Lo primero, lo de los parastronautas, es ya una realidad, como explico más adelante. Lo segundo todavía no es un hecho, pero al tiempo… De seguir las cosas como hasta ahora, no tardará en llegar el día en que algún ultraortodoxo de la corrección política progre sugiera instaurar una nueva sección dentro de los Premios Nobel concedidos por la academia sueca para que puedan entrar en ellos colectivos desfavorecidos, en un afán por dar nuevos pasos hacia la inclusión: un galardón que premie los logros intelectuales en el campo de la Física obtenidos por investigadores con un coeficiente intelectual varios puntos por debajo de la media de la población —léase, subnormales, retrasados mentales, según la terminología clásica aunque, en aras de la neolengua políticamente correcta, probablemente se les llame ciudadanos con déficits cognitivos.

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Tenemos el ejemplo hecho realidad de los Juegos Paralímpicos como un precedente. Si bien, al tratarse de una mera actividad que entra dentro de la sección de deportes y espectáculos, y dado que hay gustos para todo, si alguien encuentra divertido ver correr o saltar a personas inválidas, al tiempo que se le da una oportunidad de inserción social y una ilusión por la que vivir a muchas de ellas —por lo general, víctimas de accidentes que truncaron sus vidas, o de enfermedades congénitas—, pues bien está, o eso nos han contado. No deja de ser algo ridículo, y que nada tiene que ver con el prístino espíritu olímpico originado en la antigua Grecia, y menos aun si nos referimos a Esparta, algo de lo que se reirían los pueblos fuertes de muchas naciones de todos los tiempos, pero es lo que hay en nuestros tiempos. Podemos considerar en cualquier caso que, al tratarse de un mero espectáculo de entretenimiento, en nada perjudica al buen funcionamiento de la sociedad y su progreso.

Las políticas de identidad han entrado de lleno en la investigación científica, y hemos llegado a una situación en la que, no solo se hace proselitismo ideológico o adoctrinamiento en centros de investigación y universidades supuestamente neutros en cuestiones políticas, sino que se fuerza a todo investigador a seguir el redil

Hay ejemplos más aberrantes y morbosos sobre lo mismo. Ver bailar a un cojo o a un paralítico podría parecer hacer algunas décadas una situación de chiste. Hoy, gracias a los progresos sociales en materia de inclusión, existen grupos profesionales de danza para este tipo de individuos. Bueno, vale —podríamos exclamar—, sobre gustos no hay nada escrito, y es posible que a alguno de los que asisten a estos espectáculos se le salga una lagrimita de los ojos cuando vea un pas de deux protagonizado por dos bailarines en sus sillas de ruedas. Yo tengo unos gustos más ordinarios y todavía prefiero ver un ballet clásico con una coreografía al estilo tradicional, pero sobre arte hay opiniones para todo. Quedémonos en cualquier caso con lo mismo que apuntaba en el párrafo anterior: es un mero entretenimiento, y si algunos lo encuentran divertido, y además podemos ayudar a algunas personas a realizar actividades que le ilusionan, bien está también.

Uno se puede preguntar dónde está el límite de este tipo de acciones solidarias. Cabe considerar que el límite en crear oficios de integración a personas con minusvalías ha de depender de la función de ese oficio. Si el progreso de la humanidad depende de los resultados de ese oficio, si nuestra seguridad, nuestros medios de subsistencia u otros dependen de la eficiencia en la producción, es sensato poner a quienes mejor hacen tales trabajos en la realización de tales. Sin embargo, el trabajo es hoy considerado por muchos un lugar donde colocar gente para que se entretenga y se integre socialmente. Es lo que se llama “crear puestos de trabajo”; ya no es el trabajador el que crea o produce algo útil a la sociedad, sino que es la sociedad la que le crea al trabajador un puesto para que tenga unas perritas que gastar y se integre socialmente. Poco sensata la idea si se mira a los ojos de la época preindustrial, pero la situación se ha vuelto más compleja después las múltiples revoluciones industriales, y aquello de ganarse el pan con el sudor de la frente ha quedado obsoleto. Hoy trabajar, lo que se dice trabajar de verdad, lo hacen muy pocos; la mayoría viven (vivimos) del cuento. Y si de lo que se trata es de crear puestos para tener a la población entretenida e insertada en el sistema de producción y consumo, pues bien está entonces, claro, tener al mayor número de personas posibles integradas, incluyendo a personas discapacitadas.

