Con la mecha de las guerras en los patios traseros de nuestras casas, mecha encendida gracias a una Europa administrada por líderes que son tan tercos como igualmente incapaces de relacionar el auge de los conflictos bélicos con el suministro de venta de armas, los europeos hemos sido espectadores de la diáspora de cientos de miles de iraníes, sirios, kurdos, eritreos… que decidieron abandonar su patria para alejarse no solo del hambre, sino de las masacres de sus lugares de referencia.

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¿Cómo se gestionó la crisis humanitaria que generó en el año 2015 el desplazamiento de cientos de miles de personas? El gobierno de Hungría ponía en marcha medidas represivas. Este país, miembro de la Unión Europea desde 2004, inició el cierre de la ruta de los Balcanes, levantaba una barrera de 41 km de longitud en su frontera con Croacia, cercaba 175 km de sus demarcaciones con Serbia y amenazaba con agrandar la valla de separación con Rumanía, incluso con montar otra en Eslovenia. Y ello con el fin de frenar la entrada masiva de expatriados que accedían a territorios húngaros por el sureste y suroeste.

En 2017, Austria dejaba de criticar las actuaciones xenófobas del Primer Ministro húngaro Viktor Orbán y, manos a la obra, cierra su paso fronterizo con Eslovenia a través de un muro de alambrada en Spielfeld

Dos años después, en 2017, Austria dejaba de criticar las actuaciones xenófobas del Primer Ministro húngaro Viktor Orbán y, manos a la obra, cierra su paso fronterizo con Eslovenia a través de un muro de alambrada en Spielfeld. Además, el gobierno austríaco liderado por los conservadores de Sebastian Kurz avanzaba la posibilidad de blindar inclusive la frontera con Italia, contingencia que levantaba más que ampollas en el país vecino, sobre todo cuando Italia lleva años acogiendo en su suelo a emigrantes.

Frente al estatus legal que desde el fin de la IIª Guerra Mundial dispensa protección al refugiado, la persona que migra habita por contra en el nimbo jurídico de la no protección, situación que empeoró en 2018 en el momento en que Italia y Malta, sin más vallas que el mismo Mediterráneo, niegan la entrada de migrantes a sus puertos. Esta medida que ocasionó críticas en el seno de la UE ha conllevado no el fin de los flujos migratorios, sí un cambio en las rutas de emigración.

África, Australia, EE UU

En África el levantamiento de parapetos disuasorios sigue un curso ascendente. No solo las ciudades africanas españolas de Ceuta y Melilla poseen vallas de separación. También Marruecos ha cercado sus límites con Argelia. Y si Kenia que cuenta con el Dadaab, el mayor centro de refugiados del mundo, ha construido una barrera fronteriza con Somalia para frenar los ataques yihadistas somalíes, Túnez ha empalizado 150 kilómetros de sus áreas limítrofes con Libia, asimismo con el objetivo de controlar la infiltración del terrorismo islamista y dar fin a las caravanas protagonizadas por jóvenes tunecinos que ansían unirse a la aventura de la yihad. Mientras, en Libia, las bandas de traficantes de emigrantes están transformando su negocio en organizaciones esclavistas.

Allende nuestro continente, Australia que no roza el 2,20% de emigrantes posee el extraño honor de tener un Guantánamo en el Pacífico. En el centro de detención de Nauru, reabierto en 2012 ante la afluencia de extranjeros a las costas australianas, se apiñan somalíes, sirios, paquistaníes, afganos… que viven recluidos en esta isla-prisión sin posibilidad de salir de sus instalaciones. El mismo futuro, salvo excepcionalísima contingencia médica, les aguarda a niños y niñas de edades muy cortas, a los que no se les concede ni siquiera el derecho de asilo, tal es el nivel de vulnerabilidad en que viven.

Australia que no roza el 2,20% de emigrantes posee el extraño honor de tener un Guantánamo en el Pacífico

A miles de kilómetros de las costas australianas EE UU refuerza la ampliación del muro con México. Esta estrategia, presuntamente de contención, no constituye una política exclusiva de Donald Trump. La construcción del citado muro nació en 1994 con el Presidente demócrata Bill Clinton y, luego, tanto el gobierno republicano de George W. Bush como el gobierno demócrata de Barack H. Obama continuarían el proyecto de Clinton. Sin embargo, los datos hablan por sí mismos, fue Obama quien  deportó a más emigrantes que ningún Presidente de los EE UU, cerca de 3 millones.

