Si les pido que busquen en los medios de comunicación un colectivo o minoría del que se diga que no se le reconocen (supuestamente) sus derechos lo más seguro es que los buscadores se copen con resultados en torno al colectivo LGTB o las mujeres. Ahora les invito a pensar en otro: las personas ciegas o con deficiencias visuales. Para que les sea más cómodo pensar en ellos como minoría vapuleada, sepan que en 2016 de los casi 40 millones de habitantes que había en España, cerca de 9 millones presentaban diferentes limitaciones y de ellos, 1 millón con problemas visuales. Son una minoría, ¿verdad? Pero no se detengan ahí. De ese millón, solamente el 7% son personas afiliadas a la ONCE (72256 personas) y, por ello son considerados “ciegos legales”, con sus ayudas y derechos reconocidos. Sin duda, son una minoría. Ahora bien, si les pido que busquen información en torno a la ONCE y sus ciegos legales, seguramente todo lo que encuentren sea positivo y encomiable. Incluso les vendrá a la cabeza alguna de las infinitas campañas de la ONCE en las que se les llena la boca diciendo que ayudan a sus ciegos. La realidad dista mucho de lo que los medios de comunicación y la propia ONCE hacen creer.

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Violencia opacada

La Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE) es una corporación sin ánimo de lucro con la misión de mejorar la calidad de vida de las personas ciegas y con discapacidad visual de toda España. Al menos así nació, porque hoy dista mucho de la realidad que oculta ya que, en pleno siglo XXI, los vendedores del cupón y otros compañeros son vilipendiados. Pues la ONCE ha ensuciado de inhumanidad el fin social con el que nació.

Antes, cuando un ciego comenzaba a trabajar con la venta de cupones se buscaba la mejor adecuación de la persona. Se buscaba que el sitio y/o la zona de ventas fuera acorde a las necesidades y limitaciones del vendedor. Desde hace unos 7 años ya no es así. Ahora se les cambia de zona y sitio sin aviso previo, pasando de zonas de alta demanda a zonas de baja demanda. Sin olvidar, lo que supone ese tipo de cambios para los ciegos (conocer la nueva zona, barreras arquitectónicas, etc.). Se les cambia su quiosco por una simple silla. Además, les exigen facturar 210€ diarios para poder tener un sueldo digno.

Ante el miedo por el despido, los vendedores tienen que trabajar todos los días de la semana, incluso festivos, para alcanzar los mínimos fijados por la empresa

Pero no queda la cosa ahí, pues en los últimos años, los vendedores están recibiendo una carta tipo con la que la ONCE les somete a una gran presión, cuando no llegan al mínimo exigido. Ante el miedo por el despido, esta situación (provocada por la ONCE) propicia que los vendedores tengan que trabajar todos los días de la semana, incluso festivos, para alcanzar los mínimos fijados por la empresa. Llegando a trabajar en sus días libres, haciendo “competencia desleal” a sus compañeros. La ONCE así responsabiliza al vendedor de las ventas, cuando no depende de ellos ni mucho menos.

Les animo a meterse en la piel de un vendedor: si no venden y no alcanzan las cifras y son temporales no les renovarán el contrato, si son fijos les presionarán para que vendan más con sanciones por baja rentabilidad al no llegar a los mínimos. Y a esa situación súmenle que el punto de venta no tenga capacidad de venta. Peor aún, que le pongan al lado una Oficina de Correos o un estanco o bar donde venden sus productos, cuando nada tienen que ver con los fines sociales ni con el empleo de personas discapacitadas.

De este modo, les están obligando a hacer la zona de influencia, que busquen clientes y se hagan la calle, como si fueran comerciales. Cuando ello contraviene las reglas de seguridad y salud en el trabajo. En definitiva, la ONCE se está deshaciendo de sus vendedores, de personas ciegas a quienes les debería mejorar su calidad de vida y sin ánimo de lucro.

La Inspección de Trabajo ha emitido varios requerimientos a la ONCE y sanciones al respecto, para que ponga fin a estas prácticas. Pero la situación no se corrige, los vendedores tienen miedo de denunciar y la sociedad poco o nada sabe de esta problemática. ¿Por qué?

El silencio de todos

Seguramente si los medios de comunicación hablasen de ello, la sociedad tendría conocimiento de esta situación inhumana que viven las personas ciegas. Seguramente la sociedad saldría a la calle a manifestarse con carteles del tipo “ni uno más”, ¿no creen? Lo cierto es que ningún medio habla de esto porque la ONCE se gasta millones de euros en publicidad. Sin ir más lejos, en 2016 el gasto en publicidad alcanzó los 51 millones de euros. Suficiente mordaza, digo desembolso, para incitar a cualquier medio a que no hable mal de la ONCE.

