¿Puede afirmarse seriamente que los resultados de Vox en las elecciones andaluzas son malos, pese a crecer un 20% en voto -pasando de 396.000 a 494.000 sufragios- y ser una de las dos únicas formaciones políticas que avanza? Puede y debe decirse. Primero, porque, si se comparan las cifras con las de las últimas elecciones generales de 2019, Macarena Olona ha recibido 380.000 votos menos. Es verdad que hablamos de un contexto electoral distinto, pero el dato revela que el mensaje de Vox no ha convencido en esta ocasión a muchos que hace tres años sí les otorgaron su confianza. Pero, sobre todo, es un resultado preocupante para el partido de Abascal porque las elecciones andaluzas pueden abrir un nuevo escenario político más difícil de gestionar. Si el éxito de Díaz Ayuso reforzaba a Vox, al asumir aparentemente parte de sus ideas, el de Moreno Bonilla le debilita, pues se ha basado en ignorarlas olímpicamente.

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Añadamos un argumento que ya se ha señalado hasta el aburrimiento: durante los próximos años Vox no va a tener poder político para influir en la gestión de Andalucía. La mayoría absoluta del PP reduce los 14 escaños de Macarena Olona a mero paisaje. Pero aún más preocupante para Abascal es que Juanma Moreno haya logrado demostrar que el proyecto que tan torpemente esbozó Casado -recuperar un PP que encabece mayorías suficientes de gobierno- puede ser posible incluso en un escenario de fragmentación política como el actual. Aunque no será nada fácil repetir la jugada en una elección nacional.

Los resultados de Vox en Andalucía, aunque buenos cuantitativamente, desatan nubarrones de futuro para el partido de Santiago Abascal, que debe afrontar una profunda reflexión interna

El agravamiento de la crisis de los partidos de izquierda en Andalucía -que han perdido en torno a 260.000 votos respecto de los ya malos resultados de la anterior cita electoral- ha permitido la paradoja de que el PP pueda tener una mayoría absoluta holgada sin robarle ni un solo voto a Vox. Ahora se ve con claridad que la llave para el partido de centroderecha estaba en absorber el voto del agonizante Ciudadanos, aunque las simpatías personales de tantos analistas les impidieran verlo.

El segundo problema para Vox es el perfil del líder del PP. Juanma Moreno representa a ese PP ‘centrado’ que no sólo no genera rechazo en el votante socialista, sino que puede incluso obtener su voto, algo que necesariamente tiene que haber ocurrido en estas elecciones, pues ni siquiera sumando todos los votos perdidos por Marín salen las cuentas. Vuelve el PP de siempre, que mejora la gestión sin meterse en los jardines de la “guerra cultural”, y que, por tanto, deja fuera un conjunto de preocupaciones bien concretas y reales -natalidad, inmigración, adoctrinamiento escolar, ideología de género, perturbaciones de lo queer, los excesos de la agenda globalista…- que son cada vez más relevantes para una parte creciente de la ciudadanía, quizás  minoritaria pero cada vez más transversal en lo ideológico, en contra de lo que buscan sugerir los fabricantes de etiquetas.

De todo ello se deduce que, en el corto plazo, la posibilidad de entendimiento en estas cuestiones con dirigentes del perfil de Moreno o Feijóo será difícil. En el medio tiempo, en cambio, es seguro que surgirán oportunidades, porque los problemas que el PP está dispuesto a apartar del debate público son muy reales y no han dejado de crecer en gravedad en estos últimos años.

Pero, más allá del análisis general, de lo que se trata aquí es de intentar aportar algunas claves que expliquen por qué Macarena Olona, pese a su innegable valía personal, e incluso carisma, no ha logrado aproximarse a los resultados que cabía esperar.

