En pleno auge de la era Reagan la escritora canadiense Margaret Atwood escribió un cuento utópico llamado El cuento de la criada. En este cuento se presentaba una narración distópica de un mundo dominado por los hombres y la religión, donde la mujer quedaba confinada a las labores de reproducción y cuidado. Atwood con su novela quería advertir a la sociedad americana de los riesgos que el movimiento neocon, que había aupado a la administración Reagan al poder, podía tener para los derechos civiles alcanzados por las mujeres a lo largo del siglo XX.

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Más allá de la mayor o menor calidad literaria de la obra, lo interesante es que refleja muy claramente la visión pesimista y negativa que sobre el devenir de las sociedades presenta el feminismo culturalista. Lo que las feministas llaman patriarcado se describe como una realidad metafísica, lúgubre y omnipresente, con unos contornos de auténtica pesadilla para las mujeres. En el relato de Atwood, como en otros similares, por ejemplo el de Marge Piercy, Woman on The Edge of Time, se presentan distopías en las que prevalece una visión cosificada y empobrecida de la mujer, caricaturizada como una criatura al servicio y disfrute del mayor depredador conocido: el varón.

Estas novelas distópicas de corte feminista se sustentan en las teorías, muy en boga a finales de los años 60, que vinculaban la existencia de un patriarcado a la mayor agresividad hormonal del varón y a la servidumbre biológica que para la mujer supone la maternidad. Ideas que popularizó la feminista radical Shulamith Firestone a finales de la década de los años 60 en su obra La Dialéctica del sexo. Una obra muy controvertida en su época y que supone una amalgama de freudomarxismo y ciencia ficción por partes iguales y en la que se presenta a la reproducción asistida, junto a la desaparición de la familia heterosexual monógama, como las herramientas definitivas que permitirán a las mujeres liberarse del yugo patriarcal.

La obra de Firestone, aunque mucho más influyente hoy de lo que podamos pensar, fue muy atacada incluso desde las propias filas del feminismo, especialmente por las defensoras de lo que se ha llamado el feminismo de la diferencia, en cuanto suponía una denigración de la maternidad y de la biología de la mujer, causas últimas según Firestone de la existencia de un patriarcado.

Mary O’Brien, filósofa feminista de corte marxista, criticó abiertamente las teorías de Firestone sobre la maternidad artificial, en la medida en que suponían “masculinizar” la gestación, pues en la reproducción artificial y asistida tecnológicamente se privaba a la mujer de la experiencia personal e insustituible de la maternidad como algo propio y específico de ésta y de la consideración del neonato como una especie de extensión de la propia madre.

Si algo ocurre lamentablemente en el sistema educativo en España, ya sea en la enseñanza media como en la superior, es que muchos docentes confunden su libertad de cátedra, constitucionalmente amparada, con un pretendido derecho a hacer proselitismo político en las aulas

Sin embargo O’Brien admitía que Firestone había acertado al afirmar que en la sociedad patriarcal los hombres intentan arrebatar a la mujer, y de hecho lo consiguen, la experiencia y el control de su maternidad. La liberación de la mujer sólo podría venir de la mano de una reapropiación de la experiencia de la maternidad, masculinizada por la ginecología masculina.

En esa misma línea Adrienne Rich, poetisa feminista y pionera de lo que se ha llamado el feminismo lesbiano, incide en que la moderna obstetricia, que ha sustituido a las antiguas comadronas, ha supuesto un paso más en esa masculinización de la gestación, en la que los ginecólogos varones dictaminan las reglas y las formas a través de las cuales la gestación deja de regirse por las intuiciones femeninas, como históricamente había sucedido.

Las teorías biológicas del feminismo radical, representadas en teorías tan absurdas y disparatadas como las de Firestone o Rich, no son hoy en día demasiado conocidas por el gran público. En la medida en que el feminismo hegemónico ha preferido situar su lucha, al menos de cara a la galería, en la apropiación de conceptos que a priori pueden suscitar una mayor empatía entre las mujeres.

Ideas como la del techo de cristal, la brecha salarial, la conciliación o la violencia machista pueden resultar mucho más atractivas para un ingente número de mujeres, que ingenuamente pueden creer que el feminismo sigue luchando por la conquista de nuevos derechos para ellas.

