Creo que no está lejano el momento en el que Sánchez y su PSOE abronquen al personal acusándole de haber organizado una gran escandalera por una supuesta amnistía sobre la que Sánchez no ha dicho ni una sola palabra. El truco de hacer que se hable de algo sin que el presidente se haya pronunciado sobre el particular tiene muchas ventajas.

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A ver, es obvio que Sánchez ha dicho que Feijóo no logrará la investidura, que está perdiendo el tiempo y jugando a confundir, y que él si conseguirá ganarla porque España necesita y quiere un gobierno progresista y en eso no hay duda de que él es el progresismo llevado a la máxima expresión. Es claro que para que eso se produzca tienen que pasar algunas cosas, como que el líder omnímodo de Waterloo decida apoyar a Sánchez y sobre esa presunción el señor Puigdemont ha hecho su particular carta a los Reyes que demuestra no que crea en los Reyes Magos, sino que está donde está por algo, cosa de la que resulta fácil olvidarse tras tantos años de despiste.

¿Para qué hablar de la amnistía cuando ya tiene bien engrasada una cuerda de juristas dispuestos a lo que fuere si es que ha de ser?

Sánchez, mientras tanto, espera solemnemente instalado en su altísima tribuna, en la certeza moral que da sentirse superior y en su muy proclamada capacidad de resistencia, en su incoercible voluntad de poder, pero nada ha dicho sobre la amnistía, ese es un asunto en el que se entretienen sus abundantes cortesanos, con la empalagosa vicepresidenta a la cabeza, que están buscando de modo harto obsesivo hacer algo sin que lo parezca o conseguir que Puigdemont crea que lo han hecho, pero Sánchez no dice nada, aunque dé a entender que espera que todo el mundo siga el más mínimo de sus gestos. Por eso ha expulsado a Nicolás Redondo que, según él, ha menospreciado repetidamente las siglas del PSOE por haber puesto en duda la coherencia de algunas de las intenciones de Sánchez, hasta ahí llega la identidad entre Sánchez y su partido.

La ciudadanía se ha visto entretenida con un debate de muy altos vuelos sobre si la amnistía aludida es o no es constitucional y Sánchez sigue sin decir nada, pero seguro que el debate le divierte porque sirve muy bien para colar la verdadera intención de tal medida. Debatir si la amnistía es o no constitucional implica creer que estamos discutiendo sobre la conveniencia o no de ofrecer un abrazo fraternal a los valientes pero equivocados líderes del separatismo catalán que hicieron algo que no se debe hacer pero a los que podríamos perdonar para mostrar la magnanimidad de España y forzarles a reconocer la superioridad moral de la Constitución sobre sus locas intentonas.

Como dice el refrán, entre tanta polvareda perdimos a don Beltrán. Sánchez, que no ha dicho nada sobre el particular, no está pensando en lo que todos los demás pensamos porque sabe muy bien lo que le conviene y lo que busca y no se pierde en metafísicas de dudosa eficacia. Sánchez aceptará la amnistía del mismo modo que aceptaría la supresión de las corridas de toros, si el partido animalista tuviese los preciosos votos necesarios, o la reinstauración de las reválidas si hubiese un partido con seis o siete escaños que persiguiese tal medida que se les antoja benéfica. Sánchez, como en la copla, quiere el rosario de su madre y deja que nos quedemos con todo lo demás, ya se arreglará él con cualquier trapisonda que le convenga.

Por todo ello, no es conveniente que se pronuncie sobre la amnistía y no lo ha hecho, pero lo hará, sin duda, si sus emisarios y apóstoles consiguen la rendición del prófugo y ese será el momento para presentar la amnistía como el abrazo universal de la patria plural que pondrá fin a una muy perjudicial cadena de malentendidos de la que se precisa salir cuanto antes. Claro que si le exigen que la amnistía sea antes de la investidura lo mismo le acaba pareciendo que la amnistía es muy mala idea, algo que él nunca defendió, y se resigna a unas nuevas elecciones en las que espera hundir definitivamente a Feijóo.

¿Alguien imagina a Sánchez votando a favor de una ley de amnistía sin haber sido investido? Es imposible, porque cualquiera menos precavido que nuestro audaz, pero no temerario, presidente podría temer que Puigdemont con la amnistía en el bolsillo tuviese la insensata idea de darse el lujo de votar lo que fuere, y así no se hacen los negocios, hay que amarrar. La pelota siempre ha estado en el tejado de Puigdemont que puede fiarse de Sánchez si tiene muchas ganas de intentar ser el hombre nuevo que necesita Cataluña, seguro que él cree algo semejante, pero que también puede optar por marear la perdiz, vengarse del resiliente monclovita, y ganar algunos votos para su partido, que, según algún lunático del PP, es un partido de tradición irreprochable, con el ejemplo de coherencia y dureza que lo contrapone a los botiflers de ERC.

Así pues, nadie espere saber lo que piensa Sánchez de la amnistía porque lo único que le preocupa es si Puigdemont traga o no traga y seguro que ha instruido a sus edecanes para que le pinten de seda la mona al Molt Honorable, operación de cortejo que comenzó solemnemente con la visita de la vicepresidenta, tan cariñosa, elegante y simpática. Para Sánchez el no de Puigdemont no será nunca una buena noticia porque se le habrá escapado la ocasión por los pelos, pero seguro que tras el posible fracaso del experimento tendrá una doctrina bien preparada sobre las razones del chasco: al fin y al cabo, dirá, ha tratado de convencer a un reaccionario de lo buenísimo que sería para él refrescarse con las aguas sanadoras de un gobierno progresista, feminista, ecologista, inclusivo y dispuesto a reconocer lo que pueda hacer falta. Que sepan los catalanes que nadie va a hacer tanto como él por reconocer la singularísima singularidad de Cataluña, la hidalguía de sus gentes, etc. no vaya a ser que se le escapen algunos de los votos prestados en esa nobilísima parte del planeta.

Sánchez no habla de la amnistía, ni siquiera piensa en ella, no pierde el tiempo, ya se encargarán otros de vestir el muñeco si llegase a ser necesario una vez de nuevo en la Moncloa, nunca antes, por descontado. Lo que hace Sánchez es retratar de continuo al adversario vistiéndolo de las galas más oportunas para merecer el rechazo de las almas bellas, de los progresistas de todas las obediencias. Quienes critican al poder ungido por el voto popular son golpistas, involucionistas, malos patriotas, gente egoísta y soez, antiguos, personas deseosas de acabar con las mujeres, los animales, con la Tierra misma, negacionistas como son de la emergencia climática que nos aflige y que nos afligiría más aún si cometiésemos el error de retroceder por esa senda oscura y tenebrosa a la que nos llevaría el resentimiento fascista, el odio al progreso, a la igualdad, que ha de ser compatible con la diversidad catalana, faltaría más,  etc. etc.

¿Para qué hablar de la amnistía cuando ya tiene bien engrasada una cuerda de juristas dispuestos a lo que fuere si es que ha de ser? París, bien vale una Misa, sí señor, y mientras tanto que nadie se fije en lo que de verdad estamos haciendo que lo mismo se complica todo y la derecha se viene arriba. Es mucho lo que está en juego repite a sus asesores, no os desviéis de la línea que falta poco para llegar de nuevo a nuestro particular Eldorado, así que lejos de nosotros la funesta manía de pensar.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web