El 29 de octubre de 2024, Valencia sufrió uno de los mayores desastres de su historia. La gota fría provocó lluvias torrenciales y el desbordamiento de ríos y barrancos, dejando más de 200 muertos y unos daños materiales incalculables. La respuesta de las autoridades, tanto autonómicas como estatales, fue totalmente ineficaz, y decenas de miles de personas se encontraron abandonados por el Estado que debía protegerles. Pero, en medio del caos, la tragedia sacó lo mejor de muchos españoles y miles de voluntarios se echaron al barro para ayudar a sus compatriotas; sin ellos, esta tragedia habría tenido unas consecuencias muchísimo más graves. A día de hoy, el Estado ya está presente y varios miles de militares trabajan para tender puentes, arreglar carreteras y limpiar garajes, pero la destrucción es tan grande que no son suficientes. Además, la tragedia ha demostrado una sorprendente falta de medios, desde maquinaria a combustible, de unos militares que tratan de suplir esas carencias con su esfuerzo y voluntad. No está de más recordar que nuestros soldados tienen una de las profesiones peor pagadas y que el estado de muchos de nuestros sistemas de armas es lamentable. La política de Defensa de nuestros distintos gobiernos nos ha dejado a los pies de los caballos.
El suministro de gas es deficiente, muchas infraestructuras aún siguen destrozadas y faltan meses para ponerlas de nuevo en funcionamiento. Se estima que las obras para recuperar la línea de Metro que llegaba a Paiporta, no finalizarán antes del verano. Esto, sumado a la pérdida de más de 120.000 vehículos, ha provocado que muchos de los afectados sigan sin poder trasladarse a sus lugares de trabajo
Pero volvamos a Valencia. Desgraciadamente, cuando un suceso ya no es noticia parece que no existe, y eso es lo que ha ocurrido con esta tragedia. El foco mediático se ha alejado y la impresión para muchos es que todo ha vuelto a la normalidad. Ojalá fuera así, pero la realidad que viven muchísimos valencianos está muy lejos de la normalidad. Más de dos meses después de la gota fría, en Paiporta aún se respira el olor a barro. El pueblo se hizo famoso por los incidentes ocurridos cinco días después de las inundaciones, cuando los Reyes y el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, llegaron al pueblo rodeados por una legión de acompañantes y escoltas. Los Reyes mantuvieron el tipo y escucharon de primera mano la indignación de los vecinos; Sánchez, por el contrario, huyó con el rabo entre las piernas y acusó a la “extrema derecha” de lo ocurrido. “Es otra mentira más, los que insultaron a Sánchez fueron vecinos del pueblo. ¿Qué esperaban? Nos dejaron tirados durante días”, afirma Yolanda, una enfermera que reside en el pueblo con su familia y que nos muestra las plantas bajas destrozadas (sólo en Paiporta hay 2.520 bajos de viviendas arrasadas) y garajes aún inundados de lodo, que suponen un riesgo para la salubridad de los que viven sobre ellos.
Las mentiras de los políticos y los medios de comunicación sobre lo que ocurrió durante los primeros días de la tragedia, han dejado huella en muchos de los habitantes de los pueblos afectados y las pintadas contra Sánchez decoran las paredes de casas destrozadas. Muchos ya no se creen nada de lo que dice el gobierno, menos aún la cifra oficial de muertos y desaparecidos. “Están presentado muertes ocurridas por la riada como accidentes de tráfico o debidas a otras causas”, señala Yolanda, mientras nos relata el caso de una vecina que murió por el golpe de un objeto arrastrado por el agua. Lo mismo nos dicen otras personas, que consideran que se quiere reducir el número real de víctimas para minimizar los hechos o de cara a futuras indemnizaciones. Muchos aún siguen conmocionados y aún no han asumido del todo lo ocurrido, y los más vulnerables, los ancianos y los niños, son los que más están sufriendo las consecuencias psicológicas de la riada. Una voluntaria nos habló de un matrimonio cuyos dos hijos se niegan a salir a la calle si no llevan unos manguitos.