La realidad, al menos desde la llamada tercera ola del feminismo, es que éste no busca tanto conquistar derechos como llevar a cabo un cambio de paradigma cultural en la manera en que hombres y mujeres se relacionan. De hecho buena parte de los discursos del feminismo actual destilan lo que se ha llamado hembrismo, que no deja de ser un reflejo especular del machismo. En este contexto es en el que cabe situar la polémica en la que se ha visto inmerso la concejala feminista Aurelia Vera, una eximia representante de esta forma de entender el feminismo radical de corte biologicista al que nos hemos referido antes.

La polémica estalló cuando recientemente los medios de comunicación se hicieron eco de una querella que el partido político VOX había presentado contra Aurelia Vera, la profesora de enseñanza secundaria y concejala del PSOE en el ayuntamiento de Puerto del Rosal en Fuerteventura, por varios delitos de coacciones, amenazas, odio y contra los sentimientos religiosos perpetrados por funcionario público.

Al parecer la docente durante sus clases utilizó el texto de Atwood, que mencionábamos antes, para un ejercicio de comentario de textos en 4º de la ESO. En el contexto de la discusión de clase que siguió al comentario del texto en cuestión, la profesora, un poco al modo de Sócrates en la República de Platón, presentó su peculiar utopía feminista y su “solución final” al problema del patriarcado en la forma de una castración selectiva de al menos el 25% de los varones.

Aunque el feminismo mainstream ha logrado, con notable éxito, trasladar a la opinión pública la idea de que el feminismo lidia con el problema de la igualdad entre sexos, y de esta forma consigue estigmatizar en la esfera pública a quien ose rebatir sus fundamentos filosóficos, la noticia ha logrado conmocionar a la opinión pública lo suficiente para que diversos periodistas y feministas hayan tenido que entrar en escena para salvar la reputación del hasta ahora inmaculado feminismo, tal y como es presentado a la opinión pública en los medios de comunicación de masas.

La principal estrategia que se ha intentado desde los medios proclives al feminismo al uso ha sido desvincular la polémica con el feminismo para situarlo en las coordenadas de la libertad de expresión y de cátedra. La docente, lejos de estar aleccionando a su alumnado en teorías feministas herederas de los planteamientos de Firestone, lo que en realidad perseguía era suscitar el pensamiento crítico de sus alumnos, planteándoles una especie de hipótesis de laboratorio. Un poco en la línea de lo que hacen Sócrates, Trasímaco, Glaucón y Adimanto de Colito en el primer libro de la República al debatir sobre qué entienden cada uno de ellos sobre la idea de justicia.

Según esta visión, la docente, con la castración selectiva de varones, lo que estaría es planteando una hipótesis de máximos para suscitar las reacciones críticas del alumnado. De las transcripciones que nos han llegado de sus clases, lo que menos se colige es que en la docente hubiera algún ánimo de planteamiento crítico, más bien justo lo contrario. Lo que se ve claramente es un ánimo de adoctrinamiento y una inquina especialmente aviesa hacia los varones, hasta el punto de que uno de los alumnos le recrimina confundir justicia para las mujeres con venganza.

Por otro lado la discusión comienza con unas loas y alabanzas de la señora Vera hacia el régimen de Chávez, al que califica de epítome de la justicia social, lo que ya pone sobre aviso de las verdaderas intenciones políticas, que no educativas de la profesora.

Si algo ocurre lamentablemente en el sistema educativo en España, ya sea en la enseñanza media como en la superior, es que muchos docentes confunden su libertad de cátedra, constitucionalmente amparada, con un pretendido derecho a hacer proselitismo político en las aulas. Nada impide que la señora Vera profese ideas tributarias del feminismo heredero de Firestone, Rich o Mary Daly, madres fundadoras del feminismo biologicista extremo, lo grave es que se prevalga de su autoridad como docente para imponerlo en las aulas.

Lo único positivo de la polémica surgida es que ha servido para mostrar a la opinión pública la verdadera faz de una buena parte del discurso feminista actualmente tan en boga y que poco o casi nada tiene que ver con esa tierna y justa causa que quieren presentar a la opinión pública,

Si la profesora en cuestión, en vez de ideas radicales feministas, hubiera realizado disertaciones semejantes en relación con otros temas que no son del agrado del fundamentalismo izquierdista o de la corrección política al uso, la polémica habría adquirido contornos mucho más amenazantes para el futuro profesional de la docente. Mucho más grave que la castración física de los hombres que propone la señora Vera, resulta la “castración intelectual” que el feminismo dominante quiere imponer a la sociedad, sustrayendo del debate público muchas de las falsas mitologías que subyacen en su relato victimista.


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