Subido en mi barca electrónica me dejo arrastrar por la corriente de lo cotidiano. Con apenas 4 aprendidos a modo de pala intento remar para evitar la zozobra, el frío y, quién sabe, el ahogamiento. Nunca fue fácil sortear los meandros del río de la vida, evitar las piedras grandes en el camino, salir indemne de las luchas cotidianas. He de reconocer que no lo vi llegar. Mi instinto, tan limitado por lo aprendido, me impidió una y otra vez levantar la mirada más allá de mañana o pasado mañana. Y las nubes que se ciernen sobre nosotros son negras, de tormenta.
Vivo en un país en el que los sobresaltos son escasos y del que se dice que las incertidumbres son más llevaderas. Observo desde esta mi privilegiada atalaya cómo en la lejanía, allá en las tierras que me vieron nacer, las incógnitas, el desasosiego, la desesperanza y la división aumentan poco a poco, pero con la misma tozudez con que el sol se mueve cada día. No alcanzo a comprender cómo empezó todo. Me cuesta entender cuál puede ser la utilidad última del fomento de la división entre españoles. No, no hablo solo de división territorial: hablo de división social. Mis lecturas me dictan que se trata de una batalla por el poder, una batalla librada entre políticos faltos de escrúpulos, perfectamente ajenos ya a lo que debería ser su función principal: servir a sus votantes. O, tal vez, se trate precisamente de eso, de atender solo a los propios votantes convirtiéndoles en clientes de mágicos mundos deseables pero vacíos, de felicidades impostadas, de paraísos felices y sin mancha.
Más de 100.000 familias han perdido a un ser querido. Más de un millón de personas han perdido su trabajo, están a punto de hacerlo o han visto -están viendo- profundamente mermada su capacidad de subsistencia
Y es así como todos, envueltos en nuestra propia cámara de eco, nos abandonamos a la disputa fácil mientras apenas nos damos cuenta de que nos están expropiando. Nos están expropiando el fruto de nuestro trabajo. Los están expropiando las libertades que nos pertenecen. Nos están expropiando la fraternidad que nos caracterizaba. Nos están expropiando el futuro coma el nuestro, el de nuestros hijos y el de nuestros nietos. Hablo de las disputas porque, estoy seguro, más de uno de los que en estos momentos está leyendo estas líneas ya ha tomado partido: está criticando a la izquierda; está criticando a la derecha; se refiere a los otros. Y no, no se trata de los unos o los otros, se trata de nosotros frente al uso torticero del mandato que en su día a través de unas elecciones concedimos a las personas que hoy nos representan en el Parlamento.
No les dimos nuestro voto para que acabasen conchabándose en una reforma del Consejo General del Poder Judicial, ya bastante maltrecho, que hubiera podido suponer la puntilla definitiva al principio de la separación de poderes en nuestro país y que solamente ha sido evitable bajo el chantaje y la amenaza de otros países en la Unión Europea que, cómo son los que pagan las facturas, también nos van a dictar cómo debemos llevar adelante esta y otras políticas.
Tampoco les dimos el voto para que cambiasen nuestra forma de hablar, para que alterasen profundamente nuestra forma de relacionarnos con los demás. Yo siempre pensé que de lo que se trataba era de consolidar de una vez por todas en la vida real lo ya plasmado en nuestra Constitución: todos somos iguales ante la ley. Pero no solo ante la ley. Por más que me esfuerzo no consigo comprender por qué mi actitud ante otra persona debe de ser diferente en función de su sexo, ya sea biológico o asumido por ella misma. Y tal vez por eso, porque no soy capaz de comprender cómo y por qué debería cambiar yo mi actitud me cuesta tanto entender cómo y por qué debe cambiar una ley. las leyes deben ser para todos iguales y de igual aplicación. Para ello no es necesario hablar de niños, niñas o neñes, basta con saber que un menor, precisamente por serlo, merece no ya nuestro respeto irrestricto, sino la contundente acción del Estado para garantizar su integridad física y mental. Y lo único que vemos son memeces en el uso del lenguaje e impedimentos por parte de algunos estamentos para desarrollar investigaciones que cumplan la misión de protección del menor que creo que sí todos deseamos.
Ninguno de nosotros pudo jamás sospechar que la respuesta estatal a una crisis sanitaria, en este caso una pandemia provocada por un virus, iba a consistir fundamentalmente en recluir a las personas sanas, impedirnos trabajar a todos, limitar nuestra libertad de movimiento, limitar nuestra libertad de reunión y mantener una política de información falaz y en algunos casos mentirosa. No puedo dejar este párrafo sin mencionar la alegría y el aplauso de tantos de nosotros ante semejantes recortes de la libertad en nombre de una supuesta mayor seguridad. Tras lo acontecido en el curso de los últimos 14 meses ya, solo puedo decir: enhorabuena, la invasión del sistema educativo, la perversión de los principios y derechos de la libertad individual ha logrado sus metas. Somos mucho más obedientes que nunca lo habíamos sido y todo parece indicar que no nos desagrada en exceso.
Entregados como estamos a los vaivenes de las declaraciones políticas y los titulares de prensa, en esas disputas tribales de las que les hablaba antes, no caemos en la cuenta del enorme peligro qué se esconde tras las venenosas inculpaciones, acusaciones y señalamientos de unos vecinos de todos: los madrileños. Hoy todo lo bueno viene de Madrid y todo lo malo también. Como si la sociedad española se limitase a quienes viven y gobiernan en Madrid. El tema es candente, me dirán, pues hay elecciones el próximo 4 de mayo. Sin duda, pero la vida cotidiana de los sorianos, los turolenses, los almerienses, los lucenses, los leoneses o los salmantinos también continúa mañana. Ellos no van a esperar al 4 de mayo para retomar sus preocupaciones y sus quehaceres.
Más de 100.000 familias han perdido a un ser querido. Más de un millón de personas han perdido su trabajo, están a punto de hacerlo o han visto -están viendo- profundamente mermada su capacidad de subsistencia. Pero no miremos a las nubes negras, no tenemos tiempo. Nos han lanzado a los rápidos, a la torrentera desembocada de las noticias y los mensajes políticos. Sin tiempo para reflexionar. Sin un segundo para la crítica reposada. Apenas con tiempo de enseñar una pancarta, de unirse a un “los nuestros”. Y los políticos de todos los colores frotándose las manos.
Foto: Mubariz Mehdizadeh.