A quienes nos gusta el futbol, aunque no seamos ni apasionados ni forofos, siendo madridistas y queremos lo mejor para nuestro club, nos llama la atención la respuesta tan irracional como abrumadora de quienes están saltando como tigres contra una brillante iniciativa liderada por Florentino Pérez sin atenerse a razón alguna.

Publicidad

Todos los que se oponen –sin excepción- a la nueva Superliga, a la hora de elegir un partido por TV prefieren ver a los equipos que la componen, incluso si son seguidores de otros de menor enjundia futbolística. Cuando juegan los grandes equipos, hasta los seguidores de los pequeños pagan por verlos por TV. Nada hay más libremente democrático que la Superliga, cuyo fundamento es poner en valor y maximizarlo el mayúsculo y universal deseo de millones de aficionados que están dispuestos a pagar por ver competir a los mejores equipos del mundo y solo muy ultraminoritariamente a los equipos de su barrio o ciudad que nunca ganan nada, ni en consecuencia pueden pagar ni disponer de los mejores futbolistas.

La reacción contra este proyecto acusa a los clubes implicados de insolidaridad, egoísmo y falta de adhesión a una idea “democrática” del deporte sin tener en consideración la legitimidad de los procedimientos actuales, la libertad de los clubes para organizarse como mejor les parezca y las realidades de un deporte que hace mucho abandonó el amateurismo

El principio fundamental de la Superliga es incuestionable: conseguir arraigar la máxima afición al futbol a nivel ecuménico para convertirlo en el deporte –e incluso el acontecimiento- más popular de la historia de la humanidad. Para conseguirlo, como hacen todas las grandes empresas de éxito, hay que ofrecer los partidos que más seguimiento pueden alcanzar a gusto de los espectadores. Pues bien, siendo que ahora casi todo es visible por TV, da la casualidad que la gente prefiere pagar por ver competir a los mejores equipos del mundo –porque tienen los mejores jugadores- que ver gratis al resto de equipos menores.

La reacción contra este proyecto acusa a los clubes implicados de insolidaridad, egoísmo y falta de adhesión a una idea “democrática” del deporte sin tener en consideración la legitimidad de los procedimientos actuales, la libertad de los clubes para organizarse como mejor les parezca y las realidades de un deporte que hace mucho abandonó el amateurismo para convertirse en una actividad profesional y mercantil semejante a otras muchas que componen eso que se denomina el mundo del espectáculo.

A los opositores al proyecto no les parece mal que organismos como la UEFA, la FIFA y demás, organicen torneos, negocien derechos televisivos y partan y repartan los beneficios de la forma que consideren oportuna, utilizando para ello el prestigio, los medios y los recursos de unas entidades, muchas de ellas sociedades anónimas, que son las que invierten y arriesgan y las responsables de la inmensa mayor parte de esos beneficios.

¿Se imagina alguien que eso pudiese hacerse en el cine, la televisión o cualquier otra actividad de espectáculo?

Un proyecto como la Superliga no cabe en la cabeza –ni por tanto la pueden desarrollar – de quienes dominan las federaciones deportivas; todos ellos ex – deportistas con mediocres trayectorias y poca o ninguna preparación profesional para afrontar estos desafíos. (Sin olvidar los escándalos que esos organismos han protagonizado a lo largo de su historia).

El nuevo proyecto, además de emular la Superliga de Baloncesto europea –los baloncestistas siempre fueron mas dotados intelectualmente que los futbolistas- tiene como referente un modelo de extraordinario éxito: la NBA norteamericana, un mayúsculo ejemplo de explotación de un deporte, que por lo que se ve, no les cabe en su cabeza a los actuales dirigentes del futbol europeo. (Al parecer hay quienes piensan que la NBA ha perjudicado al baloncesto americano).

La Superliga del futbol europeo beneficia a casi todo el mundo:

  • Los espectadores que pueden elegir libremente entre una oferta mucho mas rica de posibilidades y a su gusto.
  • Los clubs grandes que dispondrán de más medios económicos para desarrollar sus proyectos deportivos.
  • Los clubs pequeños que recibirán mayores ingresos al participar -aún minoritariamente- de un “pastel” mucho más grande.
  • El futbol como deporte al disponer de muchos más medios económicos y por tanto técnicos para desarrollar todas sus posibilidades.
  • La libertad de elegir ahora constreñida por dirigentes de muy escasa envergadura intelectual y profesional.

Pierden, eso sí, los actuales dirigentes que pretenden seguir monopolizando el futbol a favor de sus supuestamente deportivos intereses.

No es extraño que los franceses y alemanes, de momento, no quieran participar en la Superliga; al fin y al cabo carecen del prestigio cosmopolita de los clubs ingleses, españoles e italianos que tienen muchísimos mas seguidores en todo el mundo que el todavía provinciano futbol francés y el muy limitado al Bayern futbol alemán

Que, en España, el nacionalismo vasco y los comunistas estén en contra del proyecto, deja muy claro que el interés de la inmensa mayoría debe estar a favor.

Los mayores logros innovadores de la historia del mundo siempre encontraron enemigos de lo nuevo por doquier. Los viejos intereses creados de siempre regresan así a su escenario preferido: oponerse a las novedades en defensa de si mismos –y nadie más- y en contra de lo que puede favorecer a la inmensa mayoría.

Es difícil prever que va a suceder en los próximos meses dada la índole emocional de este debate, pero algo debe quedar claro: los clubes de futbol son entidades privadas que tienen derecho a defender sus intereses de la forma que consideren oportuna. Las leyes que regulan la actividad mercantil les son de aplicación como a cualquier otra empresa. La aparición de los derechos televisivos ha cambiado el entorno del futbol para siempre. Y, en definitiva, el viejo orden federativo nacional y europeo o mundial no puede pretender que nada cambie excepto la cuantía de sus emolumentos y sus privilegios. Ha llegado la hora del cambio y toca revisar los viejos procedimientos.

Foto: Emilio Garcia.


Por favor, lee esto

Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticamente correctas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo tú, mediante el pequeño mecenazgo, puedes salvaguardar esa libertad para que en el panorama informativo existan medios nuevos, distintos, disidentes, como Disidentia, que abran el debate y promuevan una agenda de verdadero interés público.

Become a Patron!

Artículo anteriorCorriente abajo
Artículo siguienteLa siguiente contienda
Epicteto
Epicteto fue un filósofo griego, de la escuela estoica, que vivió parte de su vida como esclavo en Roma. No dejó obra escrita, pero de sus enseñanzas se conservan un Enchiridion o 'Manual', y sus Discursos editados por su discípulo Flavio Arriano.