Estamos programados para estar alerta ante todo lo que puede ir mal. Eso vale para estar preparados ante el ataque de un león, pero lo llevamos a nuestra vida personal e incluso al modo en que miramos la sociedad en que vivimos. Los políticos nos advierten de los males sociales porque es lo que queremos oír, que todo está mal para consolarnos con la idea de que, alertados sobre los problemas, estamos preparados ante ellos.
Cuando miramos, ¡ay!, a España, hacemos lo mismo. Nos fijamos en todos sus males, en las amenazas que se ciernen sobre ella, y no sobre sus fortalezas. España es como un viejo olmo en una tormenta. Se agita con fuerza, sufre los vaivenes del viento, pero se mantiene bien enraizada a la tierra. Y para ser justos con ella, con nosotros mismos, tenemos que ver tanto sus amenazas como los recursos con que cuenta para enfrentarlas.
Una de las fortalezas de nuestra sociedad es cuán extendida está la propiedad de la vivienda. Según la Encuesta de Condiciones de Vida de 2017, el 76,7 por ciento de los hogares tiene vivienda en propiedad. Los datos de Eurostat son diferentes, aunque no mucho, y nos sirven para hacer comparaciones con el resto de economías de los países miembros. Son diferentes, porque su criterio es otro: porcentaje de la población que vive en una casa propia. Así, según la oficina estadística de la UE, el 77,1 por ciento de la población española vive en una casa propia, por el 70,0 por ciento del conjunto de la Unión Europea.
En las economías más avanzadas por lo general el porcentaje de personas con casa propia es notablemente menor
Es curioso constatar cómo en las economías más avanzadas por lo general el porcentaje de personas con casa propia es notablemente menor. Si escogemos los países con mayor renta per cápita, sus porcentajes de propiedad de la vivienda son: Luxemburgo, 74,7 por ciento, Irlanda, 69,8 (2016), Países Bajos (69,4), Austria, 55,0, Dinamarca, 62,2, y Alemania, 51,4 por ciento.
Este predominio de la vivienda en propiedad tiene efectos positivos y negativos sobre la sociedad. En el caso de España, dado que tradicionalmente el mercado de alquiler ha estado mal regulado y ha funcionado mal, la situación ha limitado la movilidad geográfica de los trabajadores, lo que ha hecho aún más rígido el mercado laboral. Es cierto que se ha ido liberalizando el mercado del alquiler, lo cual ha mejorado la situación.
Por otro lado, la apuesta de las familias españolas por la propiedad inmobiliaria hace que invirtamos menos en otro tipo de capitales, como en acciones de empresas, que a largo plazo son más rentables (en términos generales), no exigen una cadencia obligada de ahorro, y resultan también más líquidos. Además, si la inversión en el capital de las empresas estuviese más extendida, habría probablemente una mejor comprensión sobre cómo funciona el sistema económico.
Pero el hecho de que la propiedad de la vivienda esté tan extendida en España cumple funciones de gran importancia. A largo plazo, ante la larga y agónica, pero inexorable muerte del sistema público de pensiones, la única defensa de las familias es el patrimonio. Y aunque la vivienda no es el único ni necesariamente el mejor modo de construirlo, sigue siendo importante. Mientras, la posesión de la vivienda es un escudo ante un posible aumento en el precio del alquiler; es decir, en la renta que generan las viviendas. Y, en general, es también un valladar ante los vaivenes de los ingresos.
La propiedad de vivienda, aunque sea parcial porque aún se deba una parte, está relacionada con una mayor acumulación de riqueza
Por otro lado, la inversión en vivienda fortalece la adopción de los comportamientos que favorecen el ahorro. La compra de vivienda por medio, en parte, de hipotecas, obliga al ahorro, porque fuerza a destinarle una parte de la renta. En general, parece que la experiencia de diversos países muestra que la propiedad de vivienda, aunque sea parcial porque aún se deba una parte, está relacionada con una mayor acumulación de riqueza.
También hay otro tipo de beneficios, menos fáciles de apreciar pero no menos importantes. Los barrios con mayor porcentaje de propiedad suelen tener un mayor sentimiento de comunidad, lo cual tiene efectos positivos sobre la participación en iniciativas sociales, o sobre la reducción del crimen, por ejemplo.
Por otro lado, el hecho de que en España, como en otros países, la propiedad de la vivienda esté extendida favorece que la desigualdad de rentas no sea tan pronunciada como en otros países. La desigualdad, en sí, no tiene ninguna importancia. Lo que sí es importante es la contribución de la propiedad, incluso en los hogares más humildes, a que la pobreza no decaiga en una dependencia extrema.
Pero a mi modo de ver la principal ventaja de estar en una sociedad en la que la propiedad de la vivienda está muy extendida es lo que sugería Friedrich A. Hayek. Para él, lo importante no es que haya una distribución igualitaria de los ingresos, algo que es imposible y que sólo se puede intentar sometiendo a la sociedad a una enorme violencia. Pero sí es relevante que la propiedad no esté concentrada. O, más bien, que una parte muy amplia de la sociedad sea propietaria, y como tal cuente con medios para mantener una vida más independiente. El viejo ideal republicano de la convivencia de ciudadanos independientes es más fácil cuando la propiedad es una institución diseminada ampliamente por la sociedad.
Foto: Toa Heftiba