Con la llegada de la Navidad, se ha hecho un gran esfuerzo por recuperar la alegría de estas fechas y Paiporta está decorado con estrellas de Navidad hechas por los niños de la localidad, lo que ofrece un duro contraste con una destrucción más propia de una zona de guerra. El suministro de gas es deficiente, muchas infraestructuras aún siguen destrozadas y faltan meses para ponerlas de nuevo en funcionamiento. Por ejemplo, se estima que las obras para recuperar la línea de Metro que llegaba a Paiporta, no finalizarán antes del verano. Esto, sumado a la pérdida de más de 120.000 vehículos, ha provocado que muchos de los afectados no puedan trasladarse a sus lugares de trabajo o de estudio.
Además, se ha añadido un grave problema de inseguridad. Muchos locales han sido tapiados por miedo a los saqueos y a las ocupaciones. Jesús, un policía local, nos cuenta que cuando el nivel del agua empezó a bajar, empezaron los saqueos de tiendas e incluso que han intentado robar la maquinaria y las bombas de agua para vaciar los garajes. “Lo que me ha sorprendido, y también a toda la gente de estos pueblos, es que durante los primeros días aquí no vino nadie. Si hay que esperar a que un político dé la orden para responder a una tragedia como ésta, somos un Estado fallido”. Eso mismo han pensado muchos, y Jesús se ha encontrado a policías de otras provincias que se han desplazado a Valencia por su cuenta para ayudar; de nuevo, el problema ha estado en la incapacidad del Estado que, por otro lado, ha enviado el mensaje de que los voluntarios ya no eran necesarios.
En Chiva, la localidad en la que empezó la riada, hablamos con Nieves, Elisabeth y Elvira. Tres voluntarias que están llevando electrodomésticos, ropa y alimentos a los afectados. Esa tarde están llevando calefactores a dos familias y no han parado de ayudar desde el primer día. “Queda mucho por hacer”, nos aseguran, “porque las ayudas no están llegando a la mayoría de los afectados”. Ellas nos presentan a Juan, un agricultor de 74 años que vio su casa centenaria inundada en apenas unos minutos (el agua alcanzó los 2,37 metros de altura) y que lo ha perdido todo. Juan no ha recibido ninguna ayuda, salvo la facilitada por los voluntarios, por las trabas burocráticas: “Me piden las escrituras de la casa y no las tengo porque se las llevó el agua”, señala Juan en una habitación destrozada por la riada. La burocracia, tanto la institucional como la de los seguros privados, es una verdadera pesadilla para personas como Juan, que también en esto está recibiendo ayuda de los voluntarios.
Dentro de ese voluntariado hay que destacar el papel de los jóvenes. En Paiporta conocimos a Asier, un joven de 19 años, que ha pasado los dos últimos meses quitando barro. “Es lo que toca hacer” dice, y su caso es una muestra de una juventud que está arrimando el hombro y que ha sorprendido a muchos por su compromiso. También hay que destacar el esfuerzo de voluntarios de fuera, que acuden a Valencia desde otras provincias para llevar todo tipo de ayuda. “Cuando fui la primera vez a las zonas afectadas se me cayó el alma a los pies. Por eso no puedo dejar de venir aquí”, nos dice Nacho, un vigilante de seguridad de Toledo, que emplea sus días libres para llevar toda clase de ayuda.
Mientras estábamos en Chiva, nos pusimos en contacto con Pablo de Revuelta que se encontraba en Paiporta. Había salido de madrugada de Madrid con otros compañeros para instalar un horno en casa de una anciana, poner agua caliente en casa de una familia colombiana que tiene un recién nacido y ayudar a otras dos familias. No pudimos vernos porque, una vez acabadas las cuatro visitas, regresaban a Madrid. Esto, para Pedro Sánchez, es una campaña de odio de la “extrema derecha”. No hay mejor ejemplo de la diferencia entre la realidad y el relato. Valencia necesita toda nuestra ayuda y los voluntarios siguen siendo necesarios. Está claro que se quiere imponer el relato de que el Estado lo tiene todo bajo control y que la vida ha vuelto a la normalidad, pero lo que cuentan los afectados rompe por completo este relato. Por eso es tan importante seguir hablando de lo que está pasando realmente allí, y no, Valencia no se olvida.
Foto: Pacopac.
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