La noticia apareció en todos los portales: Jianwei Xun, el filósofo hongkonés, autor de Hipnocracia. Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad, para muchos, el libro del año, es una Inteligencia Artificial (IA).

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En el medio pasaron entrevistas, citas varias en artículos periodísticos y reseñas del libro en medios europeos y americanos, hasta que la revista L’Espresso reveló en exclusiva en su portada que, este buen señor, en realidad, no existe.

Quien está detrás del proyecto es Andrea Colamedici y lo que habría hecho es interactuar con inteligencias artificiales generativas para crear este libro

Ahora bien, naturalmente, detrás de este episodio hay al menos un responsable y en la revista Le Grand Continent, Jianwei Xun, o quien está detrás de él, brindó una entrevista dando precisiones al respecto:

“Jianwei Xun es un dispositivo. La creación colaborativa nacida del diálogo entre una inteligencia humana –que lleva el nombre de Andrea Colamedici, un filósofo italiano que fundó junto con otros un [proyecto editorial] italiano, Tlon- y ciertas inteligencias artificiales generativas, en particular Claude de Anthropic y ChatGPT de OpenAI”.

Dicho más simple, quien está detrás del proyecto es Andrea Colamedici y lo que habría hecho es interactuar con inteligencias artificiales generativas para crear este libro. Según Colamedici, entonces, el libro no es simplemente una creación de una IA como ya existen de a miles en Amazon, sino “una voz que no pertenece ni a la carne ni al silicio”, una voz que está en el medio, en un espacio liminar entre ambos.

En la misma entrevista, Xun (Colamedici) aclara cómo fue el proceso: primero se trató de crear un corpus filosófico basado en la propia obra de Colamedici, a partir del cual establecer un diálogo mayéutico con las IA, de sucesivas preguntas, respuestas y repreguntas, cuyo resultado fue la creación del concepto de hipnocracia, esto es, un régimen de manipulación que capta la atención y produce una sugestión hipnótica actuando directamente sobre la conciencia de manera constante y personalizada, régimen propio de estos tiempos cuyos principales abanderados serían Trump y Musk.

En paralelo, Colamedici creó una infraestructura digital como para darle entidad, verosimilitud y legitimación mediática: un sitio web personal, un perfil en Academia.edu, referencias estratégicas en los perfiles de Wikipedia de autores como Deleuze o Byung-Chul Han y hasta un agente literario falso que intermediaba con periodistas y editores.

Por último, en complicidad con colegas y amigos con cierto predicamento social y participación en los medios, diagramó una estrategia de difusión que supusiera citas y comentarios de estos en artículos y redes sociales hablando de la hipnocracia y del libro que vio la luz en italiano y en inglés el 15 de enero de 2025.

Este tipo de revelaciones nos lleva naturalmente a reconocidos casos Fake vinculados a la academia y al ámbito científico. La referencia obligada en este sentido es el famoso “Affaire Sokal”.

Para quienes no lo recuerden, Alan Sokal es un físico que se propuso exponer el sinsentido de las tesis relativistas, particularmente de moda en el campo de las ciencias sociales, derivadas de ciertas lecturas de referentes de la Escuela de Frankfurt y de los posestructuralistas franceses. El método que utilizó para el desenmascaramiento fue escribir un artículo titulado y enviarlo a una prestigiosa revista. El núcleo del artículo era la defensa de la tesis principal de sus adversarios, esto es: la ciencia, con sus métodos de corroboración y legitimación, no es más que una construcción social y lingüística impuesta por la ideología dominante.

El artículo fue publicado, es decir, pasó la revisión entre pares y los mecanismos de legitimación de las revistas científicas de prestigio y, allí, Sokal reveló, en un segundo artículo que naturalmente aquella revista no quiso publicar, qué era lo que había hecho y cuáles eran sus razones. Entonces, expresó que había utilizado conceptos de la matemática y la física cuántica mezclados con citas de filósofos posmodernos reconocidos para realizar una parodia y exponer la falta de rigurosidad de este tipo de publicaciones y de este tipo de autores. En otras palabras, exponía que en el caso de las ciencias sociales bastaba con ofrecer ideas pretendidamente críticas en una jerga oscura, tan imprecisa como compleja, para gozar de cierto status académico y, eventualmente, llegar a ser una celebridad en el mundo intelectual. La lista de nombres sobra y, lo peor, en muchos casos, seguimos leyendo a esos autores como si dijeran algo.

