A mediados de noviembre, un miembro del Comité Nacional Demócrata, se preguntó en Twitter: «No, en serio… ¿cómo “desprogramas” a 75 millones de personas?», “¿por dónde empiezas? ¿Fox? ¿Facebook? Tenemos que empezar a pensar en términos de la Alemania o el Japón posteriores a la Segunda Guerra Mundial”. No se quedó ahí, si no que continuó: “los únicos debates políticos reales de importancia están ocurriendo dentro de la coalición demócrata entre la izquierda y el centro- izquierda».
Lo más sorprendente de los comentarios de Atkins no es su evidente creencia de que 75 millones de estadounidenses son conspiranoicos, ni su sugerencia de la reeducación estatal de los ciudadanos, sino su insistencia en que el Partido Demócrata es un espacio singularmente heterodoxo, mientras que el Partido Republicano es una especie de monolito. Y, sin embargo, el Partido Republicano posee más diversidad de puntos de vista y tiene de largo más facciones internas que su competidor.
Debajo del ruido y la histeria, debajo de la condescendencia y las mentiras de los medios, debajo de los comentarios de Trump y sus tweets, no sólo había preocupaciones espantosas hasta ahora ignoradas, sino que también había algo así como una doctrina intelectual seria, orientada a soluciones
La elección de Trump en 2016 no fue el reflejo de una coalición unificada, sino profundamente dividida. Muchos estadounidenses se taparon la nariz para votar por Trump, a quien veían como el mal menor. La caricatura de Atkins de la mitad del país es el tipo de explicación monocausal que se niega a tomar en serio las fuerzas reales que llevaron al ascenso de Trump: la dislocación económica provocada por la automatización y la globalización, el colapso del sector manufacturero, enfrentarse a epidemias de opioides y suicidios, la disminución de la tasa de esperanza de vida, una crisis de soledad y desesperación provocada por el colapso familiar, una crisis de deuda estudiantil que ha paralizado el futuro de los jóvenes, la corrupción de nuestros medios de comunicación e instituciones y una creciente desconexión entre nuestras élites gobernantes políticamente correctas y las preocupaciones de los estadounidenses comunes, que incluyen temas intocables como la inmigración, el estado de guerra y los rescates corporativos. Como dice Tucker Carlson en su libro Ship of Fools: «Los países felices no eligen a Donald Trump … los desesperados sí lo hacen».
Hay un creciente movimiento intelectual de derecha (la “Nueva Derecha”, la “Derecha iliberal”) que entiende esto, incluso reconociendo los muchas fallos de Trump y que agradece que Trump haya roto el consenso de posguerra y haya traído el regreso de los «dioses fuertes» de lealtad, solidaridad y hogar. Lo común en la Nueva Derecha es su espíritu contrarrevolucionario, su política de oposición. «En esta teocracia progresista, el conservadurismo, si es que todavía se puede llamar así, se trata más de derrocar que de conservar», escribe David Azerrad, profesor de Hillsdale.
De alguna manera, el conservadurismo nunca ha sido una ortodoxia fija. Incluso el llamado consenso que animó el conservadurismo de la posguerra no era una ideología coherente, sino el ensamblaje de tres facciones dispares de la coalición “fusionista” de Reagan: el liberalismo clásico, el tradicionalismo social y el intervencionismo muscular, todos unidos por el pegamento del anticomunismo.
Patrick Deneen, en Why Liberalism Failed (un libro recomendado por Barack Obama) defiende que el fusionismo tenía cierto sentido, a la luz de la Guerra Fría, pero ahora no. Los social-tradicionalistas vieron en el individualismo liberal un arma poderosa para combatir el colectivismo de izquierda y defender instituciones como la religión y la familia. Sin embargo, desde la caída del Muro de Berlín, las tensiones con sus antiguos socios no dejan de crecer. Los excesos del liberalismo -su materialismo y fetichización de la autonomía- han tenido el efecto de socavar las mismas estructuras que los conservadores quieren proteger: familia, religión, comunidad y gobierno limitado. “Nuestra sociedad está fragmentada, atomizada y moralmente desorientada. La nueva derecha estadounidense busca abordar estas crisis, y para hacerlo necesitamos una política de límites, no de autonomía individual y desregulación”, escribió Sohrab Ahmari en octubre de 2019. En su opinión, “el vasto estado administrativo surge para regular sociedades que han sido desreguladas por un liberalismo individualista. La verdadera libertad requiere una teleología moral y religiosa, no solo a nivel privado y cultural, sino a nivel del estado y la comunidad política».
A la Nueva Derecha le gusta citar la distinción entre los votantes cosmopolitas «en cualquier lugar» y sus contrapartes más nacionalistas «en algún lugar». Durante años, dice Deneen, nuestra economía consumista ha beneficiado a este primer grupo a expensas del segundo. “Nuestras élites tienen un alma móvil y la capacidad de prosperar en cualquier lugar. Su educación de primera clase los ha equipado con el conocimiento y las habilidades para sobrevivir e incluso beneficiarse de las incesantes mutaciones y conmociones revolucionarias -lo que Schumpeter llamó destrucción creativa- de un capitalismo tecnocrático cada vez más globalizado. Luego, están aquellos que no forman parte de la clase dominante educada, aquellos que valoran el hogar, la estabilidad, la tradición, la continuidad generacional y la memoria, y para los que la reubicación es casi siempre una experiencia desgarradora. El orden liberal actual está fallando a estas personas y las está desechando”.