La ONCE muestra una imagen altruista y humanitaria a un lado del televisor y una realidad cruda y muy diferente al otro lado del quiosco cuando se vende el cupón

De este modo, la ONCE muestra una imagen altruista y humanitaria a un lado del televisor y una realidad cruda y muy diferente al otro lado del quiosco cuando se vende el cupón. Una organización que, en definitiva, depende del Estado y que nos supone a todos los españoles 360 millones de euros anuales de costes. Tampoco ayuda que las empresas que contratan a personas con diversidad funcional no respeten los acuerdos y derechos de estas personas. Por lo visto, para estas empresas pesa más el hecho de que al contratar a personas afiliadas a la ONCE tienen mayores beneficios empresariales que respetar los mínimos en los que se tiene que desenvolver cuando los contratan. Así nos encontramos, por ejemplo, despidos improcedentes o jornadas abusivas. De nuevo, el miedo al despido hace que estas personas trabajen más horas de las acordadas.

Así, de cara a la sociedad, nos encontramos con una ONCE y unas empresas que lo hacen todo bien, gracias al lavado de imagen que hacen los medios, y que hacen creer que la persona con ceguera es una privilegiada. Privilegiada por tener braille, tener semáforos sonoros, por tener un trabajo. No tienen pretextos, tal y como quieren hacer creer con la campaña «no hay excusas». Pero lo cierto es que nos encontramos con un modelo contradictorio en el que la ONCE y sus diferentes brazos armados (Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad -CERMI-) vulneran los derechos de salud laboral de sus trabajadores. Nos encontramos con una ONCE que deniega la venta a personas ciegas y las despide porque no alcanzan unas cifras determinadas.

Pero no son los únicos que se lucran. También nos encontramos con lo que Valle-Inclán expuso en Divinas Palabras: usar al tullido para recaudar. Es decir, toda una instrumentalización de los ciegos por parte de sus propias familias para recaudar beneficios. Y no me olvido, también nos encontramos con una sociedad que no tiene conciencia de estas problemáticas, bien porque no interesa, bien porque no es una “causa justa por la que luchar”, bien porque no da “likes” y visitas.

Antes que ciegos, personas

Entonces, si ONCE, empresas y sociedad han facilitado esta «violencia» contra esta minoría, ¿en manos de quién está la solución? Para mí, está en manos de todos. Se necesitan denuncias activas que muestren las condiciones en las que se encuentran estas personas. Se necesita desnudar a la ONCE y, para ello, el Estado también tiene que controlar la deriva antisocial que está llevando. Pues la tutela de la ONCE está en manos del Consejo de Protectorado, que está relacionado con el Ministerio de Sanidad.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. En definitiva, a eso se reduce todo: a la inmensa ceguera voluntaria de todos

También convendría recordar que la principal revolución de la Convención de las Naciones Unidas sobre Discapacidad es que no contempla que la discapacidad esté en las personas, sino en las barreras que la sociedad les impone. Es decir, que las barreras son impuestas y que las discapacidades están en la sociedad. Por ello, no estaría de más que la sociedad reflexionase sobre el problema porque nos atañe a todos, directa o indirectamente (costes), y luchase por derribar las barreras sociopolíticas, aunque la mayor barrera que se pone a las personas ciegas son los prejuicios.

Pero claro, la sabiduría popular también es consciente de que no hay peor ciego que el que no quiere ver. En definitiva, a eso se reduce todo: a la inmensa ceguera voluntaria de todos, desde la sociedad hasta los poderes públicos. Habrá que ir pensando en abrir los ojos…

Dedicado a mi abuelo.

Foto: George Hodan


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Cuca Casado
Soy Cuca, para las cuestiones oficiales me llaman María de los Ángeles. Vine a este mundo en 1986 y mi corazón está dividido entre Madrid y Asturias. Dicen que soy un poco descarada, joven pero clásica, unas veces habla mi niña interior y otras una engreída con corazón. Abogo por una nueva Ilustración Evolucionista, pues son dos conceptos que me gustan mucho, cuanto más si van juntos. Diplomada en enfermería, llevo algo más de una década dedicada a la enfermería de urgencias. Mi profesión la he ido compaginando con la docencia y con diversos estudios. Entre ellos, me especialicé en la Psicología legal y forense, con la que realicé un estudio sobre La violencia más allá del género. He tenido la oportunidad de ir a Euromind (foro de encuentros sobre ciencia y humanismo en el Parlamento Europeo), donde he asistido a los encuentros «Mujeres fuertes, hombres débiles», «Understanding Intimate Partner Violence against Men» y «Manipulators: psychology of toxic influences». En estos momentos me encuentro inmersa en la formación en Criminología y dando forma a mis ideas y teorías en relación a la violencia. Coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico» (Unión Editorial, 2020).