Un episodio similar, aunque menos conocido, ocurrió en 2018: el “Grievance Studies affaire”.  En este caso, quienes llevaron adelante el fraude fueron Peter Boghossian (profesor de Filosofía de la Universidad de Portland), James Lindsay, (doctor en Matemáticas de la Universidad de Tennessee) y Helen Pluckrose, (editora de la revista Areo). En este caso, los perpetradores fueron más prolíficos y enviaron 20 artículos a prestigiosas revistas de estudios culturales, donde deliberadamente se incluyeron afirmaciones y tesis delirantes que parodiaban esa confusión tan habitual entre activismo y academia que suele basarse en tesis posmodernas asociadas, en muchos casos, a políticas identitarias, progresismo woke y derivas varias.

En esos textos se hallaba desde la necesidad de imponer unos juegos olímpicos para personas con sobrepeso, hasta promover la masturbación anal masculina con dildos como una práctica antitransfóbica, y el descubrimiento de una conexión entre el pene y el cambio climático. Como si esto fuera poco, en un caso, los autores lograron que una revista feminista les publicara un artículo en el que reescribían un fragmento de Mein Kampf con perspectiva de género sin que nadie del comité de evaluadores lo notara, lo cual, por cierto, es un dato elocuente. Al momento en que los autores revelaron el fraude, 4 de esos artículos fueron publicados, 3 estaban a punto de serlo, 7 estaban en proceso de aceptación y apenas 6 (el 30%) habían sido rechazados.

Ahora bien, ¿es el caso de Jianwei Xun similar a los recién mencionados? Por supuesto que hay puntos en común, pero se imponen las diferencias sustantivas.

En común podría encontrarse una cierta crítica a los mecanismos de legitimación: si en los casos de Sokal y en el de los Grievance Studies, se trataba no solo de una crítica al contenido relativista e irracional de algunas posturas posmodernas sino, al mismo tiempo, de exponer el modo en que estos delirios estaban siendo legitimados por el sistema científico, a Colamedici le alcanzó con un par de amigos, una página web, un perfil en Academia.edu y un libro cuyo armado quizás le haya demandado algunas horas, para exponer los métodos de legitimación del periodismo cultural y las editoriales.

Sin embargo, hay una diferencia relevante: el contenido del libro no es irracional ni es un disparate carente de fundamentos creado adrede.

De hecho, podría decirse que su tesis principal o la categoría que da título al libro, no hace más que rejuntar información y teorías (justamente, lo que las IA hacen muy bien) a las que se les da un nuevo nombre (seguramente invención de Colamedici). Al fin de cuentas se trata de una versión, bien elaborada, claro, de las nuevas formas de manipulación, en este caso introduciendo la idea de la hipnosis como elemento que actúa directamente sobre la conciencia en tanto el poder ya no controla cuerpos ni reprime los pensamientos, sino que los induce, transformándose así en un poder “positivo”.

Xun (Colamedici) dice en la entrevista:

“Ya no hay una narrativa unificadora a través de la cual dar sentido al mundo. Nos encontramos —ustedes se encuentran— en un espacio fragmentado donde innumerables historias compiten por un dominio efímero, y cada una se proclama como la verdad última.

Estos relatos no dialogan: chocan. Se superponen y se reflejan hasta el infinito, creando una vertiginosa galería de espejos donde realidad y simulación se vuelven sinónimos. Trump y Musk son los profetas de este régimen (…)

El hitlerismo que Bloch analizaba operaba a través de un trance centralizado, orquestado por un líder carismático que servía de punto focal para la sugestión colectiva. La dimensión algorítmica ha descentralizado esta función hipnótica: ya no tenemos un único hipnotizador que manipula a una masa homogénea, un director de orquesta, sino un ecosistema distribuido de algoritmos que modulan individualmente estados de conciencia personalizados (…)”.

El ya mencionado Byung-Chul Han, Foucault, Baudrillard, Deleuze, Da Empoli y muchos otros resuenan detrás de estas palabras y está muy bien que así sea. Y hablando de citas, dado que el proyecto editorial de Colamedici se llama Tlon, en obvia relación a Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, el famoso cuento de Jorge Luis Borges, Xun (Colamedici) cita dicho texto, (aunque sin mencionar al autor, ¿quizás creyendo que ya es una frase que le pertenece al ChatGPT?), cuando afirma “Son dispositivos narrativos. Sus relatos no buscan la verdad, sino el asombro. Consideran la metafísica como una rama de la literatura fantástica”.

