La moción de censura contra el Gobierno presidido por Mariano Rajoy, registrada por el Grupo Socialista el 25 de mayo de 2018 y ganada en junio de ese mismo año por Pedro Sánchez, marcó un punto de inflexión en la política española. Sin embargo, en lo que respecta a los dos grandes partidos, PSOE y PP, esta inflexión ha sido interpretada como un mero traspaso de poder. Un simple paréntesis lleno de incógnitas que, supuestamente, se resolverán con las elecciones generales del 28 de abril.
Entretanto se convocaban las elecciones, España ha estado gobernada por una coalición formada por el PSOE de Pedro Sánchez, los partidos-movimiento de ultraizquierda y los secesionistas. La peor combinación posible para una nación que ha de afrontar retos de una magnitud enorme. Y durante este tiempo, el cambio de un presidente por otro no ha hecho sino prolongar la ficción de la continuidad de un bipartidismo profundamente degradado, incapaz siquiera de proporcionar un mínimo de certidumbre mediante ese turnismo lampedusiano donde, corrupción aparte, el PSOE ha sido el único que ha sabido obtener una ventaja ideológica.
El error voluntario de Pablo Casado
Después de que la Audiencia Nacional sentenciara que el Partido Popular se había beneficiado del esquema de sobornos ilegales para contratos del ‘caso Gürtel’, Pablo Casado, su nuevo líder, tuvo la oportunidad de refundar el partido y dejar meridianamente claro que con él nada volvería a ser lo mismo. Para ello, Casado debía entonar el mea culpa en nombre de su partido y obtener la legitimidad suficiente para, a renglón seguido, hacer una limpieza profunda, tal y como hizo Angela Merkel en los 90 en el CDU alemán. Se trataba de lanzar el mensaje al elector de que Casado había entendido la gravedad de lo sucedido. Y que, con él, el PP corrupto desaparecía para dar paso a un PP completamente saneado.
Pero no sucedió así. Pablo Casado ha preferido no asumir riesgos personales e ir reemplazando gradualmente unas piezas por otras, sin tocar otras muchas, ahorrándole al partido la asunción de una responsabilidad que era inexcusable. Esto significa que ha optado por reducir el problema a una mera responsabilidad legal, delegando en los tribunales la tarea de la depuración y evitando la asunción de cualquier responsabilidad política a su partido.
Esto ha llevado a que Pablo Casado deba afrontar la campaña electoral completamente confundido, atrapado en la ficción de que el Partido Popular sigue teniendo el mismo músculo de siempre y que, por tanto, junto al PSOE, es la única opción viable de gobierno de cara a las próximas elecciones.
Un centro derecha demasiado concurrido
Pero esto ya no es así. El PP, además de sufrir el grave deterioro de su marca, perder un tercio de sus votantes y ser desalojado del poder mediante una moción de censura, no ocupa ya el centro derecha en solitario. Por su izquierda ha surgido Ciudadanos y por su derecha Vox. Y precisamente, por ahorrarse el riesgo de una refundación, Casado no podrá contraponer a estos rivales ningún argumento al que no alcance la alargada sombra de la corrupción o el descreimiento.
Ahora, para nos desangrarse, Casado apela al voto útil, pero esta opción posiblemente tenga efectos muy limitados, precisamente por la falta de credibilidad que solo un verdadero proceso de refundación organizacional e ideológico podría haber subsanado.
Así pues, por el flanco derecho, el trasvase hacia Vox de los votantes más escarmentados del PP será inevitable. La incógnita es en qué medida se producirá. Y resolver esta ecuación no depende tanto de lo que haga el PP como de lo acertada que sea la estrategia de Vox.
En cuanto al flanco izquierdo, el panorama no es mucho más alentador, porque ahí acecha Ciudadanos, dispuesto a beneficiarse de los esfuerzos del PP por disputar a Vox el espacio de la derecha alejándose del centro.