Ahora bien, sigue habiendo límites. ¿Sería sensato contratar como bombero a un trabajador con malas condiciones físicas? A mí me parece que no, pero, si alguien cree que la inclusión no tiene límites, le deseo que cuando arda su casa le envíen a algún tullido a apagar el fuego. Este ejemplo es grotesco, y seguramente casi todos estaremos de acuerdo en que es una locura poner a una persona paralítica como personal del cuerpo de bomberos, como no sea en las oficinas. ¿Y si hacemos más sutil la pregunta y nos planteamos el tema de género en las oposiciones al cuerpo de bomberos, o policía o el ejército, de si han de ser las mismas condiciones físicas las exigibles a hombres y mujeres, incluyendo rangos de altura u otras características físicas? Ahí se tropieza con mayores contradicciones: por un lado tenemos los argumentos que manifiestan que, para conseguir una plena igualdad de oportunidades en el acceso al puesto de trabajo, no se puede exigir a las mujeres lo mismo que a los hombres, por ejemplo en cuestión de alturas. Pero, por otra parte, si nos olvidamos de los lemas inclusivos y pensamos solamente en la funcionalidad del oficio, parece que lo que debe primar son las condiciones físicas, venga quien venga a opositar a tales pruebas y, si unos pigmeos quieren conseguir una plaza en estos cuerpos, pues se los debería excluir en su mayoría por no cumplir con los requisitos de altura. Es un tema, desde luego que puede dar para muchas discusiones.

¿Y un astronauta? ¿Puede cualquiera llegar a ser un astronauta? Aquí nos vamos acercando a la cuestión original. La pregunta a plantear sería “¿para qué sirve un astronauta?”
¿Es alguien al que la humanidad le regala un puesto para que se integre y vea así colmados sus sueños de infancia, o es alguien que está al servicio de la humanidad en aras del progreso en la investigación espacial? Yo me inclino a pensar lo segundo, no creo que una sociedad sensata se gaste miles de millones de euros en proyectos solo con la intención de hacer que unos pocos individuos se sientan realizados. No, de lo que se trata es de que esos individuos, tal cual soldados de una patria llamada Humanidad, se entreguen en cuerpo y alma a una causa que puede reportar ventajas a nuestra especie. Y con tal fin, lo más sensato, lo que se ha hecho siempre, es elegir a los mejores para su función. Desde luego, ni yo ni casi nadie de los que están leyendo este artículo pasarían las duras pruebas exigibles para ser astronauta.

Pero hete aquí que unos ciudadanos de la progresía europea actual han tenido una idea: crear puestos de astronautas para personas paralíticas o con algún grado de minusvalía, los parastronautas. Audaz idea de los genios de la ingeniería social de la Agencia Espacial Europea (ESA, de las siglas en inglés; el equivalente a la norteamericana NASA en Europa). Claro, hombre, ¿cómo no se nos había ocurrido antes la idea? Alegan, no obstante, que la selección de los candidatos se hace teniendo en cuenta la idoneidad para el puesto. Lo que cabe preguntarse entonces es, si las personas con alguna minusvalía cumplen los requisitos para ejecutar su función de astronauta, por qué reservar plazas por separado para estos y por qué no compiten por las plazas de astronauta ordinarias. Y si la respuesta es que una persona con minusvalía nunca podrá alcanzar las condiciones físicas exigidas a los candidatos ordinarios, eso significará que reservando plazas a minusválidos no estamos seleccionando a los mejores, lo cual levanta ciertas sospechas de que estamos tirando el dinero inútilmente. Bien está reservar puestos a personas con minusvalías en pequeñas funciones de nuestra sociedad, pero gastarse miles de millones de euros en un programa espacial con unos pocos individuos, para hacer una representación simbólica de la inclusión social, no parece lo más inteligente.

