La izquierda española, a diferencia de los demás países avanzados del mundo y salvando el feliz paréntesis de Felipe González, siempre ha considerado la democracia un vehículo instrumental de sus ensoñaciones que han ido variando su rumbo y acomodándose tácticamente a las circunstancias históricas. Nunca la han asumido en los justos términos que descubiertos en la antigua Grecia se desarrollaron muchos siglos después en Inglaterra hasta consagrarse a finales del siglo XVIII en la Constitución de EEUU, cuyo modelo escrito y aún de diversas maneras consagró el Estado de Derecho Democrático de base liberal que ha terminado dominando el mundo civilizado. El resumen más simple y categórico de la descrita democracia puede enunciarse como un sistema de elección ciudadana de los gobiernos con poder limitado que respeta la ley y la libertad.
Frente a este clásico e irrebatible modelo de gobierno emergió otro en la Francia revolucionaria, que apropiándose indebidamente del concepto democracia la subvirtió convirtiéndola en totalitaria, siguiendo los dictados de la “volonté générale” de Rousseau según el cual la voluntad mayoritaria puede hacerse valer en contra de la ley, de la justicia que la aplica y de la libertad personal de los ciudadanos. Este modelo democrático totalitario que niega la validez de cualquier ley anterior a su propia “voluntad general” ha presentado tres modalidades a lo largo de la historia:
- La que sirvió a los revolucionarios comunistas para alcanzar el poder, para después prescindir de cualquier atisbo de ella.
- La que se transformó en la “democracia orgánica” típica de los regímenes fascistas.
- La que degeneró, conservando ciertas formas, en actuales democracias como Argentina, Venezuela, Rusia, Turquía, y un largo etcétera.
El régimen liberal constitucional parlamentario de España de principios del siglo XX se comparaba muy bien con los sistemas políticos dominantes en la Europa –en la que solo existían tres repúblicas Francia, Portugal e Italia- de aquel tiempo como eran las monarquías parlamentarias del Reino Unido, Bélgica, Holanda y Suecia. Sin embargo, coincidiendo con la 1ª Guerra Mundial y la revolución soviética –como describe minuciosamente Roberto Villa en su reciente 1917 El estado catalán y el soviet español (2020)– la izquierda de aquel tiempo, los anarquistas de la CNT y los socialistas de la UGT –el PSOE era un pequeño apéndice del sindicato-, emocionados con la revolución comunista en Rusia hicieron todo lo posible para abolir el sistema constitucional y sustituirlo por otro “soviético”.
“España sigue en nuestras manos” como dejó escrito el maestro Julián Marías, de suerte que en unas próximas elecciones los españoles podremos elegir entre las dos grandes opciones políticas en juego: la actual deriva totalitaria o el regreso a una democracia liberal en la que el imperio de la ley, la independencia de la justicia y la libertad individual sean inalienables
Aliadas con las insensatas juntas militares –una ridícula y carpetovetónica sindicación de las fuerzas armadas- que nacieron en Barcelona, el independentismo catalán y una generación de intelectuales mas familiarizados con una caricaturesca visión falsa y negra de nuestra historia que con la filosofía política liberal propia de los países mas respetables en la que se insertaba cómodamente la monarquía española, las izquierdas, aunque fracasaron en su intento revolucionario consiguieron desestabilizar políticamente el país hasta la proclamación de la fallida 2ª República. En este proceso desestabilizador, Villa aporta pruebas documentales de la confabulación antidemocrática de Pablo Iglesias, Largo Caballero, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, etc., coincidiendo con procesos electorales –entre los más limpios de Europa- que no les resultaban propicios.
Así, según documenta con todo detalle Villa, en las elecciones municipales de 1917 los partidos liberal y conservador –de muy parecido perfil político a los ingleses– obtuvieron 2.479 concejales por 431 de las izquierdas. En las elecciones parlamentarias celebradas en 1918, los resultados supusieron igualmente un muy amplio triunfo de los liberales y conservadores -que sumaron 334 diputados- frente a los muy pobres resultados de las izquierdas – 32 diputados– y los nacionalistas con 29. Para Villa: “La abrumadora mayoría de españoles seguía apoyando a los partidos que los habían gobernado alternativamente desde 1875”. He aquí como una España que habiéndose librado de participar en la guerra europea y pudiendo aprovecharse económicamente de su neutralidad mientras estaba gobernada democráticamente siguiendo las mejores prácticas políticas de aquel tiempo, resultó desestabilizada antidemocráticamente por una alianza de izquierdas y nacionalistas con escasísima representación popular y consecuencias finalmente desastrosas.