Ciudadanos y PP sin rumbo
Con todo, lo peor es que el amplio espacio que deja libre un PSOE supuestamente radicalizado cada vez se vuelve más chico por culpa de un PP y un Ciudadanos que, conmocionados por la irrupción de Vox, giran a merced del viento, como veletas, a ratos apuntando hacia el centro y a ratos hacia la derecha, entregándose a un tactismo enloquecido que anula cualquier cosa parecida a la estrategia.
Esto significa que PP y Ciudadanos están atrapados en una peligrosa inconsistencia temporal que desconcierta a los electores. Y los lectores, hoy más que nuca, exigen certidumbre y coherencia. Sin embargo, el mayor beneficiario de los errores del PP y Ciudadanos no es Vox, aunque se lleve su parte, sino el PSOE.
Se ha convertido en costumbre refutar las encuestas del CIS de Tezanos. Y es cierto que están bastante cocinadas, pero quizá no tanto como algunos descuentan. Puede haber desagradables sorpresas. Y no solo porque exista una ley no escrita que, a la hora de votar, garantiza al partido en el gobierno un tanto por ciento muy respetable de votantes no alineados. Es que, además, la agenda del debate que se está imponiendo es la que interesa al PSOE. Feminismo, violencia de género, ecologismo e igualdad son cepos cuyo esquema bipolar tiene truco. Y la única forma de librarse de esta trampa es cambiar el marco de discusión, es decir, tomar la iniciativa e imponer un debate diferente.
El dilema de Vox
En esta celada no sólo han caído PP y Ciudadanos, aparentemente también Vox parece haber confundido el paradigma del luchador de judo (usar la embestida del contrario para derribarlo) con prestarse a una campaña televisiva, donde son los mass media los que definen los márgenes del debate. Unos márgenes que coinciden al milímetro con la agenda del PSOE. Así, si bien los representantes de Vox aprovechan para interpretarse a sí mismos y brillar con luz propia, el guion de la película en la que participan no lo escribe Vox sino el adversario.
Puede que, para los más incondicionales, ver a los candidatos de Vox diciendo las verdades del barquero en las televisiones resulte liberador y gratificante, incluso puede serlo para otros que sin ser incondicionales estén hartos de la corrección política, pero para muchos indecisos, que a la hora de votar siguen reglas heurísticas bastantes simples, las cosas son como al PSOE le interesa que sean: una maniquea división entre buenos y malos, entre víctimas y verdugos, entre progresistas y reaccionarios.
Así pues, para Vox se plantea una importante disyuntiva: elegir entre ser un partido conservador muy tradicional, cuyo espacio natural sería la derecha del PP, reduciendo así motu proprio su alcance, o convertirse en un fenómeno trasversal y disruptivo, con capacidad de trastocar el statu quo. Para lo primero, mantener su actual estrategia es suficiente. Para lo segundo no parece que lo sea en absoluto. Haría falta abrir determinados frentes, donde el PSOE, y en general la izquierda, es muy vulnerable, y trascender al PP para golpear al verdadero adversario donde es más débil.
Un escenario de pesadilla
Es más que probable que me equivoque en mi análisis, y ojalá así sea porque, en lo económico, parece que paso a paso dejamos atrás el ciclo expansivo y nos encaminamos a una fase de recesión, cuya profundidad posiblemente se vislumbre a finales de 2019. Y no se me ocurre nada más preocupante que afrontar una hipotética crisis endeudados hasta las cejas y teniendo en el gobierno a una coalición de partidos de izquierda, propensos a solucionar los problemas con subsidios y subidas de impuestos, y grupos que solo aspiran a trocear España y repartírsela.
Así que, quizá, para no correr riesgos innecesarios, no estaría de más darle una patada a la agenda de Sánchez y empezar a imponer otra distinta, la que de verdad interesa a una mayoría de españoles… o debería interesarles. Aún hay margen para ello y temas no faltan. Ondear la bandera de la unidad de España está bien, pero me temo que no será suficiente. Las raíces de las izquierdas son profundas.
Foto: Paula Kindsvater