No sé si les ocurrirá a ustedes como a mí. Hace pocos días me crucé en carretera con un control de la policía local, cuando me dirigía en mi coche hacia el local donde ensayo con mi banda. Era plenamente consciente de que no estaba cometiendo ningún delito, cumplía con las normas sanitarias y con el código de circulación, mi velocidad no sobrepasaba el límite y no había una sola gota de alcohol en mi torrente circulatorio, pero no pude evitar que una sensación de desasosiego me invadiera. La misma sensación irracional que me ha invadido cada vez que me he cruzado con un control policial durante el estado de alarma, aun teniendo justificados todos los desplazamientos documentalmente.

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La discrecionalidad, tanto legislativa como en la actuación policial, a la que nos hemos estado viendo sometidos en los últimos meses es una herramienta bien conocida por aquellos que quieren imponer su voluntad al resto de la sociedad y se han formado para hacerlo. Forma parte de un sistema más amplio de recursos cuyo fin no es otro que el de hacernos vivir con miedo. El Estado actúa de forma arbitraria para que la ausencia de parámetros lógicos y de modelos identificables muten la incertidumbre en confusión y miedo.

No hay que olvidar tampoco que un virus desconocido hasta el momento ha campado impune por nuestro país, produciendo muerte, dolor e inseguridad alrededor de todos nosotros. El desconocimiento es claramente uno de los principales ingredientes del miedo, lo alimenta. La información es el arma con la que podemos luchar contra la ignorancia, sin embargo, vivimos días en los que todo lo que nos han contado bien era mentira, bien era matizado, corregido y tergiversado un instante después de publicarse en el Boletín Oficial del Estado o en una de las anodinas e interminables ruedas de prensa con las que nos han torturado desde el gobierno español.

El miedo es una salvaguarda natural, que nos alerta del posible peligro, pero cuando crecemos, los adultos debemos convertir el miedo en prudencia, porque asumimos que no cabe inacción. Si queremos seguir vivos hemos de movernos y producir nuestro sustento, por muy peligroso que sea

El dictador de manual sabe bien como aprovechar una circunstancia tan propicia para sus intereses como el estallido de una pandemia mundial. El miedo y el desconocimiento que lo alienta son básicos para cimentar una fortaleza que se gobierna con mano férrea, pues solo con contundencia puede lucharse contra la enfermedad y cabe todo atropello a la Libertad porque de lo que se trata es de salvar vidas. Estos han sido sus argumentos de fondo en los últimos meses para sustentar su incompetencia sanitaria y su iniquidad legislativa, todo ello bien adornado con cantidades exasperantes de insufrible propaganda y un desprecio inaudito por nuestra inteligencia, echando al tejado de cualquiera que pasaba por allí los balones que el día a día mandaba.

Algunos, por nuestra profesión, hemos tenido la suerte de no pasar demasiados días encerrados en casa. Hemos ido conociendo y aplicando los protocolos que se supone correspondía y hemos pasado las últimas semanas en libertad vigilada, sufriendo como comentada al principio, al ser tratados como vulgares delincuentes por el mero hecho de salir a ganarnos el pan y demostrar tantas veces como hizo falta, que estábamos actuando dentro de los márgenes más estrechos y sinuosos que la voluntad política estableció con su halo de divinidad. Ahora vemos con asombro que, aunque las cosas van volviendo a la normalidad, nuestros compañeros, familiares y amigos siguen atenazados por la paranoia vírica. Mientras algunos hemos normalizado las medidas sanitarias y tratamos de seguir con nuestras vidas de la forma más natural posible, otros siguen bajo el influjo totalitario de la desinformación y el miedo, convirtiéndose en carne de cañón en busca de un mesías esclavizador. Por desgracia, va calando el miedo entre la creciente desinformación.

La falta de conocimiento produce miedo y el uso arbitrario del poder también, pero para que el totalitarismo dé su fruto, es necesario abonarlo con paciencia y tiempo, y esperar a que se produzca una situación como la actual para que germine de forma imparable. Para ello, durante años, hemos sufrido paulatinas rebajas en la exigencia educativa. Una sociedad cada vez más rica y pagada de sí misma, se ha permitido el lujo de relegar a un segundo o tercer plano, valores tan importantes como el conocimiento, en sentido amplio, el esfuerzo, el espíritu crítico y la autonomía personal. Es más cómodo diluir la responsabilidad de cargar con nuestra propia existencia que asumir que no hay quien realmente pueda hacerlo por nosotros y, una vez diluida totalmente la mencionada responsabilidad hasta su desaparición, solo el gobierno redentor quedará como faro de nuestra vida. Al final, este círculo vicioso que es el Estado del Malagastar, nos lleva cuesta abajo y con los frenos estropeados, sin poder ver aun y por desgracia, contra qué nos vamos a estrellar.

Los gobiernos de hoy nos quieren temerosos. Los niños tienen miedo. El miedo es una salvaguarda natural, que nos alerta del posible peligro, pero cuando crecemos, los adultos debemos convertir el miedo en prudencia, porque asumimos que no cabe inacción. Si queremos seguir vivos hemos de movernos y producir nuestro sustento, por muy peligroso que sea. Así ha sido desde el antes de que el hombre estuviera en la Tierra, y no parece que la cosa vaya a cambiar. Construimos defensas y desarrollamos protocolos, inventamos vacunas, pero al final siempre existirá un porcentaje de incertidumbre con el que hemos de convivir. La vida tiene sus riesgos y esa desgraciada lotería nos toca a todos, con seguridad, una única vez. Nadie va a alimentarnos adecuadamente y conseguirá que prosperemos con cartillas de racionamiento.

No parece que muchos de nuestros congéneres estén preparados para asumir esta realidad. La vida, la muerte y sus incertidumbres parecen exigir mentes bien formadas para que las puedan manejar conceptualmente, para que las puedan gestionar, para que sepan convivir con estas realidades. Las pulsiones tiránicas piden hombres temerosos, hombres con desconocimiento a los que poder guiar como reses. Hoy son muchos los que quieren más cadenas, lo cual no sería demasiado problema si las pidieran únicamente para ellos. Por desgracia, las exigen para todos, porque una vez más, su miedo es alentado por el poder para que nadie escape de sus redes.

Foto: Alexandra Gorn


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