«Es bueno tener una imagen del mundo tan completa como nos permitan nuestras actividades necesarias. Ninguno de nosotros va a estar mucho tiempo en este mundo, y cada uno, durante los pocos años que dure su vida, tiene que aprender todo lo que va a saber sobre este extraño planeta y su posición en el universo. Desaprovechar las oportunidades de conocimiento, por imperfectas que sean, es como ir al teatro y no escuchar la obra».

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Bertrand Russell (1930), La conquista de la felicidad.

Cosa insólita, pero las élites actuales llevan mucho tiempo sobresaliendo por sus ataques al conocimiento, ataques que les sirven de excusa, de coartada para mantener bien acotado el campo intocable de sus prerrogativas. A fin de cuentas, en las batallas promovidas para apropiarse de los bienes ajenos se ha procedido a la gentrificación cultural, es decir, se ha echado del ámbito de la cultura a los económicamente menos afortunados.

Huérfano de ideas y de proyectos ambiciosos, los hijos actuales de la izquierda reivindican cual nuevo paraíso el valor del desconocimiento. Y mientras atados a sus rebeldías de diseño caen en ese antitradicionalismo que critican en la ciencia y tecnología “no ecológicas”, en calidad de miembros de esa poderosa “comunidad de la inteligencia” pretenden que la verdadera emancipación debe pasar por imponer en las aulas el desorden cognitivo. Sustituir los niveles de permanencia por el santo grial de la transgresión; deconstruir axiomas universales desde el afán de arribar a los cielos de la incertidumbre; transmitir la ignorancia atacando los espacios ecológicos en donde anida la herencia del conocimiento; todo ello constituye el campo de sus batallas. Y, pregunto, ¿bajo esos combates ultrarreaccionarios se esconde una lucha feroz, política y cultural por parte del progretariado contra el proletariado? Quizá, pero no solo contra los miembros de la clase obrera, sino contra esa clase media que reivindica para su prole la cultura de calidad.

La falta de credibilidad que en nuestros días irradia el conocimiento es un signo distintivo de la honda crisis cultural por la que atravesamos

Curiosamente, en el colmo de los colmos nuestros líderes defensores de la inopia, ¡coherencia ninguna!, viven al margen de la ideología que predican y……………. llevan a sus hijos a centros exquisitos donde enseñan la fruta de la buena cultura, prohibida para los demás. En definitiva, no hacen lo que dicen. Y con tal de proteger a sus hijos se saltan el absurdo de la deforestación cognitiva que defienden para la mayoría.

¿Y tanta incongruencia? La falta de credibilidad que en nuestros días irradia el conocimiento es un signo distintivo de la honda crisis cultural por la que atravesamos. Y esa falta de credibilidad acompañada por la bella (o re-belle) insumisión está conduciendo a un estúpido suicidio civilizacional. “Que nadie salga sabiendo demasiado de las escuelas públicas” es el lema que guía a ciertos representantes políticos. Es por eso por lo que los “sans-culottes” de hoy lo integran, así afirmo, los “sans-connaissances”. Digo “sin conocimientos” (o sans-connaissances”) porque esos grupos que viven al amparo del poder están dinamitando el peligro (de la competencia incómoda) de las clases subalternas y, tras elogiar la imbecilidad, pactan por imponer la idiocia en las aulas. Y es que aplauden la educación como fábrica para incultos, es decir, como mercancía vacía para los futuros pobres.

La pedagogía “progresista”

«Esas incubadoras del letargo conocidas como escuelas “Progresistas”, que están dedicadas a la tarea de lisiar la mente de los niños parando su desarrollo cognitivo».

Ayn Rand (1971), The New Left.

Entretanto, la escuela pedagógica “progresista” lleva años subrayando la falta de novedad de los métodos y conceptos educativos al uso. La explicación que emplean es que esos métodos y esas teorías son una antigualla de naturaleza inútil e inservible y, además, carecen de valor. Y carecen de valor por exigir el esfuerzo, por basarse en la memoria y en el desarrollo de la lógica. Bebiendo de las tendencias antitradicionalistas de esta escuela pedagógica nuestros políticos, ellos tan posmodernos y vestidos a la última ideología, han arrojado por la borda algunas de las tradiciones más preciadas del conocimiento humanístico y científico, bajo la acusación de que el pensamiento lineal, léase “deductivo”, está obsoleto y no es innovador.

No hay duda, el izquierdismo cultural (que rara vez somete a escrutinio su propia herencia cultural) persigue destruir aquel pasado que no forma parte de su tradición y, sobre todo, aquel legado que entorpece sus intereses de dominio. Pero, ¿de verdad debemos tirar por la borda el trabajo de siglos, de hombres y mujeres por el hecho de que unas minorías despóticas lo consideren oportuno?

Acabando que es  gerundio

«En pocas palabras: los del marketing político creen que somos imbéciles (o quizá solo distraídos)».

Joaquín Leguina (2021), Pedro Sánchez, historia de una ambición.

El panorama que tenemos por delante es desolador y más cuando las aulas que pueblan universidades, institutos y colegios… se mueven en la actualidad entre la puericultura de las guarderías y la puericultura de las madrasas, es decir, entre la infantilización de los alumnos y el control represivo de los conocimientos. Recuérdese el dato reciente de la OCDE en el informe PISA de 2019: solamente un diminuto 8’7% de estudiantes de 15 años sabe diferenciar entre dato y opinión.

A estas cicutas se añade un dato preocupante. Al haberse aceptado el culto reaccionario al analfabetismo, en el seno de las instituciones docentes se han normalizado la corrupción, el fraude de las calificaciones infladas, el timo de los aprobados inexistentes. Y, peor, se ha estigmatizado la madurez intelectual. De este modo, con la no contabilidad de los suspensos se quiere esconder, enterrar, borrar los serios problemas que remiten a los niveles alarmantes de subformación juvenil.

Vistas así las cosas, se ha pasado de glorificar el arquetipo marxista de una sociedad sin clases a defender el paradigma de una cultura sin contenidos, con la falsa argumentación de que la igualdad reside en el “igual da”. ¡¡¡Menuda revolución!!!

Foto: Gratisography.


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María Teresa González Cortés
Vivo de una cátedra de instituto y, gracias a eso, a la hora escribir puedo huir de propagandas e ideologías de un lado y de otro. Y contar lo que quiero. He tenido la suerte de publicar 16 libros. Y cerca de 200 artículos. Mis primeros pasos surgen en la revista Arbor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, luego en El Catoblepas, publicación digital que dirigía el filósofo español Gustavo Bueno, sin olvidar los escritos en la revista Mujeres, entre otras, hasta llegar a tener blog y voz durante no pocos años en el periódico digital Vozpópuli que, por ese entonces, gestionaba Jesús Cacho. Necesito a menudo aclarar ideas. De ahí que suela pensar para mí, aunque algunas veces me decido a romper silencios y hablo en voz alta. Como hice en dos obras muy queridas por mí, Los Monstruos políticos de la Modernidad, o la más reciente, El Espejismo de Rousseau. Y acabo ya. En su momento me atrajeron por igual la filosofía de la ciencia y los estudios de historia. Sin embargo, cambié diametralmente de rumbo al ver el curso ascendente de los populismos y otros imaginarios colectivos. Por eso, me concentré en la defensa de los valores del individuo dentro de los sistemas democráticos. No voy a negarlo: aquellos estudios de filosofía, ahora lejanos, me ayudaron a entender, y cuánto, algunos de los problemas que nos rodean y me enseñaron a mostrar siempre las fuentes sobre las que apoyo mis afirmaciones.