El 24 de marzo de 1944, la policía alemana irrumpió en la granja de la familia Ulma, en Markowa (Polonia). Los Ulma habían escondido en su casa durante más de un año y medio a ocho miembros de dos familias judías de la zona, un “delito” castigado con la pena de muerte. Los gendarmes mataron primero a los judíos y después asesinaron a toda la familia. Primero mataron a los padres, Józef y Wiktoria, que estaba embarazada y a pocos días de salir de cuentas, y luego a sus seis hijos: Stanisława, (8), Barbara (7), Władysław (6), Franciszek (4), Antoni (3) y Maria (2). El presidente polaco, Andrzej Duda, relató en 2016, durante la inauguración del Museo de la familia Ulma en Markowa, el martirio de la familia empleando el testimonio de sus vecinos, que fueron obligados por los gendarmes a presenciar la ejecución: “Uno de los alemanes dijo a los vecinos: ‘Mirad. Así es como se sacrifica a los cerdos polacos que ayudan a los judíos’. Pero, después de matar a sus padres, los gendarmes no supieron qué hacer con los seis hijos de Józef y Wiktoria. Entonces, el oficial al mando de la policía alemana dijo: ‘Os ahorraremos los problemas en el pueblo’, y los mató a todos, uno por uno”.
Estos horrores eran la práctica habitual en la Polonia ocupada y cualquier desafío a las autoridades alemanas era contestado de una manera brutal. En Polonia, ayudar y ocultar a los “enemigos del Estado” estaba penado con la muerte, mientras que en los países occidentales ocupados la pena era de prisión. Según el historiador Marek Arczyński, “los nazis no utilizaron en ningún país ocupado un terror tan represivo y cruel por ayudar a la población judía como en Polonia”. Sin embargo, muchos polacos eligieron la resistencia aún a pesar del riesgo de ser condenados a muerte. Las cifras hablan por sí solas, y se calcula que unos 300.000 polacos escondieron y ayudaron a los judíos, y más de 6.600 polacos ostentan el título de “Justos entre las Naciones” -Józef y Wiktoria Ulma desde el 13 de septiembre de 1995. Desgraciadamente, los miembros de la familia Ulma no fueron las únicas víctimas, y un millar de polacos, incluidos mujeres y niños, fueron ejecutados por los alemanes.
Estas historias son un relato de sacrificio, valor y amor. Desgraciadamente, estas historias, que deben ser conocidas y recordadas, no pueden evitar que se sigan cometiendo atrocidades, y de nuevo aparecen fosas comunes y se levantan estatuas de asesinos que fueron derribadas hace casi 70 años
Al principio, toda esta ayuda fue espontánea, personas que ayudaban a sus antiguos vecinos o que acogían a desconocidos por humanidad. Pero, en septiembre de 1942, el Estado Clandestino polaco creó un comité de apoyo a los judíos, conocido como Żegota, que proporcionó ayuda médica y financiera, y, en colaboración con comunidades religiosas, emitió y distribuyó más de 50.000 documentos falsos (bautismos católicos, documentos de identidad, certificados de matrimonio, etc). La labor de Żegota fue oscurecida una vez terminada la guerra, ya que las nuevas autoridades comunistas, respaldadas por las bayonetas del Ejército Rojo, intentaron eliminar todo rastro de la resistencia polaca católica. Así, figuras como la cofundadora de Żegota, la escritora Zofia Kossak-Szczucka, que deberían haber sido alabadas como héroes, fueron relegadas al olvido.
Después de la caída del “paraíso socialista”, todas estas historias salieron a la luz, y los nombres de Józef y Wiktoria Ulma, y los de muchos otros que arriesgaron sus vidas, han recuperado el lugar que merecen. El pasado 10 de septiembre, la familia Ulma, incluido su hijo nonato, fue beatificada en Markowa en una misa presidida por el enviado del Papa Francisco, el cardenal Marcello Semeraro. Durante la ceremonia, a la que acudieron 30.000 peregrinos, se retransmitió en directo el discurso del Papa en la Plaza de San Pedro, en el que describió a los Ulma como un “rayo de luz” en la oscuridad de la guerra. Una vez finalizada la misa, el presidente Duda agradeció al Papa Francisco la “extraordinaria” beatificación de la familia Ulma: “Gracias por mostrar la verdad histórica sobre aquellos tiempos, sobre el destino de los polacos bajo la ocupación alemana”.
Sin embargo, y a pesar de su importancia, la beatificación no ha estado exenta de polémica. Hace un año, el gobierno polaco pidió 1,3 billones de euros a Alemania en concepto de reparaciones de guerra por los daños causados durante la Segunda Guerra Mundial. Una petición rechazada por el gobierno alemán que considera que “el asunto de las reparaciones se ha resuelto”. Sin que se hayan producido cambios desde entonces, en julio se presentó un tren para cubrir la ruta Przemyśl-Berlín decorado con imágenes y textos, en polaco y en inglés, que cuentan la historia de la familia Ulma. La otra controversia ha sido interna, porque las elecciones generales polacas son a mediados de octubre. Para los medios de izquierda, la beatificación es un elemento más de la campaña de propaganda electoral del gobierno polaco. Está claro que en la izquierda polaca no saben mucho de beatificaciones porque, en estos casos, las fechas las pone el Vaticano.
Cuando leía la historia de la familia Ulma, recordé el asesinato de Ivanka Nowak y su hijo nonato. Ivanka Nowak, que está en proceso de beatificación junto a otros mártires eslovenos, era una maestra católica que fue sentenciada a muerte por los partisanos comunistas en 1942. A pesar de que estaba en su sexto mes de embarazo, los partisanos la obligaron a cavar su tumba y la estrangularon, pero antes dejó una carta escrita que es un testimonio conmovedor de su fe y de su amor por su hijo no nacido. Estas historias son un relato de sacrificio, valor y amor. Desgraciadamente, estas historias, que deben ser conocidas y recordadas, no pueden evitar que se sigan cometiendo atrocidades, y de nuevo aparecen fosas comunes y se levantan estatuas de asesinos que fueron derribadas hace casi 70 años. Pero lo que sí pueden enseñarnos, es que se puede ser luz cuando reina la oscuridad.
Este artículo ha sido elaborado en colaboración con la Fundación de los Tres Mares (Fundacja Trójmorza) y PZU SA.
Imagen: fotografía realizada alrededor de 1943 por Józef Ulma de su esposa, Wiktoria, y seis de sus hijos.