“Ya no entiendo el mundo. Hasta hace unos años tenía sentido. Distinguías entre izquierda y derecha. EEUU era EEUU. Daba un beso a los niños, apagaba la luz y esperaba despertar. Ahora me da miedo. A diario (…) Y en lo que respecta al conflicto entre Israel y Palestina… me importa una mierda”. Quien realiza esta afirmación mirando a la cámara, y en medio de un debate televisivo, es Vivienne Rook, una candidata británica típica de la sociedad del espectáculo, antisistema, antipolítica y marginal que apenas cosechará algunos votos en la próxima elección y cuya única preocupación es la resolución de las pequeñas cosas, como ser, por ejemplo, que el Estado recoja la basura de la puerta. Muchos televidentes creen que jamás podría tener el apoyo de una mayoría. Pero hay otros que cansados de la corrección política empiezan a observar con simpatía a estos personajes outsiders que dicen lo que muchos piensan y no se atreven a decir.

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Las declaraciones de Rook causan zozobra pero no resultan inverosímiles; tampoco es inverosímil la reacción de los televidentes. Y es justamente ahí, en ese lugar, pero especialmente en esa temporalidad, en la que la zozobra se hace costumbre y en la que lo inverosímil se hace probable, que puede emerger alguien como Rook. Con todo, lo más importante es que si esa temporalidad no nos resulta ajena ni parte de una ficción es porque ya estamos inmersos en ella. Esta es una de las posibles lecturas de la serie Years and Years, estrenada en HBO, cuya primera temporada acaba de finalizar, y en la que este personaje de ficción llamado Vivienne Rook, interpretado por Emma Thompson, es uno de los ejes de la trama.

Years and Years, creada por Russell T. Davies, explora los destinos políticos, económicos y sociales de la humanidad desde el presente a un futuro inmediato, apenas pasado el año 2030, y lo hace a partir de las vicisitudes que atraviesa una familia, los Lyons, conformada por cuatro hermanos adultos y una abuela nonagenaria que funciona como centro.

El tono distópico y el lugar que se le da a la tecnología le brindan a esta serie británica un espíritu “blackmirroniano”, algo que se puede observar en una adolescente que desea ser transhumana para que su conciencia se aloje en una suerte de “nube” de eternidad o en el momento en que una amiga de ésta, en el afán de incrustarse una cámara digital en el cuerpo, acaba perdiendo un ojo por arriesgarse a que la operación la realicen unos piratas modernos que hacen cirugías en barcos clandestinos.

Criticar a la cultura consumista sin más es un lugar común que se transita para que, paradójicamente, sea consumido por quienes se oponen al consumo

La tecnología también está presente en una suerte de computadora que responde a las exigencias de la voz y la cual es capaz de encender la luz del departamento, dar información de un personaje como si fuera Wikipedia y sobre todo, funcionar como un intercomunicador para reunir a toda la familia cuando las circunstancias lo ameritan. Pero salvo por el final de la temporada, el cual no revelaré, la tecnología, por suerte, no aparece como lo más relevante de la serie. Para ello tenemos a la mencionada Black Mirror. Lo más interesante, en cambio, es que los sucesos políticos, sociales y económicos que son parte de la inventiva de su creador son verosímiles.

Menciono algunos: como ya ha sucedido con personajes del estilo de Vivienne Rook, ésta, finalmente, llega a Primer Ministro; Trump lanza una bomba atómica sobre una isla artificial china; Grecia abandona la Unión Europea produciéndose un Grexit; en España, la ultraizquierda sustituye a la izquierda en el gobierno y comienza una política de expulsión de todo aquel que no tenga nacionalidad española; hay apagones de luz constantes ocasionados por ciberataques que pueden ser realizados por Rusia, el ISIS o dos adolescentes aburridos en su cuarto (es tanta la pérdida de información que generan que la humanidad ha vuelto al papel); hay una nueva gripe llamada “del mono”; dimite el gobierno italiano y se instituye la ley marcial; Hungría quiebra; en Estados Unidos anulan el matrimonio homosexual y penalizan el aborto; el cambio climático genera intensas temporadas de lluvias, algo que, sumado a la radiactividad que ha llegado a Europa, provoca evacuaciones masivas y una normativa gubernamental por la cual toda persona que tenga una pieza ociosa en su hogar debe acoger a una familia de damnificados; se produce un nuevo crack bursátil y los bancos se quedan con el dinero de los ahorristas; hay una continua militarización de las calles y se crean campos de concentración para refugiados.

