El Congreso de los diputados español es una cámara que, en la actualidad, se esmera en hacer más honda y dolorosa la herida política que pretende dividir a una sociedad pacífica y asombrada en dos mitades tan antagónicas como la noche y el día. Dado que el Congreso se ha comportado con reconocida mansedumbre y eficacia al dictado de sus líderes grupales, incluso en ausencia, cabe concluir que esa división depende de decisiones de las más altas instancias, que reside en la voluntad omnímoda de los respectivos jefes, nombre un tanto belicoso pero que cuadra a la perfección.
De lo que dice la Constitución española al respecto (artículo 66, 2: Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuya la Constitución) no cabe deducir que una de sus funciones sea la de dificultar la convivencia, hacer imposible el pluralismo, o imponer un credo metafísico inamovible a los ciudadanos, objetivos que sí estarían conformes con el inaudito sectarismo que está presidiendo los movimientos políticos que configuran la nueva legislatura y que se dan de bruces con los valores que establece el artículo 1 de la propia CE al propugnar como valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Si yo fuese miembro del PP estaría ahora mismo preguntándome en qué loco momento se decidió emprender una campaña, que se presentaba estúpidamente como un paseo militar, con el sañudo lema de “derogar el sanchismo” y no tardaría mucho en comprender que ese bobo propósito se ha vuelto como un bumerán hasta rompernos la cabeza
La división no puede extrañar a nadie, pero el sectarismo y los bloques sí, porque ni son deseables ni conducen a nada bueno, solo caminan en dirección a una discordia civil que, por fortuna, es probable que se vea muy atenuada por el hondo desprestigio popular que los políticos atesoran. Es fácil saber cómo hemos llegado hasta aquí, lo difícil es decir cómo se sale de una situación tan peligrosa como desagradable. Para empezar, que todos los miembros de las Cámaras se presten a seguir a píes juntillas los planes bélicos de sus banderías es desconsolador porque es absolutamente falso que ese sea el resultado de la voluntad popular expresada en las urnas.
La gran paradoja está en que una mayoría de ciudadanos ha votado a los dos grandes partidos, se supone que con la esperanza de que busquen acuerdos generales para el beneficio común, mientras que, en el ánimo de sus dirigentes, y muy en especial en el de Sánchez, resplandece una loca voluntad de extremar el enfrentamiento político como forma más eficaz de sustentar sus renovadas posibilidades de ser investido como presidente del próximo gobierno.
Si yo fuese miembro del PP estaría ahora mismo preguntándome en qué loco momento se decidió emprender una campaña, que se presentaba estúpidamente como un paseo militar, con el sañudo lema de “derogar el sanchismo” y no tardaría mucho en comprender que ese bobo propósito se ha vuelto como un bumerán hasta rompernos la cabeza. Pero el PP tiene sus propias maneras de asumir la derrota a la que lleva mucho adaptándose y es difícil que pueda ponerse a pensar en lo que haya podido hacer mal para que todo haya salido peor. Es incluso probable que decida, una vez más, que su problema es de liderazgo y que necesita alguien que apriete con mayor soltura y energía la soga que ahogue la perversidad del sanchismo, que Dios les guarde la vista.
Tal vez supongan que la composición del Congreso invite a perpetuar la dialéctica de amigo/enemigo que tan buen resultado les ha dado, imaginan que todo ha sido como en la película de Woody Allen que comienza con una bola de tenis que bota sobre la barrera sin que se sepa de qué lado va a caer y piensan que no siempre irá a caer del mismo modo. En Match Point (2005) el asesino se sale con la suya y podrá llevar una vida feliz, pero me resisto a creer que lo único que importe a políticos a los que he votado es ganar, aunque sea haciendo trampas.
En esta hora tan triste para el PP debiera predominar la reflexión y la luz que les pueda traer la comprensión de que han equivocado el objetivo y la estrategia y que necesitan, por tanto, renovar su capacidad de representar con eficacia a unos electores a los que han decepcionado por la poca inteligencia y eficacia de su propuesta política. El PP suele cometer la equivocación de cambiar la alineación del equipo, a ver si por fin se gana, en lugar de acometer una reforma profunda de su estilo de juego. Es lo menos que se puede pedir a un partido que perdió millones de votos y que ha visto como sus tres últimos candidatos (Rajoy, Casado, Feijóo) han sido desalojados sin demasiados honores.
Por eso debiera el PP dejar que el Congreso se divierta, que la jocosa presidenta pretenda saltarse su Reglamento y a saber si la propia Constitución que establece en el artículo 3.1 el castellano como la lengua española oficial del Estado, manteniendo con dignidad y grandeza sus posiciones, pero sin tratar de ganar batallas tontamente perdidas para empezar ya a reconstruir muy desde abajo las sólidas bases que necesita la gran fuerza del centro derecha. ¿Lo harán así o entrarán en un bucle de negación de la evidencia y de reconstrucción mágica de una victoria que su torpeza hizo imposible? Se verá muy pronto.
La alegría por la victoria pírrica de los que se llaman progresistas es explicable porque muchos no la esperaban, pero oculta contradicciones e hipotecas insalvables que tarde o temprano nublarán su horizonte. Es seguro que Sánchez tratará de zafarse de todos los absurdos e irresponsables compromisos que ha contraído para salirse con la suya porque, también en política, los equilibrios imposibles se convierten, tarde o temprano, en trampas para monos, por muy resilientes que se pretendan.
Lo esencial es que, llegado ese punto, exista en España una alternativa verosímil y atractiva que no piense en derogar sino en construir, que deje de ser solipsista y sea en verdad popular, que sea estudiosa y responsable, que sepa ser ejemplar y no inspire desconfianzas ni recelos y sea capaz de ofrecer políticas distintas capaces de despertar a los españoles de su largo sueño en los poderes mágicos de un Estado ineficaz, paternalista e irresponsable. No es tarea nada pequeña y en ella lo urgente debe apartarse a toda velocidad para dejar espacio a lo importante. No se trata de fortalecer a Feijóo, como se dice estos días, se trata de fortalecer al partido y esa debiera ser la preocupación primordial de su presidente. Mientras en el PP no se convenzan de que sus defectos no son de los que pueden ocultarse detrás de un cartel es difícil que acierten a poner remedio.