Más allá de que hay muy buenas razones para advertir que la asociación entre periodismo y libertad de expresión podría no ser ni esencial ni necesaria, cada vez que, por algún motivo, se habla del periodismo también se hace referencia a la lucha contra la censura. Es que, a lo largo de la historia, en cada país y por distintas circunstancias, miles de periodistas sufrieron y resistieron la censura de modo heroico a tal punto que a muchos les ha costado la vida.

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Ahora bien, cuando se habla de censura, en general, se suele hacer referencia a la que realizan los gobiernos contra los medios y/o periodistas, casi siempre en contextos de dictaduras, más allá de que las democracias también nos han brindado y nos brindan numerosos ejemplos. Pero cuando se habla de la censura que realiza un gobierno, la figura del censor es sinónimo del que recorta, aquel que utiliza su poder formal para, por razones morales o políticas, impedir que una noticia se haga pública o, yendo más allá del campo del periodismo, aquel que es capaz de quitar una escena de una película, un párrafo de un libro o el estribillo de una canción.

Dado que en Latinoamérica tenemos una triste historia de dictaduras y gobiernos de derecha, asociamos la censura a esta tradición pero, claro está, el mundo entero ha dado cuenta de numerosos ejemplos de censuras en dictaduras y gobiernos de izquierda. Abusando de un extremo de generalidad, lo que tendrían en común este tipo de censuras, entonces, no es su pertenencia a una determinada tradición política o de pensamiento sino el hecho de que se hace en nombre de las mayorías o de un supuesto determinado patrón de “el orden” y “lo normal” que estaría fielmente representado por un gobierno que ha llegado allí, electoralmente o de facto, con la misión de protegerlo.

La «censura democrática»

Con la concentración mediática y los medios tradicionales como parte de conglomerados económicos de empresas transnacionales que, en algunos casos, facturan más que el Producto Interior Bruto de ciertos países, la censura y la presión de los gobiernos no cesó completamente pero quedó, en general, en un segundo plano frente a la prepotencia disciplinadora del capital. De hecho, podría decirse que son esos medios y esos conglomerados los que extorsionan a los gobiernos y los que ejercen formas de censura tradicionales (como recorte de una información que pudiera ser sensible a sus intereses) pero también nuevas formas de la censura.

Se trata de lo que Ignacio Ramonet dio en llamar “censura democrática”, esto es, una forma de censura que no actúa a través de recortes sino a través de la propagación casi infinita de una cantidad de información mayoritariamente irrelevante cuando no directamente falsa. Se trata de una sobreproducción de información que acaba obturando lo relevante y verdadero. Nadie recorta nada pero es tanto el estímulo que, aun estando presente, la información importante no se ve y se pasa por alto.

No hace falta aquí un censor o un editor más allá de que los hay y de que son las decisiones editoriales de estos últimos las que determinan o, al menos, resultan influyentes al momento de visibilizar o invisibilizar una información. Pero es la fluidez irrefrenable de datos la que solapadamente hace el trabajo. Censura sin responsables y en el marco de una aparente libertad y una democracia vigorosa con amplia circulación de la opinión.

A pesar de que, como se indicaba anteriormente, en la actualidad, la censura democrática tiene plena vigencia y la censura clásica aparece enmascarada en formas sutiles, la proliferación de las redes sociales y la lucha por la hegemonía de estos canales de comunicación ha derivado en una nueva forma de censura que, a falta de un término más original, podría denominarse “poscensura”.

La dinámica de la poscensura

Si bien en muchos casos son los gobiernos los que han generado estructuras de trolls y bots para instalar temas y disciplinar a opositores influencers, la propia dinámica de las redes amplificada por los portales de noticias, genera formas de censura presuntamente legitimadas por el funcionamiento de “la mano invisible” de la web. Es curioso, porque a diferencia de la censura clásica y la democrática, la poscensura es defendida abiertamente y tiene una impronta moral tan potente como la de la censura clásica. Dejando de lado los que lo hacen como trabajo al servicio de algún determinado poder, lo interesante es que el usuario común cree tener la obligación de opinar y juzgar a todo aquello y a todo aquel que circule por allí, actuando con la lógica del enjambre.

¿Quién opinó hoy “indebidamente”? ¿Quién acaba de cometer una acción presuntamente repudiable? Los usuarios parecen comenzar el día haciéndose ese tipo de interrogaciones y las consecuencias de ello son bastante evidentes: lo que alguna vez se presentó como la panacea de la libertad en la que “los famosos” podían interactuar sin mediaciones con sus seguidores, hoy devino un espacio cloacal y violento en el que son cada vez más los que deciden cerrar sus cuentas o transformarse en voyeuristas silenciosos de la lapidación cibernética de hoy.

Hoy en día, la corrección política es la corriente que tiene mayor preponderancia para señalar quién será el lapidado y/o escrachado de hoy

Y ya que hablamos de curiosidad, hay que destacar que, en las redes, por supuesto, es posible encontrar manifestaciones de todas las tradiciones de pensamiento, incluso aquellas capaces de justificar genocidios o actos terroristas, pero hoy en día es la corrección política la que tiene mayor preponderancia al momento de señalar quién será el lapidado y/o escrachado de hoy. Porque es en nombre de la corrección política que no se pueden decir determinadas cosas o que se debe escribir de determinada manera.

Una moral de lo minoritario

Sin embargo, a diferencia de la censura clásica, los “poscensores” que actúan en forma de enjambre ya no lo hacen en nombre del restablecimiento del orden o de un presunto patrón de normalidad determinado por “las mayorías” como sucedía con la censura clásica, sino que, más bien, por el contrario, lo hacen en nombre de la defensa de unas “minorías” a las que aparentemente habría que proteger de “esas mayorías”. Así, existiría una moral de lo minoritario que justificaría todo juicio sobre una expresión contraria y que incluso exculparía de cualquier exceso o injusticia.

Algunos se ven obligados a sostener con hipocresía un discurso de la corrección política en público y un discurso sincero e “incorrecto” en privado

El escenario es enormemente cambiante y apenas unos años atrás era inimaginable pensar este tipo de censuras que, evidentemente, son muy efectivas en el ámbito de las manifestaciones públicas aunque muchas veces no toman en cuenta las resistencias subterráneas, aquellas de los que no participan abiertamente en los debates públicos o que se ven obligados a sostener con hipocresía un discurso de la corrección política en público y un discurso sincero e “incorrecto” en los vínculos cotidianos.

De hecho, este fenómeno es el que podría explicar un triunfo como el de Donald Trump, a contramano de todo aquello que el progresismo demócrata y liberal estadounidense suponía. Con todo, lamentablemente, la poscensura progresista no revisó su accionar sino que le echó la culpa a las Fake News o a aquella parte de la sociedad que alejada de las grandes urbes es acusada de defender posturas reaccionarias enfrentadas a los nuevos valores que habría que sostener.

El mundo está lleno de reaccionarios que son refractarios a cambios que, en lo personal, valoro y defiendo. Pero si a la censura y a la imposición que muchos de esos sectores realizaron a lo largo de la historia amonestando y moralizando, les vamos a contestar con amonestaciones y moralizaciones, no solo no vamos a lograr que estén de nuestro lado sino que vamos a conseguir que mucha gente que valora decir lo que se le dé la gana cuando le place, en algún momento se pregunte cuánto espacio tiene la libertad en estos nuevos idearios. De hecho, ahora mismo, me estoy haciendo exactamente esa pregunta.

Foto Alexander Andrews


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