El dinero público no es de nadie, dejó dicho alguien cuyo nombre es mejor olvidar. Ya antes ese gran estadista -entiéndase la ironía-, José Luis Rodríguez Zapatero, en pleno crack financiero de 2008 y sometido a las presiones de Bruselas, se lamentaba de que sin dinero no se puede gobernar, porque gobernar consiste sobre todo en abrir la manguera y regar con el dinero que no es de nadie a quien convenga regar o si quiera prometerlo.
Ahora, mientras los partidos y los medios se enzarzan en mil y una polémicas, que van y vienen como la marea o, peor, a la velocidad de la luz, de fondo ruge la deuda, el desfase colosal del sistema de pensiones y el déficit imparable de la Administración.
Pero todos esto son rugidos sordos que, salvo alguna nota puntual, parecen no importar. Lo que cuentan son las grades causas y, sobre todo, las buenas intenciones, los victimismos y los ismos en general. Y es que las cuentas públicas no importan a nadie, ni a los gobernantes ni, a lo que parece, a los gobernados ni a la prensa en general. Pero mucho nos tememos que al final a la fuerza ahorcan, porque en el horizonte internacional despuntan negros nubarrones que no auguran nada bueno.
PODCAST con Álvaro Climent, economista y analista de mercados, y Javier Benegas, editor de Disidentia.