Hemos conocido que el Tribunal de Luxemburgo ha anulado el infame Modelo 720 del Reino de España que establecía una serie de obligaciones fiscales que seguramente ya conocen y que además llevaba aparejado un terrible régimen sancionador.
Es una noticia feliz después de muchos años de contienda judicial contra los abusos y voracidad fiscal desmedida. Una noticia que además evidencia muchas cosas y al mismo tiempo deja en evidencia a tantos otros, especialmente a los socialistas de todos los partidos, a los servidores públicos e incluso, globalmente, al sistema administrativo.
Sobre el asunto de los tributos en realidad tengo poco o nada que añadir a lo ya comentado en Los impuestos y el precio de vivir en una sociedad civilizada, un texto que me consta apreciado por muchos que se ganan la vida honradamente y despreciado por quienes viven del trabajo y sudor ajeno.
Ahora ya me queda recordar a Zaqueo, una especie de trasunto de la Administración tributaria, de quien dicen los Evangelios que, puesto en pie, dijo al Señor: «He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado (Lucas 19, 8-10).
Zaqueo buscaba la salvación y este episodio afectó a su situación patrimonial y financiera, cambiando su actitud radicalmente en relación con su oficio. Era recaudador de impuestos en tiempos del Imperio Romano, profesión que hizo que cayera en no pocos vicios, incluidos los de acumular dinero y, sin remordimiento alguno, abusar y defraudar también a los contribuyentes. Solía incluso reservarse para sí y sus intereses ingentes cantidades que deberían destinarse a las personas verdaderamente necesitadas.
Dicen que Zaqueo, esa especie de Administración tributaria personificada, no sabemos si socio o miembro de algún sindicato o colectivo de altos funcionarios tributarios, sufrió una transformación gracias a la intercesión de Jesús, que cuando llegó a su morada declaró: «Hoy ha venido la salvación a esta casa». Y así la salvó.
El día de Santo Tomás de Aquino, precisamente el día de uno de los principales teóricos del principio de capacidad económica, conocemos de la Sentencia del Tribunal de Luxemburgo que, puede afirmarse, debería llevar la salvación a muchos hogares, incluida la Administración tributaria, que debería recapacitar y no incurrir nunca más en comportamientos tan absolutamente desmedidos y desproporcionados. No lo hará, tristemente.
Imposible recordar a Zaqueo y olvidarse de Juan Pablo II, quien se refirió hace tiempo de manera impecable a la imposición tributaria, conciliando el deber de participar en las cargas públicas con la adecuada protección legal: «La libertad, en este campo, consiste en que los individuos y las compañías intermediarias tengan la posibilidad de hacer valer sus derechos y defenderlos frente a otras Administraciones, y sobre todo frente a las del Estado, según procedimientos que permitan un arbitraje o un juicio pronunciado en conciencia, conforme a las leyes establecidas y, por tanto, con toda independencia del poder. Este es un ideal que hay que desear para todos los países». (Confédération Fiscale Européenne, 7 de noviembre de 1980).