A propósito de dicho cuento, hay algo tlöniano en este episodio puesto que, como ustedes recordarán, Tlön era un planeta inventado por una secta de seguidores de Berkeley incluido en una reimpresión de la Enciclopedia Británica, en el cual, por tratarse de un mundo regido por las máximas del empirismo idealista que considera que las cosas deben ser percibidas para existir, la psicología es la única disciplina y lo que llamamos “realidad” no es más que una serie de procesos mentales. Allí, la realidad de los objetos depende de la percepción y la expectativa del sujeto que los percibe, de modo que un mismo objeto puede “duplicarse” al ser percibido por dos sujetos diferentes, generando, al fin de cuentas, mundos individuales, personalizados y a medida, como los que ofrecen los algoritmos en la actualidad. El dúo Xun/Colamedici y su hipnocracia tienen mucho de esto, sin duda.

Ahora bien, donde el experimento parece aportar algo más al debate es en lo que respecta a la noción de autor y, quizás sin desearlo, al harto trillado debate acerca de la posibilidad de separar la obra del autor. En este sentido, en la entrevista le preguntan si el hecho de haber sido una creación de una IA invalida el contenido de la tesis de la hipnocracia:

“La revelación de mi naturaleza construida no invalida en absoluto la validez analítica del concepto de hipnocracia. Al contrario, la refuerza al conferirle una dimensión performativa que trasciende la simple argumentación teórica. Si aceptáramos la idea de que la validez de un pensamiento depende exclusivamente de la existencia biológica de su presunto autor, caeríamos precisamente en esa lógica identitaria que la hipnocracia ha superado (…)”.

Efectivamente, de la misma manera que el valor de una categoría analítica no depende del hecho de que el que la formule sea una entidad biológica o una inteligencia humana, es difícil decirlo, pero hay que aceptarlo, tampoco lo invalidaría la moralidad, en el caso de que el autor sí fuera una entidad biológica propietaria de una inteligencia humana. Es tan evidente la respuesta al debate sobre la separación de la obra y el autor… sin embargo este ejemplo puede aportar algo más de claridad, para dolor de los amantes de la cancelación y sus patrullas de moralidad.

En cuanto a la noción de autor, claramente parecemos entrar en una etapa que va a redefinirlo desde todo punto de vista, incluso desde lo legal. ¿Es Colamedici el autor? ¿Es el ChatGPT? ¿Son ambos como dice Colamedici? ¿Qué aporta Colamedici para que lo consideremos un autor en el sentido que solemos darle al término? ¿Hacerle preguntas e interactuar con una IA para pedirle luego que escriba un libro nos transforma en autor de algo? La respuesta no parece sencilla.

En síntesis, el caso Jianwei Xun solo puede ser incluido en la lista de fakes y affaires de manera parcial y solo en tanto, de alguna manera, denuncia, como efecto colateral, los patrones de legitimación de la industria y el periodismo cultural. Sin embargo, no estamos ante un fake como los denunciados por Sokal, Boghossian y otros: aquí hay un libro y una categoría que tiene fundamentos. Desde mi punto de vista, criticables y sesgados, pues resulta insólito plantear que los principales referentes de un régimen de hipnosis que opera sobre la conciencia de manera personalizada son Trump y Musk. Pero en todo caso es materia de discusión para la cual Xun (Colamedici) ofrecerá sus argumentos, mejores o peores, pero no un rejunte de delirios posmodernos inconsistentes solo validables por sectas universitarias.

Quizás en el futuro junto a citas de Shakespeare habrá que afirmar “como dice el ChatGPT, la hipnocracia…”. Sí, suena escalofriante, pero hemos ingresado en una etapa en la que usaremos categorías elaboradas por inteligencias no humanas. El cambio será, probablemente, demasiado vertiginoso para que podamos digerirlo adecuadamente. Mientras tanto, si lo que nos importa es el qué antes que el quién y la inteligencia no humana demuestra rigor lógico y una correcta fundamentación, parece difícil encontrar argumentos para oponerse.

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