Tras la cada vez menos comprensible –con los datos, no la propaganda– caída de la monarquía, siguió la proclamación de la segunda república cuya constitución –aprobada por una muy estrecha mayoría parlamentaria y nunca refrendada por los ciudadanos– fue “redactada en veinte días fusilando la constitución mejicana de 1917, la soviética de 1918, la alemana de Weimar de 1919, etc.” según Mariano Llovet es su libro: Personas y días de la segunda república (2006). Tal constitución hacia posibles barbaridades tales como que el presidente de la república, no elegido directamente por los ciudadanos, imposibilitara la formación de gobierno al partido claramente ganador de las elecciones. Y cuando entraron en el gobierno algunos ministros procedentes del partido ganador de las mismas, los socialistas trataron de dar un golpe de Estado que en Asturias se convirtió en una revolución -más violenta que la francesa y la rusa, según la crónica de Manuel Chaves Nogales–, aunque finalmente fallida. Las sentencias judiciales sobre los evidentes culpables de los gravísimos delitos fueron anuladas poco después tras unas elecciones cuyos resultados fueron falseados en su segunda vuelta.
Durante toda la duración de la Segunda República, las izquierdas estuvieron en contra de un estado de derecho sustentado por una democracia liberal limitadora del poder ejecutivo, respeto a las leyes, independencia judicial y libertad ciudadana. Cabe recordar al respecto, que como ha probado recientemente Carmen Martínez en su ensayo “Libertad secuestrada” (2018), la censura de prensa –sin control judicial- estuvo vigente desde el principio hasta el final republicano
Con la Transición política tras la muerte de Franco, España recuperó la cordura y obró el milagro de consensuar entre todos los partidos políticos una constitución, esta vez sí, plenamente arraigada en la prestigiosa tradición democrática liberal aún con algunas llevaderas concesiones a las izquierdas y los nacionalistas, que aprobada por la inmensa mayoría del pueblo español se convirtió en un modelo de éxito a escala mundial.
Entonces tuvimos la suerte de contar con partidos de izquierdas constructivos alineados con las prácticas europeas y en particular con un PSOE liderado por un verdadero socialdemócrata, Felipe González, que tras abandonar el marxismo y permanecer en la OTAN, condujo su partido por la senda constitucional, aunque interpretando la independencia judicial con criterios parcialmente totalitarios.
Con la llegada de Zapatero al gobierno, además de querer reescribir totalitariamente la historia del siglo XX, anunció solemnemente que la voluntad popular catalana sería asumida por su mayoría parlamentaria a nivel nacional: al margen de la ley, es decir la Constitución.
Ahora con Sánchez, además de haber subvertido valores morales esenciales –la verdad y el cumplimiento de las promesas– de toda sociedad civilizada, anulado con la infundada –y ahora inconstitucional– escusa del COVID la función parlamentaria, abusando como ningún otro gobernante de los decretos leyes luego anulados por el tribunal constitucional, hace todo lo posible para eludir -hasta que pueda someterla totalitariamente- la función judicial, cuya independencia es la piedra angular de todo estado de derecho democrático y liberal que se precie de serlo.
Después de todo lo dicho, resulta evidente que el camino de regreso al socialismo totalitario de hace un siglo emprendido por Zapatero y ahora acelerado por las imposiciones independentistas –para poder seguir gobernando- no puede tener otro destino que la tercera modalidad “democrática” antes reseñada; muy apropiada, por cierto, a la personalidad del actual líder socialista.
Afortunadamente, “España sigue en nuestras manos” como dejó escrito el maestro Julián Marías, de suerte que en unas próximas elecciones los españoles podremos elegir entre las dos grandes opciones políticas en juego: la actual deriva totalitaria o el regreso a una democracia liberal en la que el imperio de la ley, la independencia de la justicia y la libertad individual sean inalienables.