Todos estos temas tocan de una u otra manera a los cuatro hermanos: Stephen, agente de bolsa, pierde su trabajo, vende su casa en más de un millón de libras y ese dinero acaba retenido en el banco. Así pasa de ser un “lobo de Wall Street” a trabajar precarizado haciendo entregas de productos en bicicleta y su mujer lo acaba echando por descubrir que tenía una amante a la que visitaba asiduamente en su monoambiente; Edith es una activista de causas nobles que sufre la radiación de la bomba de Trump y que va a ser protagonista a la hora de desenmascarar al gobierno de derecha británico; Daniel es gay, trabaja para el gobierno en el área de Vivienda y se enamora de un muchacho ucraniano que llega a Inglaterra perseguido por su condición homosexual. Su situación no mejora porque en Europa dejan de perseguirlo por homosexual pero empiezan a perseguirlo por indocumentado; por último, Celeste, que padece espina bífida, también está expulsada del mercado laboral formal y es una de las entusiastas seguidoras de Rook si bien luego reaccionará contra la impunidad policial.

No tengo información alguna acerca de cómo se desarrollarán las próximas temporadas aunque hay un riesgo de que la corrección política y esa estúpida idea de que cualquier relato distópico debe también ofrecer una esperanza o una salida, acabe transformando una serie interesantísima en un rejunte de lugares comunes con buenos y malos. Ese germen está en la temporada uno en la medida en que entre los principales personajes parecen cumplirse “los cupos” tácitos. Esto es, tiene que haber un negro, un latino, una mujer, un gay, un discapacitado, un refugiado.

Asimismo, hacia el final, la tecnología aparece como instrumento de liberación y una gran revolución se produce cuando cada individuo decide acabar con la gente mala que siempre son los radicalizados, siempre es el populismo (en este caso de derecha), siempre es el Estado y siempre es la policía. La activista es la heroína y el resto se transforma en héroe en la medida en que sigue el modelo de la activista.

Sin embargo, aun con ese riesgo, me permito recomendarles fervientemente la serie, justamente, porque como varios comentaristas han señalado, lo interesante de Years and Years es que nos plantea que el futuro ya llegó, que la distopía es presente y que en el horizonte cercano, antes que autos voladores y un mundo cosmopolita y pacífico, lo que habrá es violencia, conflicto, tribalización, pauperización de las condiciones de vida de las mayorías y un crecimiento de la desigualdad.

En todo caso, el mensaje progresista de esperanza que es posible derivar de la primera temporada también habría que entenderlo como parte de un presente y un futuro que ya llegó y que convive perfecta y funcionalmente con todos los aspectos negativos recién señalados.

Entonces creo que hay que mirar Years and Years sabiendo que está limitada por el horizonte de posibilidades de un relato que pretende ser masivo y alcanzar varias temporadas pero que aun con esa limitación deja vislumbrar que hay otros relatos posibles como aquel discurso de la abuela hacia el final de la temporada que, si bien es el puntapié para una especie de “revolución ciudadana”, también es el discurso en que se hace un fuerte énfasis en las condiciones materiales de desigualdad. Así, encabezando la mesa y frente a toda su familia, la abuela dice algo muy interesante: debemos dejar de echarle la culpa a la economía, a Europa, a la oposición y al clima. ¿Por qué? Porque la culpa es de todos ya que no podemos resistirnos a comprar una camiseta de una libra que usaremos como camiseta de invierno y por la cual el que la realiza trabajando como esclavo en algún lugar de Asia recibirá 0,01 centavos; y porque no hicimos nada cuando en el supermercado reemplazaron a las cajeras por unas máquinas y lo aceptamos para poder llevarnos la mercadería sin tener que mirar a los ojos a la cajera que, por suerte, siempre cobra un poco menos que nosotros.

Claro que la realidad es mucho más compleja y que criticar a la cultura consumista sin más es un lugar común que se transita para que, paradójicamente, sea consumido por quienes se oponen al consumo. Pero frente a tanto cine inoculando ideologías varias, Years and years tiene el mérito de, al menos, estimularnos a pensar.


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