Dice la Primera Ley de Kranzberg: «La tecnología no es buena ni mala, pero tampoco es neutral». Aquí está la clave para entender qué nos pasa con las redes sociales, y para no fustigarnos demasiado. Si uno elige bien su TL, los estragos son pocos, pero antes o después llega el día de quedar espantado con la cantidad de miserables que hay en el mundo, porque hay que ver Twitter, de no dar crédito. Lo cierto es que gente despreciable la ha habido siempre, pero su rango de acción era mucho más limitado, y tampoco era común que hubiera un gigantesco altavoz para cada indocumentado, como ocurre ahora. Colocar un cacharro de expresión ubicua en manos de cada ser humano no auguraba nada bueno —es de primero de psicología social el asunto—, pero nosotros lo saludamos como el summum de la libertad y la creatividad, porque nos pasa con las innovaciones (novelerías) que nos atolondran un poco.

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Dígale al mundo con flores, que va a arrasar el planeta, firme sentencias de muerte, pero con buena letra

No obstante, ya que hemos venido a jugar, juguemos fuerte. Nada más soso que quedarse a medio camino; pongo mi granito de arena con un breve manual para que el miserable tuitero pueda alcanzar el Olimpo.

  1. Participe en el festival de promoción mutua. Calcule, en cada ocasión, si el elogio que va a entregar tendrá contrapartida. Ya sabe de qué va esto («tú me das cremita, yo te doy cremita, aprieta bien el tubo, que sale muy fresquita»), no malgaste buenas palabras con quien nada puede reportarle, y dé un tironcito de orejas a quien no festeje su libro, cuando usted festejó el suyo, con vistas a un pago de vuelta. El miserable lo sabe: si hay que elegir entre una conciencia tranquila y un estómago lleno, no hay debate.
  2. Adhominice. No se preocupe por su falta de argumentos. Destruya a su interlocutor con este fulminante rayo: recuérdele aquella vez que se tomó una caña con uno que se leyó un libro sobre Franco. Olvídese de debatir como las personas adultas, exponiendo razones y aportando hechos; todo eso exige pensar, respetar las reglas de la dialéctica y a quien tiene enfrente, un verdadero fastidio. Mejor ataque a las personas, cansa mucho menos y se acaba antes.
  3. Plagie. La creatividad es robar, se lo leyó usted a Picasso en una cita de interné con su foto sobre fondo negro, y eso va a misa. Pelillos a la mar: corte y pegue con alegría, cambie una coma y un punto y ya lo tiene. Guarde celosamente esos tuits por si, acumulando muchos, le da en el futuro para publicar una tesis doctoral.
  4. Mande a los demás a leer. Ser culto, como todo el mundo sabe, consiste en fardar de quien la tiene más larga (la lista de libros leídos). Así pues, cada vez que no esté de acuerdo con alguien, mándelo a leer —así, en general—, o mándelo a releer, si es que no ha entendido lo que a usted le parece (le conviene) que hayan dicho Einstein o Aristóteles.
  5. Búrlese, Insulte, Bloquee. Twitter no es el mundo real, sino el patio de recreo de sus peores instintos. De modo que haga todo lo que siempre quiso hacer pero no hizo por miedo a que le partieran la cara; aquí está a salvo de que le exijan cuentas. Bloquee sin más a quien le contradiga, aunque sea educadamente. Si es posible, insulte sin gracia, haga pareados con lo que tiene ahí colgado, en fin, no pierda ocasión de ser vulgar y hacer el ridículo. Cumpla escrupulosamente la sentencia de Chesterton: «Por lo general, el hombre que no está listo para argumentar siempre está listo para burlarse». Para completar la jugada, azuce a su jauría de trols contra quienes no le gusten, y arrecie como un fan histérico cuando alguien critique a su tuistar de cabecera.
  6. Vacile a sus mayores. Ante cualquier planteamiento que no le guste de cualquiera que aparente tener más de cuarenta años (qué más le da, si no los conoce), dé jaque mate: «OK boomer».
  7. Desprestigie profesionalmente. Cuando alguien le lleve la contraria, trate de quemarle la casa. Si su oponente es un músico, sienta lástima de sus oyentes, si es un profesor, de sus alumnos, etcétera. No se limite a hacerlo delante de todos: envíe un DM a quien ni sigue ni conoce, estoque y después bloquee. Y si puede pedir que le sirvan su cabeza en bandeja de plata, lograr que lo despidan o ya no tenga clientes, no se prive. Niegue el pan y la sal a quienes no piensen como usted; ejecútelos civilmente para evitar que se reproduzcan.
  8. Sea un cobarde. Su cobardía de usted es de siempre, pero ahora que puede esconderse tras un nick, disfrute de ella sin rebozo. Diga que daría un guantazo a quien nunca tendrá delante, o métase con «los poderosos», apedree desde su confortable sillón «el sistema». Logre un sucedáneo eficaz de la genuina sensación de hacer algo bueno por los demás con una montonera de hashtags. Agreda siempre desde las sombras, y no abandone jamás el anonimato, no sea que se complique la cosa y tenga que responder por sus palabras.
  9. Alabe (pero compruebe antes que es a uno de los suyos). Antes de aplaudir una frase, un artículo o un hilo, compruebe el pedigrí del autor, no sea que alabe a quien no debe. Como sabe, nada tiene valor por sí mismo, sino que vale según sea la tribu a la que se pertenece. Recuerde lo de «estar en el lado adecuado de la historia» y procure salir en la foto. Lo que, hecho a los míos, es inmoral e intolerable, resulta perfectamente válido e incluso digno de aplauso si se inflige al enemigo.
  10. No sea gente. «Amo a la Humanidad», decía la Susanita de Quino, «lo que me revienta es la gente». Cuando lea que alguien proclama, feliz, que es su cumpleaños o ha sido madre, o que está compungido por una muerte cercana, pase de puntillas, cuidándose de no simpatizar con los mortales. O mejor: hábleles de lo suyo, deles consejos, e incluso aféeles el gesto, o insista en eso tan original de que hay que venir llorado de casa. Descuide toda ocasión se ser amable; no agradezca cuando le feliciten, y no felicite: usted no es gente.

