Escocia ha aprobado una ley contra el odio. Bien está. El odio es un sentimiento que duele a quien lo alberga, le nubla la razón y le prepara para una acción ofensiva. Aunque, puestos a aprobar leyes contra realidades humanas que nos incomodan, ¿por qué no aprobar una ley contra la pobreza? “A partir de la aprobación de esta norma, se acabará la pobreza en el país”. Y problema resuelto.

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Bien, quizás no sea tan sencillo. Detengámonos un poco en qué consiste una ley de delitos de odio. El odio es un sentimiento; regular los sentimientos es el último paso, el definitivo, del espíritu totalitario. Si el Estado entra en las caprichosas pulsiones del espíritu humano, no tendremos ya forma de escapar de sus garras. Una cárcel para el alma es ya lo que nos faltaba.

Un transexual puede hacer un espectáculo público denigrando los símbolos religiosos, y eso no es delito de odio. Pero una crítica a tal espectáculo sí lo será

Afortunadamente, no hay forma de identificar un sentimiento que no sea por la expresión de quien lo tiene. Y hemos llegado ya al quid de la cuestión: la expresión. Las leyes de odio son instrumentos para criminalizar la opinión. El mecanismo consiste en identificar a ciertos grupos a los que se otorga una especial protección. Una vez hecho esto, la ley prevé que cualquiera cace una expresión al vuelo que pueda referirse a un miembro de esos grupos, o a todos ellos, y que pueda ser interpretado como un “ataque”. El “ataque” no es más que una metáfora, claro. No media la violencia física, que es la barrera que separa al crimen del terreno de los desacuerdos legítimos.

Hay un rechazo instintivo al odio de otros. Se percibe como una amenaza. Por eso una ley contra el odio consuela a algunos y les otorga una sensación de seguridad. También hay una prevención contra el que odia. Y hay un señalamiento. Esto lo hace también la ley: señalar. Es curioso cómo una ley contra el odio convierte a multitud de ciudadanos comunes en Goldsteins.

Vamos, pues, con Escocia. Ha aprobado una Ley de delitos de odio y de orden público en la que el orden público está en segundo orden. El primero lo constituyen los delitos de opinión. Ya existía una Ley que criminalizaba ciertas expresiones consideradas odiosas. Lo que hace la nueva norma es ampliar los comportamientos punibles. Ya no es necesario que sean expresiones verbales. Pueden ser un comportamiento que se considere ofensivo por la otra parte. La ley no incluye la misoginia, porque los promotores de la legislación ideológica que se dicen representantes de las mujeres quieren una ley específica para ello.

Entre las novedades de la ley se incluye que habrá delitos de odio por otros criterios, más allá del racial. Ahora se añaden los criterios de discapacidad, religión, orientación sexual, identidad transexual y edad. Se distingue la transexualidad de otras definiciones de identidad sexual, de modo que aquí vemos el poder que tienen las asociaciones activistas de transexuales de marcar la agenda. La ley la lleva promoviendo el actual primer ministro de Escocia, Humza Haroon Yousaf, desde que era ministro de Justicia.

No ha leído religión por ningún lado, porque la ley no lo contempla, salvo para expulsar del ordenamiento jurídico la blasfemia, una ley que estaba sancionada de forma consuetudinaria. De modo que un transexual puede hacer un espectáculo público denigrando los símbolos religiosos, y eso no es delito de odio. Pero una crítica a tal espectáculo sí lo será.

La ley ha creado no poco escándalo. Incluso en un país tan progre como Escocia, la creación de nuevos tipos de delitos de opinión no deja de levantar ampollas. El activismo identitario transexual (hago todas estas precisiones porque no todos los transexuales se suman a este activismo) ha elegido a la escritora J. K. Rowling como su Goldstein particular, que aquí vuelve a aparecer la figura orwelliana.

Rowling ha desafiado al sistema político, judicial y policial escocés: “Espero que me arresten”, ha dicho. Rowling observa que “los legisladores escoceses parecen haber dado más valor a los sentimientos de los hombres que interpretan su idea de la feminidad, aunque sea de forma misógina u oportunista, que a los derechos y libertades de las mujeres y niñas reales”. Y señala que “la redefinición de ‘mujer’ para incluir a todo hombre que se declare como tal ha tenido ya graves consecuencias para los derechos y la seguridad de las mujeres y las niñas en Escocia, y el impacto más fuerte lo han sufrido, como siempre, las más vulnerables, entre ellas las reclusas y las supervivientes de violación”.

En el ámbito político también hay críticas. El primer ministro británico, Rishi Sunak, ha dicho: “No se debe criminalizar a la gente por exponer simples hechos sobre biología. Creemos en el derecho a la libertad de expresión en este país y los conservadores siempre lo protegeremos”. Y la diputada nacionalista escocesa Joanna Cherry ya sabe lo que va a pasar: “Será utilizada como arma por los activistas de los derechos de los transexuales para intentar silenciar, y peor aún criminalizar, a las mujeres que no comparten sus creencias”.

La valentía y el coraje moral de J. K. Rowling puede llegar a ser muy importante. Más que en el último éxito del identitarismo, debemos fijarnos en el papel que tenemos cada uno de nosotros oponiéndonos a leyes que son injustas más allá de cualquier duda.

Foto: Gabriel Mihalcea.

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