Deneen ve el enfoque de Orbán como un ejemplo de cómo se podría desarrollar una política conservadora nacional no globalista en Estados Unidos. Deneen defiende muchas de las políticas que se están haciendo en Hungría, la bestia negra de los liberales, por su capacidad para apoyar la formación de familias y revertir la disminución de las tasas de natalidad. “Han sido muy agresivos y creativos…una póliza proporciona fondos significativos para la compra de una casa, dependiendo de la cantidad de niños que nacen en una familia. Las familias con tres o más hijos están exentas de casi todos los impuestos sobre la renta. Su gobierno proporciona una generosa manutención infantil y bajas por maternidad. Estos son tipos de políticas realmente extraordinarios”. Otros miembros de la Nueva Derecha también han elogiado el liderazgo de Orbán. Sohrab Ahmari una vez afirmó que “Orbán ha hecho un trabajo mucho mejor que Trump promulgando una agenda nacionalista conservadora”.
Atacar a la Nueva Derecha a través de Orbán, aunque efectivo, ofrece una lente distorsionante en el mejor de los casos. Para los conservadores tradicionalistas el atractivo del enfoque de Orbán es más profundo que la política y se reduce a la cuestión de cuál debería ser el telos (propósito o función) de una sociedad. “Es un concepto de la sociedad pre-liberal, que tiene en su base lo fundamental de la sociedad, que es la familia». Mientras que el liberalismo ve al individuo como la unidad organizativa fundamental de la sociedad, el conservadurismo tradicional comienza con la familia. La familia, después de todo, da forma y da lugar al individuo. Es conceptual y antropológicamente diferente de los supuestos liberales. Si comienzas por construir desde ese punto y piensas en las formas en que esas instituciones están amenazadas en la sociedad moderna, en la medida en que puedas fortalecer esas instituciones conseguirás reducir la necesidad del gobierno. El liberalismo ha fracasado en su intento de reducir el Gobierno porque ha creado sociedades radicalmente individualistas en las que se termina necesitando al gobierno para el apoyo y la asistencia básica que en el pasado se conseguía de la familia.
Según Deneen, los órdenes liberales buscan liberar a los individuos del “despotismo” de la costumbre, el lugar y la tradición, reduciendo la cultura a un consumismo estéril, permitiéndonos “tomar muestras de otras culturas pero no ser de una cultura”. “Al llevarnos a todas partes, no nos deja en ninguna parte. Al instarnos a no conformarnos, nos deja sin forma. Esta falta de forma es un sello distintivo de la anticultura liberal”.
En su libro Return of the Strong Gods: Nationalism, Populism, and the Future of the West, Rusty Reno amplía esta crítica. Su tesis central es que, desde 1945, la cultura occidental ha sido uno de los antiimperativos: anti-fascismo, anti-totalitario, anti-imperialismo, anti-colonialismo y anti-racismo. Estos son los que el autor llama dioses débiles. “En la segunda mitad del siglo XX llegamos a considerar la primera mitad como una erupción histórica mundial de los males inherentes a la tradición occidental, que sólo pueden corregirse mediante la búsqueda incesante de apertura. Traumatizado por los horrores del fascismo y el totalitarismo y por dos guerras mundiales, el consenso de posguerra fue un repudio a las poderosas pasiones y lealtades que unen a las sociedades y unen a los hombres a sus países de origen. Cualquier cosa fuerte o sólida se volvió sospechosa. El globalismo suplantó al nacionalismo, pero los ciudadanos, argumenta Reno, no tolerarán una sociedad de pura negación por mucho tiempo. Los dioses fuertes siempre regresan. Los seres humanos anhelan unirse en torno a amores y lealtades compartidos”.
Muchos siguen creyendo que la Nueva Derecha tiene mucho que decir sobre los males que asolan sus naciones, pero casi nada sobre remedios viables. Pero debajo del ruido y la histeria, debajo de la condescendencia y las mentiras de los medios, debajo de los comentarios de Trump y sus tweets, no sólo había preocupaciones espantosas hasta ahora ignoradas, sino que también había algo así como una doctrina intelectual seria, orientada a soluciones. En las elecciones de 2020, aunque los encuestadores pronosticaron una gran ola de victorias demócratas, han ganado por los pelos. Trump creció en voto de todas las minorías. El júbilo que inundó las calles después de la victoria de Biden fue fugaz, dando paso en poco tiempo a la confusión y las luchas internas mientras los demócratas empiezan a preocuparse de que, si bien Trump perdió, el trumpismo no.
Artículo de Jordan Alexander Hill publicado originalmente en Quillete.com, traducido y adaptado por Pablo de Benavides.
Foto: Pavel Nekoranec