Advertía con acierto en este mismo espacio José Luis González Quirós que el Congreso de los Diputados se ha convertido en un lugar que poco tiene que ver con su función de representación y menos aún con la de vigilancia del Gobierno. Por más que los diferentes jefecillos de las facciones separatistas y su oportunista catalizador Pedro Sánchez proclamen lo contrario, poco de lo que allí se ve en estos días tiene que ver con la voluntad de los votantes.

Publicidad

Se puede recurrir a la coletilla de “disfruten lo votado”, pero lo cierto es que muy pocos españoles acudieron a las urnas para obtener a cambio una cámara dedicada a ahondar en la división y el enfrentamiento; mucho menos a cuenta de cuestiones tan poco prácticas y accesorias como convertir el hemiciclo en una Torre de Babel, donde cada cual se exprese en una lengua, reclutando un ejército de traductores simultáneos en un país donde todos hablan y entienden una misma lengua. Una medida que, por cierto, nadie sabe a estas alturas cómo llevar a la práctica, pero que abunda en la diversidad como quintaesencia de la democracia, mientras la pluralidad, que sí es un pilar democrático, es laminada sin contemplaciones.

Estos son los frutos de un PP contradictorio hasta el absurdo, que al mismo tiempo que prometía “derogar el sanchismo”, prefería colindar con el PSOE y negar tres veces o las que hicieran falta cualquier relación con la derecha, cuando localmente la fuerza de los hechos lo desmentía

En el autodenominado “bloque progresista”, también debe tener algún encaje en esa diversidad inefable la variedad de fórmulas que se han empleado para jurar o prometer lealtad a la Constitución y, al mismo tiempo, promover, en su nombre y contra ella, repúblicas futuras. Todo vale ya en el Congreso, porque poner cualquier límite o exigir el mínimo decoro es extremismo derechista.

Aunque los jefes de los partidos sean los que ponen en las listas a toda esta clientela, son los electores quienes con su voto encajan más o menos en el Congreso esas listas ya confeccionadas. Así que de alguna manera los votantes son los padres de estas criaturas. Y como les sucede a veces a los progenitores que dejan la casa a cargo de sus retoños, estos últimos, en cuanto toman posesión de la vivienda, convierten el sagrado hogar en una comuna de amiguetes dispuestos a liarla parda.

Así, la juerga que ha durado casi cuatro años en esa casa común llamada España ha sido apoteósica. Y, sin embargo, apenas ha merecido castigo. Esta benevolencia tendrá consecuencias. El gobierno Frankenstein anterior fue un experimento, para abundar en la metáfora, una fiesta rave improvisada. El que viene, sin embargo, será distinto. Institucionalizará formas, fondos e intereses. Será, de manera declarada, un gobierno centrífugo. Y los padres tendrán que a contemplar impotentes como su hogar se desmorona en medio del jolgorio.

Poco tiene que ver todo esto con esa “marea azul” ridículamente profetizada por el Partido Popular, y que, todo sea dicho, tampoco era para tirar cohetes, porque a lo sumo y en el mejor de los casos habría ralentizado la demolición de los pilares constitucionales, pero en ningún caso habría reparado los daños ya ocasionados.

En última instancia, estos son los frutos de un PP contradictorio hasta el absurdo, que al mismo tiempo que prometía “derogar el sanchismo”, prefería colindar con el PSOE y negar tres veces o las que hicieran falta cualquier relación con la derecha, cuando localmente la fuerza de los hechos lo desmentía. Una impostura cuyo coste se cobraron en las urnas los electores más crédulos de las alertas antifascistas movilizados a toque de corneta por Pedro Sánchez.

A estas alturas, cualquiera sabe —y Feijóo lo sabe perfectamente— que el PSOE no va a buscar el apoyo de nadie que no sean los secesionistas, porque es, como el PP, una máquina de poder, pero que todavía funciona. El PSOE ha comprobado que puede acaparar el gobierno aliándose con ellos, y lo hace colgándose del brazo del Partido Socialista de Cataluña en las elecciones generales. Esto es lo que hace muy difícil que gobierne una alternativa al crisol de socialistas, comunistas y separatistas, y no la división del centro derecha en dos marcas; es decir, el principal problema es la residual presencia en Cataluña y País vasco de un centro derecha con vocación integradora.

Por si esto fuera poco, en Vox parecen ganar protagonismo no ya los antiliberales, eso al menos clarificaría las cosas, sino quienes imponen una metafísica ininteligible, según la cual la derecha y la izquierda ya no existen, y lo liberal sería apenas una etiqueta ridícula. Así Vox podrá ser cualquier cosa que estos gurús quieran. Un partido relativista en lo político, que se balancea a un lado y al otro del “viejo” eje ideológico sin poder ser calificado, porque todo el que lo pretenda lo hará en base a una realidad que, según sus ideólogos, ya no existe.

Cuando más claridad necesitamos, Vox también ha decidido contribuir con sus propias ocurrencias a la ceremonia de la confusión. Y me pregunto si habrán caído en la cuenta sus gurús de que difícilmente mejorará sus resultados si el elector, que no está para empanadas metafísicas, no sabe lo que vota.

La esperanza queda, no obstante, al albur de la debilidad de un PSOE que, dígase lo que se quiera, es un pálido reflejo de lo que fue en el pasado. Apenas los restos de un poderoso aparato de poder que, para seguir existiendo, depende de los socialistas catalanes. Y como estos ya tampoco alcanzan el PSOE ha de hacer encaje de bolillos con infinidad de tribus. Y es de prever que tarde o temprano una puntada mal dada haga saltar las costuras del engendro. La cuestión es, si para cuando esto suceda, los daños serán irreparables. O si existirá un centro derecha capaz de concitar las voluntades suficientes como para recoger los pedazos e intentar arreglar lo que se pueda. Le confieso, querido lector, que esto último es lo que más me preocupa.

¿Por qué ser mecenas de Disidentia? 

En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 2.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos. En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han arrasado.
Forma parte de nuestra comunidad. Con muy poco hacemos mucho.
Muchas gracias.

Become a Patron!