Ludwig von Mises es uno de los mejores pensadores del pasado siglo. Tiene numerosas contribuciones a la ciencia económica, varias de ellas de primer orden. Pero su obra muestra que sus intereses iban mucho más allá de la ciencia económica. Esto encaja con la visión que tenía Mises de ella, pues a su juicio era sólo una rama de lo que consideraba una ciencia general de la acción del hombre.
Se esforzó por descubrir el entorno científico de la economía y de las ciencias sociales. Tanto, que le dedicó nada menos que cuatro obras. La primera, del año 1933, cuando estaba perfilando sus ideas, se titula en español Problemas epistemológicos de la economía. Luego reformuló sus ideas en su gran tratado de economía, que es también una obra de filosofía, La acción humana (1949). En Teoría e historia (1957) vuelve a exponer sus ideas al respecto de la metodología de las ciencias sociales, y especialmente de la historia. Y en 1962, con 81 años, publica Los fundamentos últimos de la ciencia económica, en que vuelven a aparecer algunos de los problemas que se plantea el estudio de la acción del hombre, como la incertidumbre, el monismo o el positivismo. Todos ellos publicados en español por Unión Editorial.
Hoy vemos un racismo renovado. Los negros piensan como negros, los mapuches como mapuches, y en el fondo del todo, los blancos, que piensan como blancos
Tanto esfuerzo destinado a pensar, con una sólida base filosófica de raíz kantiana, sobre el papel de la ciencia económica y del resto de ciencias sociales, le llevaron en su magnum opus a acuñar el concepto de polilogismo. Es una idea fundamental para entender algunas de las corrientes de pensamiento que marcaron el siglo pasado y, como veremos, nos sigue siendo útil para entender el asalto a la razón en el pegajoso siglo XXI.
Para Ludwig von Mises, el economista participa de la naturaleza de su objeto de estudio: el hombre y su acción. Ese conocimiento de primera mano le permite describir un conjunto de afirmaciones que son evidentes por sí mismas, y que no se pueden negar sin contradicción. Son los axiomas de la acción (actuar consiste en buscar fines acudiendo a medios, la acción no es instantánea y se desarrolla en el tiempo, toda acción se desarrolla con un cierto grado de incertidumbre….). A partir de ese número de axiomas, y sobre ciertos presupuestos de la acción (cómo se valoran n’ bienes iguales, o qué ocurre si sobre una parcela de terreno añadimos sucesivas unidades de trabajo), se elaboran las leyes económicas. Luego seguimos ampliando el acervo de las leyes económicas sobre nuevos supuestos, y con el apoyo de las leyes económicas ya descubiertas. Es, como se ve, un método hipotético-deductivo.
Esto es necesario saberlo, porque así podemos entender que, para el autor, el uso de la razón es primordial. En La Acción Humana dedica nada menos que un capítulo a defender la ciencia económica de lo que llamó “la rebelión contra la razón”. Una rebelión que procede de la frustración de ciertos intelectuales ante la dificultad de mantener sus ideas sobre el afilado contorno de la razón, sin que éstas queden cortadas, y descompuestas.
Así, Carlos Marx se tuvo que enfrentar a “la inquebrantable dialéctica de los economistas”. Y lo hizo rompiendo la razón en pedazos. “La razón humana, arguyó, es, por naturaleza, incapaz de hallar la verdad. No existe una razón universalmente válida. La mente normalmente sólo produce ‘ideologías’; es decir, con arreglo a la terminología marxista, conjuntos de ideas destinados a disimular y enmascarar los ruines intereses de la propia clase social del pensador”. Eso, en el caso de que se trate de un burgués, pues “las ideas que la lógica proletaria engendra no son ideas partidistas, sino emanaciones de la más pura y estricta lógica” (en palabras del marxista Eugen Dietzgen). A esta situación en la que la lógica está quebrada, en la que hay distintas lógicas que se corresponden con distintas fuentes sociales, económicas o raciales, Ludwig von Mises lo llamó polilogismo.
