Durante miles de años, la historia del ser humano ha consistido en conocer el medio que le rodeaba y crear herramientas y formas para su control de muy diverso tipo (lingüístico, físico, químico, filosófico…). La creación de Internet supuso crear un segundo mundo, invisible en apariencia como la conciencia, con resultados catalizados en ordenadores o aparatos electrónicos que permitieron nuevamente conocer ese nuevo medio y diseñar herramientas de lenguaje y otras áreas para su control y eficiencia. El perfeccionamiento de la Inteligencia Artificial (IA) parece suponer la creación de otro escenario más, alternativo a lo estrictamente real. Las formas de relación social invitan a sofisticarse a partir de mecanismos más complejos que las antiguas herramientas de la revolución de la agricultura, y eso es porque esta nueva situación nos mira de frente, encara al ser humano en la búsqueda de un reflejo, un cambio cualitativo en la prestación de servicios. No hará falta que hagamos muchas cosas, y eso supone más cosas, positivas y negativas, aún por descubrir de nosotros mismos. Entre deseos, ilusiones, riesgos, hechos, miedo y sentimientos encontrados la IA ofrece revolución: la destrucción creativa de Schumpeter.
Bill Gates, en su artículo publicado el pasado mes de marzo, ha querido resaltar varias cuestiones que la IA ofrece. A continuación resumo sus notas más importantes.
Libre creatividad empresarial, ética, coordinación gubernamental internacional y colaboración científica interdisciplinar parecen los pilares sobre los cuales habremos de seguir la evolución de esta nueva revolución
En particular el filántropo norteamericano destaca una visión optimista del fenómeno a partir del incremento de incentivos empresariales que generará. Así dice:
“el desarrollo de la IA es tan fundamental como la creación del microprocesador, la computadora personal, Internet y el teléfono móvil. Cambiará la forma en que las personas trabajan, aprenden, viajan, obtienen atención médica y se comunican entre sí. Industrias enteras se reorientarán a su alrededor. Las empresas se distinguirán por lo bien que lo utilizan”.
Este cambio de paradigma no hubiera de entenderse como un salto al vacío, pues la función empresarial orientará la salida de resultados óptimos y eficaces en base a las necesidades de los consumidores:
“cuando aumenta la productividad, la sociedad se beneficia porque las personas quedan libres para hacer otras cosas, en el trabajo y en el hogar. Por supuesto, existen serias dudas sobre qué tipo de apoyo y readiestramiento necesitarán las personas”.
Si el desarrollo tecnológico supone un incremento de la riqueza (igual que un tractor contribuye más en menos tiempo que diez trabajadores en la recolección de un cereal) ese tiempo extra podrá ser dedicado a una especie de trabajo humanista, pudiera entenderse esto como labores cívicas, éticas o de educación psicológica. Una IA tiene ahí un fuerte muro de contención respecto al humano, y donde parece cobrar aquella mayor protagonismo es en labores donde la creatividad o la comprensión (que no el entendimiento) interpartes no suponen el eje de obra:
“la demanda de personas que ayuden a otras personas nunca desaparecerá. El auge de la IA liberará a las personas para hacer cosas que el software nunca hará: enseñar, cuidar a los pacientes y apoyar a los ancianos, por ejemplo”.
Pese a ello, Bill Gates asegura que en los próximos cinco o diez años, la IA podrá revolucionar la forma en que las personas enseñan y aprenden:
“[la IA] conocerá sus intereses y su estilo de aprendizaje para que pueda adaptar el contenido que lo mantendrá interesado. Medirá su comprensión, notará cuándo está perdiendo interés y comprenderá a qué tipo de motivación responde. Dará retroalimentación inmediata”.
Pero vuelve a recordar que esa dinámica funcional humana, de pensamiento-emoción-conducta, sigue siendo irrestricta:
“incluso una vez que se perfeccione la tecnología, el aprendizaje seguirá dependiendo de las excelentes relaciones entre estudiantes y maestros. Mejorará, pero nunca reemplazará, el trabajo que los estudiantes y los maestros hacen juntos en el salón de clases”.
Por otro lado, Bill Gates pone sobre la mesa la cuestión de la responsabilidad. Concierne a todos llevar el desarrollo de la IA a parámetros de equidad y justicia, y en concreto atribuye la máxima responsabilidad a los gobiernos:
“los gobiernos deben ayudar a los trabajadores a realizar la transición a otros roles (…). Los gobiernos y la filantropía deberán desempeñar un papel importante para garantizar que se reduzca la inequidad y no contribuya a ella. Esta es la prioridad para mi propio trabajo relacionado con la IA”.
En particular Gates ve en los ámbitos de la salud y educación las dos áreas idóneas para centrar políticas públicas y de mecenazgo para que no solo las personas adineradas se beneficien de la IA y nadie se quede atrás por proceder de hogares con ingresos bajos. Así Gates propone una hoja de ruta: controlar los riesgos y distribuir los beneficios a la mayor cantidad de la población, y que los gobiernos y la filantropía garanticen que la IA se utilice para reducir la desigualdad y la injusticia en el mundo.
Como dice Gates, “la Era de la IA está llena de oportunidades y responsabilidades”, lo que resulta dudoso, en mi opinión, son ambos aspectos.
Considero, sin duda, que estamos ante numerosas oportunidades, pero los incentivos económicos, tecnológicos y científicos habrán de conjugarse en paralelo a regulaciones legales que intervengan poco pero cuando lo hagan, sea en forma de calidad. Por otro lado, las responsabilidades habrán de conjugarse de igual forma entre científicos, empresarios y gobiernos; entre científicos deberá promocionarse apoyo interdisciplinar y una revisión deontológica firme, haciendo revisiones particulares con respecto al objeto de estudio (p.ej. qué implicaciones puede tener determinado aparato neurotecnológico con desarrollo de IA para conceptos como identidad, privacidad, igualdad o libertad); entre empresarios habrá de tener protagonismo la denominada ética empresarial para no depender sus incentivos de un incremento de beneficios a costa de externalidades negativas evitables por otros medios cuya prestación también puedan generar incentivos a la función empresarial siempre que la regulación no asfixie absurdamente; y los gobiernos ofreciendo un marco regulatorio armonizado y claro, preferentemente internacional, aceptando que se vulnerarán derechos como causa inevitable para el fortalecimiento de sus garantías y fundamentos, pero que eso no ha de omitir que se puede reducir el grado de riesgos e impactos si se empieza ya.
Hay muchas cuestiones que quedan sin resolver, por ejemplo, si ante el incremento de la eficacia y eficiencia de la IA hasta el punto de inflar la tasa de paro a niveles descontrolados qué papel puede jugar el salario mínimo vital o qué nuevos puestos laborales pueden alentar un Efecto Ricardo, o cómo puede repercutir en el descenso o incremento del gasto público. Como no lo sabemos, podemos decir lo que sabemos: la IA es una oportunidad por diseñar por todos y una responsabilidad que compartir, y algunos más que otros. Libre creatividad empresarial, ética, coordinación gubernamental internacional y colaboración científica interdisciplinar parecen los pilares sobre los cuales habremos de seguir la evolución de esta nueva revolución.
Foto: Lyman Hansel Gerona.