Se trata, en definitiva, estimado o estimada miserable, de mostrar el charol de sus entrañas, y de tener muchos followers, muchos borricos de la misma cuerda con los que sepultar su baja autoestima y esa indecible soledad que, apagado el smartphone, tanto le espanta. Solo falta la guinda, la bola de helado, el pegote de nata: añada almíbar a sus intervenciones. Un gesto de falsa humildad por aquí, un ademán presuntamente humanitario por allá, y algunas frasecitas de sobre de azúcar de cafetería para culminar el conjunto. Póngase poético de cuando en cuando, abuse del celofán para envolver su bilis; como cantaba hace siglos Serrat en “Lecciones de urbanidad”, «dígale al mundo con flores, que va a arrasar el planeta, firme sentencias de muerte, pero con buena letra». Para ello, nada mejor que retuitear halagos, especialmente de quienes mintiendo digan que es usted el perfecto caballero, la dama perfecta. «Porque usted será lo que sea —escoria de los mortales—, un perfecto desalmado, pero con buenos modales».

Foto: Austin Distel.


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David Cerdá García
Soy economista y doctor en filosofía. He trabajado en dirección de empresas más de veinte años y me dedico en la actualidad a la consultoría, las conferencias y la docencia en escuelas de negocio como miembro del equipo Strategyco. También escribo y traduzco. Como autor he publicado ocho libros, entre ellos Ética para valientes (2022); el último es Filosofía andante (2023). He traducido unos cuarenta títulos, incluyendo obras de Shakespeare, Rilke, Furedi, Deneen, Tocqueville, Guardini, Stevenson, Ahmari, Lewis y MacIntyre. Más información en www.dcerda.com