos los momentos de su vida. Nunca buscó su propio bienestar. Más bien se preocupó por los demás y por servir, mientras muchos se aprovechan de los lugares que ocupan. Benedicto XVI nos muestra que sólo sirvió y, más que eso, aunque se equivocó algunas veces, siempre tuvo la intención correcta. Es un ejemplo a seguir, sobre todo en tiempos de vides, trucos y veletas.
Una de las grandes lecciones de Benedicto XVI, si no la mayor, es la humildad, saber estar cuando hay que estar y saber dejar de estar cuando llega el momento.
En pocas palabras, el mayor legado de Benedicto XVI es mostrar que debemos sentirnos honrados por el rico patrimonio de la civilización cristiana occidental. Una herencia que todos debemos mantener y preservar para las generaciones futuras que garantizarán este Occidente cristiano nuestro, que está siendo atacado todo el tiempo, especialmente en nuestra actual Europa descristianizada.
Luchó contra la dictadura del relativismo, luchó por la verdad, luchó por la transparencia en la Santa Sede, defendió la Familia y la Vida. En definitiva, fue un Papa valiente, un Papa de la renuncia, un Papa querido, y, al mismo tiempo, fue un gigante del cristianismo, un gigante de nuestro tiempo, el Papa Maestro, el Papa “Magno” y el Papa Teólogo. Casi podríamos decir que fue el último cruzado de la Cristiandad y que deberíamos conocerle e imitarle en su virtud principal de servir.
Foto: Catholic Church England and Wales.
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