No descubro nada nuevo si afirmo que el nivel cultural y técnico de la mayoría de los políticos españoles es ínfimo. Me atrevería a decir incluso que no es tan solo un mal endémico y que los grandes oradores, los discursos llenos de contenido y los análisis en profundidad han sido desterrados de los consejos de ministros y de los parlamentos de todo el planeta. Esta semana, sin ir más lejos, estamos asistiendo al bochornoso espectáculo sin fin de esos políticos que dirigen ministerios, consejerías o concejalías y que no tienen la mínima base de conocimiento del ramo que lideran. No digo yo que haya que ser doctor de la cosa, pero para tener un despacho donde se decide sobre energía no estaría de más saber que uve es igual a i por erre.
Visto que esto no parece posible, yo me pregunto hasta que punto hay que llegar para parar y determinar que existen cuestiones que no pueden ser abordadas desde una perspectiva política. Si el sistema partitocrático permite que completos legos acaben dirigiendo parcelas de vital relevancia para todos nosotros como pueden ser la sanidad, la energía o la seguridad, es fácil caer en la tentación de dejarlo todo en manos de tecnócratas. El mero hecho de conseguir que el poder político sacara sus garras de tales campos ya sería una tarea hercúlea y de difícil éxito, pero como también se ha demostrado en muchos momentos recientes, dejar las decisiones técnicas en manos de técnicos solamente tampoco es garantía de éxito, así que el esfuerzo podría ser baldío y contraproducente.
¿Qué futuro merecen aquellos que dejan el control del sistema eléctrico en manos de los que no saben de qué formas se puede almacenar la energía?
La realidad es tremendamente compleja y rara vez, por no decir nunca, un proyecto se ejecuta conforme se pergeñó. Un plan es una foto fija y la vida, por el contrario, una sucesión infinita de cambios. Esta tendencia al fracaso de la planificación bien sea política, bien sea técnica, no solo proviene de la imposibilidad de prever todo lo impredecible si no del necesario control que se ha de ejercer sobre la cosa pública. Un técnico profesional y experimentado sería capaz de adelantar muchos obstáculos y si cuenta con una cintura bien ejercitada por los años de trabajo, fintaría las piedras que fueran apareciendo en el camino y que no se pudieron prever inicialmente. Sin embargo, el procedimiento, ¡ah, el procedimiento!, impide el movimiento de caderas necesario para esquivar el bache. El corsé burocrático no deja lugar a florituras, aunque, desengáñense, sin esta incómoda prenda no habría forma de fiscalizar y comprobar el desempeño de los que nos gobiernan. Es un callejón sin salida.
Existe una tercera condición de contorno que impide al final que la tecnocracia sea viable y no es otra que la multiplicidad de soluciones. Los problemas a los que nos enfrentamos los seres humanos generalmente no tienen una única solución y todas las que se nos ocurran vienen ponderadas por factores tan dispares como el coste o los gustos de aquellos que las van a disfrutar. Piensen que a fecha de hoy existen doctores en economía que aún defienden un sistema comunista o la Teoría Monetaria Moderna, así que primero tendríamos que ponernos de acuerdo en quien puede ser parte de la toma de decisiones y quien no. Otro callejón oscuro y lóbrego.
La existencia es muy puñetera. No deja de darnos pistas sobre todo aquello que no hay que dejar en manos de terceros y de cuando en cuando se cobra su mordida, mientras estamos despistados. Si somos tan inconscientes para dejar en manos de los defensores de lo absurdo partes importantes de nuestras vidas, quizá esas mordidas estén más que justificadas.
¿Qué futuro merecen aquellos que dejan el control del sistema eléctrico en manos de los que no saben de qué formas se puede almacenar la energía? ¿A dónde va un país cuyos responsables de políticas empresariales se criaron en las juventudes de un partido político? Es grave que esto ocurra, pero es aún más grave que giremos la cabeza hacia otro lado. Sin embargo, tampoco es casual que así sea. El voto se compra y se vende y la inmediatez en la que vivimos, el mundo del ya, del ahora mismo, ha de ser necesariamente cortoplacista. Los cambios profundos que necesitamos exigen un esfuerzo mucho mayor que el de vivir de la sopa boba de cuatro en cuatro años. Entre esos cambios, están sin duda, una larga lista de asuntos sobre los que ningún gobierno debería poder decidir jamás, por muy duchos que fueran en la materia y muchos doctorados por Yale adornaran su currículo.
Foto: Alireza Khatami.