Hace unos días se cumplieron seis meses de la actual administración mexicana, presidida por Andrés Manuel López Obrador (popularmente conocido como El Peje, de allí el título de esta columna). Y en unos pocos días más, se cumplirá también doce meses desde que éste fue electo y comenzó, en los hechos, a tomar decisiones fundamentales sobre el país: Para muchos mexicanos han sido meses como años. Vale la pena echar un ojo a sus logros y sus perspectivas a futuro.

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Como dejaron ver las elecciones locales de hace unos días, al ganar su partido contundentemente las dos gubernaturas en juego, López Obrador todavía cosecha los beneficios del tsunami que le permitió obtener más de la mitad de los votos para la Presidencia de la República, la mayoría calificada en la Cámara de Diputados, y una amplia ventaja en el Senado para, así, poder gobernar prácticamente sin freno. Pero su altísima popularidad se erosiona lenta aunque constantemente, a golpes de mal gobierno, como muestra cualquier encuesta reciente.

López Obrador lanzó desde el inicio de su gobierno un abultado programa de becas y subsidios, especialmente para jóvenes, sin mucha idea de cómo y hasta cuándo podrá fondearlo, pero que le ha permitido mantener sus altos niveles de popularidad. En contraste, la violencia derivada de la inseguridad pública y de la lucha entre carteles de la droga, continúa creciendo sin contención (igual que antes), y la economía, que no tenía muchas dificultades hasta antes de la toma de posesión de López Obrador, se detiene inexorablemente. Ambos factores serían la explicación de su gradual baja de popularidad.

Así, los niveles de violencia alcanzan cuotas cada vez mayores, amenazando superar cualquier récord previo, y convirtiendo a ciudades medias como Salamanca, Minatitlán y otras en verdaderos regueros de sangre, frente al pasmo y la incompetencia oficiales. En tanto, la ineficacia y las malas decisiones del nuevo gobierno, como el desabasto de medicamentos y combustibles, o la arbitraria cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, han causado un frenón de la economía, junto con la desconfianza de inversionistas y mercados. Esto no se ve que tenga un solución ni fácil ni rápida y por ende, el país se enfila, creo que inevitablemente, a una recesión.

Concentración de poder, regresando al México del PRI más arcaico. Autoritarismo tendiente a la dictadura venezolana. Evidencias de creciente corrupción en el gobierno. Aislamiento y descrédito internacionales… Con López Obrador, México se dirige a un hecatombe segura en un futuro cercano

Las calificadoras comienzan a extender la expectativa de que México no podrá cumplir sus obligaciones, especialmente si el gobierno sigue financiando a PEMEX como un barril sin fondo, lo que impactará a las finanzas federales, ya que el riesgo de PEMEX se trasladará al riesgo soberano de México. O si continuan proyectos onerosos pero improductivos como la Refinería de Dos Bocas, el Tren Maya o el Aeropuerto de Santa Lucía. Por esto, en buena medida, la economía mexicana se encuentra al borde del precipicio, por lo que tuvo que capitular, sin resistencia alguna, ante el actual chantaje migratorio de Donald Trump. Todo esto es apenas el inicio de lo que viene.

López Obrador ha gobernado estos meses confrontando y dividiendo, en un país de por sí sumamente enfrentado, en un proceso autoritario que se parece a la Venezuela chavista. Gobierna así porque es un místico del poder: cree en la autoridad suprema de mandar, reforzada por la creencia de que 30 millones de votos le permiten todo y le otorgan inefabilidad; por eso no tolera ni críticas ni críticos. Cree también que basta querer algo desde el poder político para que milagrosamente suceda, desde moralizar al sistema político, hasta construir ipso facto una refinería. O un tren turístico. O un aeropuerto. Todo porque el poder estatal, representado por él, así lo quiere.

Por eso no extraña su afán de concentrar el poder mientras desprecia o desmonta a las instituciones públicas que le pueden hacer un contrapeso. O su descalificación diaria a sus críticos y opositores, a pesar de que frente a los cada vez mayores errores del gobierno, las oposiciones partidistas son hoy una especie de muertos vivientes, prácticamente un cero a la izquierda.

Concentración de poder, regresando al México del PRI más arcaico. Autoritarismo tendiente a la dictadura venezolana. Evidencias de creciente corrupción en el gobierno. Aislamiento y descrédito internacionales. Derrumbe reciente de la llave de seguridad que era el libre comercio con EEUU. Inseguridad pública galopante. Violencia sin freno. Entrega de la educación a la mafia sindical. Destrucción de la economía. Un gobierno impredecible e irresponsable. Pésimos resultados en indicadores como crecimiento del PIB, desempleo, caída del consumo interno y del turismo, inversión extranjera, paridad con el dólar, parálisis productiva, calificación de la deuda, grado de inversión…

Todo esto permite asegura que con López Obrador, México se dirige a un hecatombe segura en un futuro cercano. Pero a mucha gente esto parece tenerle sin cuidado. Sus muy altos niveles de popularidad avalan esto. Como si no importara o como si todo se fuera a resolver en el último minuto, cual clásica telenovela. Los mexicanos ostentamos, así, una estúpida ignorancia y una ciega credulidad que son imperdonables.

Señor, señora: documéntese, infórmese, sea más crítico y pida al gobierno mexicano una urgente corrección del rumbo. Participe y exíjaselo. No mire pasar el tren del desastre como vaca paciendo. Tome también sus precauciones. Ya. Es hora. No la chinge, ni nos chinge, carajo.

Foto: Thiago Teles


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