Los análisis políticos suelen ser muy repetitivos (si lo sabré yo que he perpetrado unos cuantos) de forma que es un alivio enorme encontrarse con formas de ver el panorama electoral que se alejan de los tópicos al uso y descubren en medio de la horrísona trifulca una capa algo más oculta, una verdad que puede hacer sonreír y debiera servir para pensar.
Esto es lo que he encontrado hace un par de días al leer un texto de Alberto Olmos publicado en El Confidencial (“Toda España tiene un familiar que ha votado a Ayuso”) que parece hablar de Madrid, y lo hace, pero que, a mi entender de lector soberano, habla, sobre todo, del fracaso de ciertas formas de izquierdismo.
Solo una vida resuelta, justo lo que no tiene la mayoría de los madrileños que luchan por ello, permite tener inquietudes tan trascendentales y modernas como las que sirven de emblema a una izquierda que ha perdido por completo lo que suele llamarse el sentido de la realidad
Alberto Olmos es un conocido novelista y ejerce con frecuencia la crítica literaria y cultural en El Confidencial y a veces también en The Objective. Es un tipo dotado para la mordacidad, es decir que tiene una gran capacidad de observación, y suele dibujar sus escenas con un pincel impresionista, rápido y siempre con un punto de piedad. La pieza que comento apareció en el periódico digital bajo el epígrafe de “cultura”, pero es que la política que padecemos es puro costumbrismo, estamos tan hechos a ella que si se mira con cuidado descubrimos mucho más los hábitos, los prejuicios y las posturitas del público y de la grey política que nada que tenga que ver con novedades, auténticos proyectos o ideas renovadoras. Como diría el clásico los revolucionarios se han hecho conservadores, ya veremos de qué, y los que se supone conservadores parecen tocados por un desdén decadente hacia la funesta manía de pensar.
Recomiendo vivamente leer a Olmos no ya para pasar un buen rato, sino para escuchar algo distinto y fresco, sin engolamientos, una escritura que nos ayuda a entender que, pese a que la realidad que compartimos sea lo bastante inerte como parecer siempre idéntica a su imagen más tópica, se pueden encontrar destellos de mucho interés cuando se la mira con detenida atención. En el texto que comento, Olmos empieza por anotar que han sido muchos los que se declaraban incapaces de entender las causas de la mayoría absoluta de Isabel Díaz Ayuso y para descifrar esa incomprensión nuestro autor pergeña un retrato muy vivo de la izquierda que protesta su indignación y su espanto pero que es incapaz de entender lo que pasa en Madrid.
Me permitiré tomar la explicación que hace Olmos del caso madrileño como una metáfora que ayude a entender cómo y por qué la izquierda siente que le aprieta el zapato. El escritor nos dice que Madrid es una ciudad formada por los que llegan a ella en busca de solución y se tienen que conformar tantas veces con menos de lo que pensaban, eso cuando no tiene que emprender el regreso a su lugar de partida. Madrid es una realidad dura, cruel si se quiere, pero es lo que hay, porque fuera de las grandes ciudades cada vez quedan menos cosas que hacer.
Olmos, que es un madrileño de los que ha venido, les dice a sus hijos “No sabéis la suerte que tenéis de haber nacido en Madrid”, la suerte de no tener que venir a Madrid como tuvo que hacer su padre. Madrid le parece una trituradora de sueños, en la que no resultar expulsado es ya un cierto éxito, pero esto es, en esencia, lo que es la realidad económica y de supervivencia en la que vive y lucha mucha gente, y claro es que no solo en Madrid, nada que ver con un reino de paz y de alegría, con poderse dedicar a cuidar el planeta, por ejemplo.
Sobre este panorama se alza la crítica, lúcida y sutil, que Olmos le hace a la izquierda (madrileña, pero también en casi todas partes) porque sucede que la gran mayoría de esos madrileños que luchan por no perecer en la refriega de la supervivencia empiezan por no entender lo que dicen las izquierdas nuevas (ahora casi todas pretenden serlo) que no entienden que la vida en Madrid no va de ir en bicicleta y otras cosas igual de estupendas, sino de cómo dar de comer a tus hijos cada día, de cómo no perder el trabajo y pagar la hipoteca o el alquiler.
Nadie amanece en Madrid pensando en el cambio climático dice Olmos en su realismo desafiante. Ese tipo de cosas solo preocupa a los que no tienen urgencias más inmediatas en las que pensar, a quienes no conocen a nadie que no llegue a fin de mes, o a nadie que no tenga terraza en su apartamento, como sugiere Olmos que ocurre con las dos figuras femeninas más conocidas de la nueva izquierda madrileña. Solo una vida resuelta, justo lo que no tiene la mayoría de los madrileños que luchan por ello, permite tener inquietudes tan trascendentales y modernas como las que sirven de emblema a una izquierda que ha perdido por completo lo que suele llamarse el sentido de la realidad.
Estamos, dice Olmos, ante una izquierda adolescente, una izquierda que ha sido criada en brazos de una cierta opulencia social y que pide más desde su punto de vista pero que no acierta a comprender qué es lo que mueve a los que prefieran votar a alguien que les prometa bajar los impuestos que a quien se proponga combatir unas emergencias climáticas que están muy más allá de las agonías del fin de mes.
En buena medida, esta es al menos mi apreciación, el retrato de esa izquierda “cuqui” trasciende los límites de Madrid y alcanza a calificar la acción política que ha protagonizado Pedro Sánchez con toda suerte de adornos. Pero aquí tropezamos con otra cuestión: ¿volverá a suceder, una vez más, que la izquierda no sea vencida por su supuesto rival, sino que es ella misma quien se descarta?
No faltan observadores que anotan que cualquier victoria de la derecha en España ha sido posible por la desmovilización de la izquierda, una aplicación singular de la idea que reza que las elecciones no las gana la oposición, sino que siempre las pierde el gobierno.
¿Ha cometido Sánchez el error de presentar una izquierda alejada de lo inmediato, de lo difícil y cotidiano? Entiendo que es así, que Sánchez se empeña en dos tareas quiméricas, muy alejadas de lo que cualquiera puede entender sin mayores dificultades. La primera es que Sánchez se apresta a defendernos de un monstruo que es de su entera ficción, el fascismo vociferante y sangriento de la derecha, una amenaza que no le dice gran cosa a quien tenga que preocuparse de comer, cubrir los gastos y no perder el curro. Pero es que, además, Sánchez quiere convencer al personal de que es más patriota que nadie y quiere salvar a España del secuestro en que la tienen los fachas para lo que no duda en apoyarse en personajes tan aviesos como los viejos amigos de ETA o los golpistas que han querido separar un trozo nada menor de España para disfrutarlo en exclusiva y a sus anchas. Recuerdo cómo en medio de aquella intentona una mujer ya muy mayor afirmaba ante las cámaras que ella no tenía nada pero que nadie le podía arrebatar el ser española.
Ya para terminar, no deja de ser preocupante que se necesite que la izquierda se equivoque tan de medio a medio como para que se considere posible que otros puedan alcanzar la victoria, es evidente que les queda mucho que aprender.
Foto: Clem Onojeghuo.