Un colega de mi profesión, dentro de la investigación de astrofísica, cuando se enteró de la noticia de los parastronautas, exclamó que los chinos deben de estar frotándose las manos (ante este nuevo hito en la escalada de estupidez de nuestra decadente sociedad occidental, lo que les hará superarnos antes de lo que pensaban). No le falta razón. Ante noticias como ésta, uno se pregunta cuál será el siguiente paso en materia de inclusión. No voy a entrar a discutir las diversas políticas referentes a las cuotas de género, raza, minorías, etc. Hay tonterías para dar y tomar.

Creo que, siguiendo la misma lógica que la propuesta del cuerpo de parastronautas, no estamos ya lejos de que se proponga el Premio Nobel de Física para Subnormales. Al fin, ¿para qué sirve la física? ¿Para conocer las leyes de la Naturaleza, y mejor entender nuestro lugar en el cosmos, y/o derivar las aplicaciones técnicas en aras del progreso humano? Quia, eso es idea de carcas. Hoy la física es una actividad social: lo que importa no es lo que se avanza en nuestro conocimiento, que cada vez es menos —el último medio siglo no ha producido en el área de la física avances que se puedan comparar a las grandes revoluciones habidas en la primera mitad del s. XX—, sino la integración social de los investigadores, y que haya suficiente número de mujeres, o de grupos tradicionalmente minoritarios en la ciencia, para que salgan bonitas e inclusivas las fotografías de los congresos. Las políticas de identidad han entrado de lleno en la investigación científica, y hemos llegado a una situación en la que, no solo se hace proselitismo ideológico o adoctrinamiento en centros de investigación y universidades supuestamente neutros en cuestiones políticas, sino que se fuerza a todo investigador a seguir el redil.

En una ocasión, he manifestado ante la Unión Astronómica Internacional (IAU, de las siglas en inglés; máximo organismo internacional sobre investigación en astronomía en el que están afiliados la mayoría de los astrónomos profesionales del planeta) que estaban aplicando ideología política de manera sesgada, cuando no debería haber ninguna ideología política en ciencia y no se deberían excluir científicos con otras ideologías, y la contestación fue: “La IAU tiene una clara ideología sobre inclusión que tiene que ser aceptada por todos sus miembros”. Así se gastan los dineros de los ciudadanos supuestamente dedicados a la investigación científica: en promocionar ideologías políticas. Yo creo que, al igual que se hace con la Iglesia Católica, debería ponerse una casilla en la declaración del IRPF donde el ciudadano indique si quiere que parte de sus impuestos vayan a centros científicos, dominados mayoritariamente por ideologías progres, o a otros fines sociales.

Tampoco los premios Nobel son ajenos al politiqueo y a la socialización de la cultura y la ciencia. No solo premios Nobel como el de Literatura o de La Paz tienen un alto contenido de premio social más que de mérito premiado, también el Nobel de Física tiende a premiar a los muchachos excelentes (o mejor aun si es una muchacha) y bien vistos dentro de la comunidad, y no es raro tampoco que se le deniegue el premio a individuos con hallazgos extraordinarios sospechosos de alguna desviación de la corrección política. Así pues, con esta filosofía en mente de para qué sirve la física, no está demás crear institutos de investigación que reserven plazas a individuos con déficits cognitivos, por decirlo en plan fino, y sus correspondientes premios.

Es lo que nos toca vivir, es el sino de nuestros tiempos: la estupidez llevada con orgullo. ¿Solidaridad? No es este el mejor modo de ayudar a los desfavorecidos. Mejor sería construir naciones prósperas, no solo en riquezas materiales sino también culturales, pues desde la abundancia es posible ayudar a los más necesitados, mientras que desde la decadencia, empobrecimiento y alelamiento generalizados solo será posible repartir miseria.


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