Así, “el polilogismo racista difiere del anterior tan sólo en que esa dispar estructura mental la atribuye a las distintas razas, proclamando que los miembros de cada una de ellas, independientemente de su filiación clasista, poseen la misma estructura lógica”.
Como señala el economista, los polilogistas nunca detallan en qué consisten estas necesarias diferencias entre las distintas lógicas, ni en consecuencia ofrecen una explicación de las mismas. Igualmente, cuando un alemán no razona como prescribe la teoría nacional socialista, los polilogistas en lugar de reconocer el fracaso de su posición dicen de él que “no habla como un verdadero alemán”. Como señala Mises, “los defensores del polilogismo, para ser consecuentes, deberían sostener que, si el sujeto es miembro de la clase, nación o raza correcta, las ideas que emita han de resultar invariablemente rectas y procedentes”. Pero, al final, “los marxistas, por ejemplo, califican de ‘pensador propietario’ a cualquiera que defienda sus ideas”, independientemente de su clase social. Por supuesto, la práctica totalidad de los pensadores marxistas resultan ser burgueses. Como los propios marxistas han roto a pedazos la razón, este hecho no supone para ellos ninguna contradicción.
Este polilogismo se renovó a partir de los años 20’. En esos años, el marxismo entró en cierta crisis intelectual, precisamente cuando sus ideas empezaban a aplicarse trágicamente en Rusia. No era ajena a esa crisis precisamente el libro Socialismo del propio Ludwig von Mises. El nazismo, sin embargo, germinaba sobre el fértil terreno del nacionalismo y del socialismo alemanes. En esa década, Karl Manheimm inició lo que se llamó sociología del conocimiento. Esta rama de la sociología, entre otros problemas, quería describir el modo en que las ideologías respondían a condiciones económicas o sociales precisas. Tú no piensas como individuo, sino que tu pensamiento es una secreción de las condiciones sociales en las que vives.
Estas excursiones de algunos filósofos por la sima del irracionalismo, o antirracionalismo, tienen una versión práctica en los debates en la sociedad en su conjunto. Lo que ha quedado en el uso común de ese polilogismo es el mecanismo de cancelación del otro porque no tiene la ideología aprobada. En Teoría e Historia, dice Mises: “puesto que los marxistas no admiten que las diferencias de opinión puedan resolverse por medio de la discusión y la persuasión, o decidirse por el voto de la mayoría, no hay ninguna otra solución que no sea la guerra civil”. Pero en una sociedad democrática, ese recurso a la guerra civil es más complicado. El polilogismo desemboca en el silenciamiento del contrario, pero tiene que ser por otros medios.
Lo interesante del caso es que el polilogismo ha encontrado nuevas ideologías sobre las que prosperar. El argumento de que tú no tienes razón porque eres judío y piensas como un judío, sin haber desaparecido del todo, ha perdido su antiguo prestigio. Pero hoy vemos un racismo renovado. Los negros piensan como negros, los mapuches como mapuches, y en el fondo del todo, los blancos, que piensan como blancos.
Así mismo, los hombres piensan como hombres. Cada uno de ellos adquiere, no está claro si por vía genética como el racismo, o puramente cultural, una concepción de la vida patriarcal. Esa concepción de las relaciones personales, de la vida en sociedad, se auto perpetúa sobre el interés común de todos los hombres de ejercer un poder sobre las mujeres. Por eso ellos piensan en patriarcado. De nuevo, aparece el polilogismo.
La ideología identitaria borra al individuo, lo subsume en un grupo al que achaca cualidades propias, que alcanzan a cada uno de sus miembros. Entre ellas está la razón propia de cada identidad (sexual, racial…). Sólo el individuo tiene la capacidad de razonar. Y, uno a uno, la razón que utilizan en sus enfrentados discursos, ha de ser la misma. El identitarismo es una nueva rebelión contra la razón.
Foto: Jurien Huggins