El primer error, me parece, ha estado en la campaña electoral. Primero, por su triunfalismo, dando por hecho el ‘macarenazo’, y presentando a la candidata como una especie de fenómeno de la naturaleza capaz de provocar un seísmo político por sí misma. Este tipo de apuesta es muy arriesgada. Ni siquiera Ayuso, pese a su innegable tirón personal, cayó en el error de dar por hecho su éxito, lo que seguramente fue clave para que pudiera lograrlo.

Pero, sobre todo, la campaña pecó de exceso de personalismo, coqueteando incluso con la idea de presentar a la candidata como una figura salvadora, un poco mesiánica. Si a ello añadimos su esfuerzo, un tanto artificioso, por identificarse con ‘lo andaluz’ (a través de referentes alegres y vistosos, pero estereotipados) y su reiterado afán de presentarse como la defensora del pueblo, podríamos decir que Macarena ha querido ser una Evita Perón andaluza y no le ha salido bien. Olona se ha creído su personaje público, ha tomado conciencia de su carisma, y ha perdido parte de la naturalidad en la que se basaba, y se basa, su fuerza.

El segundo problema ha sido, probablemente, de mensajes. Del último debate electoral trascendió casi exclusivamente su crítica a un folleto de educación sexual escolar que hablaba de la masturbación a niños de 9 años. Por relevante que sea la sexualización de las escuelas, que lo es, no parece que convertir esta denuncia en el eje central del discurso político fuera una buena decisión, sobre todo si te enfrentas casi sólo con ese

arma a quien puede presumir de una gestión económica razonable.

La otra idea fuerza de la campaña fue el recorte de ayudas a sindicatos y patronal. El vicepresidente de Castilla y León, de Vox, Juan García Gallardo, realizó a Macarena Olona el regalo de anunciar en su comunidad, a pocos días de las elecciones andaluzas, un recorte de subvenciones que quería demostrar la utilidad de la presencia de su formación en los gobiernos. Pero este tipo de medidas, que funcionan bien en la barra del bar, quizás no tengan tanto impacto en el electorado como se piensa.

Por todo ello, los contentos con el cambio que se ha producido en Andalucía en estos últimos tres años -entre los que se encuentra esa ‘España que madruga’, a la que apela Abascal- seguramente no consideraron que la masturbación, o el recorte de subvenciones fueran suficiente motivo para votar a Olona.

Con todo, seguramente lo más desacertado fuera el empeño de los de Abascal en forzar su entrada en el Gobierno con que sólo un voto suyo fuera necesario, y amenazando, además, con provocar nuevas elecciones en caso contrario. Y la experiencia de Castilla y León, con meses de parálisis política a causa del proceso de negociación, tampoco habrá ayudado. En política hay que saber cuándo puedes forzar la posición y cuándo no, cuando tienes que defender tu dignidad y cuándo aceptar la situación, y en este caso lo aconsejable hubiera sido ser más prudentes en vez de transmitir esa imagen de intransigencia y apelar al bloqueo.

El partido de Abascal quiere ser útil y contribuir al ‘cambio real’ que proclamaba su candidata, pero para ello necesita que se den unas condiciones que lo hagan posible. La primera de ellas, por ahora, es que el PP le necesite. Y la segunda, convencerle a él y, sobre todo, a los ciudadanos, de que sus aportaciones son para mejor. Lograrlo nadando contracorriente no será fácil, pero no hay otro camino posible. Quizás ha llegado la hora en que Vox necesita eliminar sobreactuaciones e histrionismo, hilar más fino y no limitarse a ideas fuerza o propuestas de apariencia llamativa.

Foto: Vox España.


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Vidal Arranz
Comencé en El Norte de Castilla y allí he retornado, ahora como colaborador, tras haber hecho literalmente de todo en El Mundo de Castilla y León y El Mundo de Valladolid. Con más de 30 años de ejercicio profesional del periodismo a mis espaldas contemplo con perplejidad, no exenta de curiosidad, el mundo que me rodea, que se ha convertido en un desafío intelectual apasionante e inquietante a la vez.