No hace mucho, un directivo calificó de loca a una persona. En aquel momento no sólo me pareció fuera de lugar, sino que no entendía por qué le parecía loca cuando en realidad hacía lo correcto. No tardé mucho en descubrir a qué se refería exactamente. De hecho, hoy me maravillo de la claridad del significado. Para él, loco era sencillamente cualquiera que pretendiera hacer las cosas de forma diferente.
El loco y el político
Así, loco, por ejemplo, es quien le trae sin cuidado que un petimetre de un partido político proteste airadamente al gran jefe de un diario para pedir en bandeja de plata la cabeza de algún plumilla insolente. Por el contrario, cuerdo es todo gran jefe que atiende la petición con diligencia y, además, se deshace en disculpas y explicaciones, y que le vayan dando a la libertad de prensa.
Si no inclinas la cerviz ante argumentos tan elaborados como “o te callas o te vas a la calle”, estás para que te encierren. Porque discrepar y criticar a quien tiene poder es propio de locos. Bueno, siendo sincero diré que se puede criticar, pero nunca “a lo loco”. Se ha de hacer beneficiando a un tercero que nos cubra las espaldas. Y es que hacer la guerra por tu cuenta sin tener un guardaespaldas te hará acreedor al cum laude de la demencia.
El loco y el largo plazo
Loco, por supuesto, es también el que piensa más allá del corto plazo, cuando la norma es hacerlo en el corto. No importa que, a todas luces, hacer los segundo signifique pan para hoy, pero hambre para mañana. Lo importante es el ahora, por más que sepamos que lo que hagamos hoy pueda significar un desastre en el futuro.
El caso es ir tirando. Y el que venga detrás que arree. Porque el cuerdo es un tipo listo y sabe que hoy está aquí, pero mañana quién sabe. Luego, las reclamaciones, al maestro armero.
El loco desconfiado
Loco es, a su vez, quien se atreve a denunciar los excesos de una Administración que, lejos de servir a las personas, se dedica a expoliarlas. Porque si hemos de mantener un Estado enorme al servicio de las redes clientelares y los mil y un grupos de presión que pastelean los presupuestos, pretender que los políticos no se extralimiten es estar como una regadera.
El político, por más que atienda a sus propios intereses, tiene una sabiduría inaccesible para el común de los mortales. Las personas corrientes somos por lo general demasiado estúpidas como para saber lo que nos conviene. No sabemos comer, no sabemos comprar, no sabemos invertir, no sabemos gestionar, no sabemos convivir, no sabemos votar y, en general, somos un perfecto desastre.
El loco que protesta
Es también de locos protestar cuando un concejal te dice en qué dirección puedes caminar y en qué dirección está prohibido hacerlo. En cambio, si eres una persona cuerda, sensata, inteligente y a acorde con tu tiempo, estas cosas te parecerán, más que normales, necesarias. Al fin y al cabo, se trata de evitar que los peatones colisionen en cadena con resultados potencialmente devastadores.
El loco insensible
Y qué decir de la sublime locura de quienes ven en las políticas de género, tan en boga en estos días, una excusa para incrementar el gasto y ampliar aún más las redes clientelares y también el número de académicos, politólogos y expertos que pastan en el presupuesto.
El cuerdo, que es un tipo dotado de una sensibilidad y empatía exquisitas, dispone de sesudos estudios, confeccionados por afines y subvencionados por el contribuyente, que le hacen ser clarividente. Y sus conclusiones son inapelables. Por eso tiene razón cuando afirma que no entendemos lo que debe ser una mujer en el siglo XXI; de hecho, no lo saben ni las propias mujeres. Así pues, necesitamos que nos eduquen.
El loco machista
Por supuesto, es de locos pensar que la gente, motu proprio, puede convivir, gestionar sus conflictos, llegar a acuerdos e, incluso, repartirse las tareas sin que unos abusen de otros, puesto que, en el caso de los hombres, descendemos de cazadores, recolectores y guerreros, y en nuestra impronta está comportarnos como cabestros. Mientras que las mujeres, como su raíz evolutiva nada tiene que ver con dar mandobles a diestro y siniestro, son por definición almas cándidas, seres débiles y carentes de carácter, y por lo tanto han de ser protegidas por el legislador en todos los aspectos imaginables.
El loco y el infinito
Que todas las ocurrencias de los cuerdos relacionadas con nuestro sexo puedan derivar en indeseados conflictos, discusiones y competiciones de agravios entre personas, es un daño colateral que vale la pena asumir, por nuestro bien… y por el bien de un mayor gasto público. Las posibilidades presupuestarias que ofrece la lucha contra discriminaciones infinitas son igualmente infinitas. Lo cual es maravilloso. Y hay que estar muy loco para no verlo.
El loco y la discriminación
Lógicamente, siendo todo lo anterior indiscutible, se comprende que para el cuerdo lo más urgente sea combatir la desigualdad y, muy especialmente, ese hallazgo que es la brecha salarial entre hombres y mujeres, contra la que los burócratas llevan luchando denodadamente décadas. Lo de menos es que, analizado en profundidad el presunto problema, existan claves que nada tienen que ver con la discriminación. Lo importante aquí es generar estadísticas agregadas que mantengan viva la lucha. Al fin y al cabo, como en términos absolutos la igualdad de representación es un imposible, el político podrá seguir gastando infinitamente.
La loca alienada
Que algunos hombres no entiendan los desvelos de tanta y tan bienintencionada cordura entra dentro de lo esperado; es su miedo y egoísmo lo que los impulsa a resistirse. Pero si usted es mujer y, contra todo pronóstico, le sucede lo mismo que a esos neandertales, lamentablemente será porque también usted está loca. Y, además, alienada. Pero no se angustie, el desinteresado político le prescribirá un tratamiento… a cargo del presupuesto.
Como verá, querido lector, estar loco hoy día es bastante más fácil de lo que a primera vista parece. Conviene, por tanto, extremar las precauciones. Porque si no tenemos cuidado, podría ocurrir que las magnitudes se inviertan y los locos terminen gobernando. Y no se me ocurre mayor locura que vivir en una sociedad donde las personas piensen por sí mismas y tomen sus propias decisiones. Menudo infierno para la gente que se dice a sí misma “cuerda” y vive de ese dinero público que, como todos sabemos, no es de nadie.
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