A la luz de las cifras

En 2011 y a raíz de los asesinatos que provocó la revuelta contra el dictador libio Gadafi, Túnez recibiría en pocas horas a 50.000 libios que, abandonando a toda prisa su país, trataban de escapar de la guerra civil en ciernes. Siete años después, un éxodo de entre 7.000 a 10.000 emigrantes salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses… y hondureños en su generalidad va a pie recorriendo distancias kilométricas en dirección a EE UU. Les mueve el ánimo de dejar a un lado tanto el hambre como los crímenes que se cometen en sus países.

El Presidente Donald Trump mantiene el propósito de expatriar a 2 millones de emigrantes y ha amenazado con rescindir los programas de ayuda a Guatemala, Honduras y El Salvador si estos países no contienen esta marea multitudinaria que se avecina. Y por medio de su Secretario de Defensa de Estados Unidos, Jim Mattis, ha preparado el envío de tropas estadounidenses a la frontera con México.

Les mueve el ánimo de dejar a un lado tanto el hambre como los crímenes que se cometen en sus países

Ahora bien, veamos por un momento el asunto a la luz de las cifras. En 2017, EE UU recibió un total de 3.016.685 emigrantes, o sea, menos del 1% del número de sus habitantes. En ese mismo período, Italia superaba a EE UU al recibir a 3.029.168 de emigrantes, lo cual equivale a un 5% de la población italiana, cifras estas que a su vez son muy pequeñas comparado, en el mismo período, con el 47’33% de emigrantes que recibió la población de Bosnia-Herzegovina y con el más del 20% que llegaron a Macedonia, a Croacia, Malta o… al mismo Portugal. Por tanto, no son los estados del G 8 los que dan cobijo al mayor número de extranjeros. En su mayoría, estos son atendidos en los países en vías de desarrollo. (Véase la tabla de acogida de emigrantes por países en 2017).

¿Se equivoca Marine Le Pen al exigir suspender la Europa sin fronteras? Naturalmente que sí, pues ni con la creación de nuevos límites fronterizos se va a poner fin a las crisis migratorias que estallan fuera de nuestras regiones, igual que tampoco hay medios de paralizar a corto o a largo plazo la llegada de extranjeros y más cuando la tasa de envejecimiento de la población en Europa, en EE UU, China, Japón o en Corea del Sur es elevadísima y estas naciones con un hijo por índice de natalidad no pueden competir con los niveles de fecundidad que se dan, por poner un ejemplo, en Níger (7,24 hijos), Somalia (6,27 hijos), Mali (6,06 hijos) o Angola (5,69 hijos).

¿Con las migraciones masivas de este siglo estamos ante un episodio análogo a lo que ocurrió durante los sucesos mortíferos de la Segunda Guerra Mundial? Es plausible, motivo por el cual los valores de la democracia deben incluir la salvaguardia de los derechos humanos, también en tiempos de crisis y turbulencias.

Foto: Mitch Lensink


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María Teresa González Cortés
Vivo de una cátedra de instituto y, gracias a eso, a la hora escribir puedo huir de propagandas e ideologías de un lado y de otro. Y contar lo que quiero. He tenido la suerte de publicar 16 libros. Y cerca de 200 artículos. Mis primeros pasos surgen en la revista Arbor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, luego en El Catoblepas, publicación digital que dirigía el filósofo español Gustavo Bueno, sin olvidar los escritos en la revista Mujeres, entre otras, hasta llegar a tener blog y voz durante no pocos años en el periódico digital Vozpópuli que, por ese entonces, gestionaba Jesús Cacho. Necesito a menudo aclarar ideas. De ahí que suela pensar para mí, aunque algunas veces me decido a romper silencios y hablo en voz alta. Como hice en dos obras muy queridas por mí, Los Monstruos políticos de la Modernidad, o la más reciente, El Espejismo de Rousseau. Y acabo ya. En su momento me atrajeron por igual la filosofía de la ciencia y los estudios de historia. Sin embargo, cambié diametralmente de rumbo al ver el curso ascendente de los populismos y otros imaginarios colectivos. Por eso, me concentré en la defensa de los valores del individuo dentro de los sistemas democráticos. No voy a negarlo: aquellos estudios de filosofía, ahora lejanos, me ayudaron a entender, y cuánto, algunos de los problemas que nos rodean y me enseñaron a mostrar siempre las fuentes sobre las que apoyo mis afirmaciones.