Nos quieren tirar un muerto”. El estilo de Javier Milei, conspiranoico y realista a un tiempo, acuñado en una frase. En las inmediaciones del Congreso arden las bicicletas y los contenedores de basura. Los coches vuelcan como Samsa en La Metamorfosis, anulando su capacidad de movimiento. Los bienes de los mercados colindantes abandonan las tiendas sin transacción económica. Una parte de los manifestantes contra la aprobación de la Ley de Bases actúa con una violencia previsible; progresista, sin duda. Hay 35 personas detenidas que podrán tener que defenderse de la acusación de atentar contra el orden constitucional y la democracia. Y los daños se calculan en centenares de millones de pesos, pero ¿quién sabe qué significa esta cifra ahora, pese a la corrección de la inflación? Son cuantiosos, en cualquier caso.

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En una red de lugares de todo el mundo, con terminales que confluyen en la Bolsa de Buenos Aires y en otros mercados, el ambiente es muy distinto. No se quema la propiedad ajena con el fuego de la indignación propia. No. Aquí, la opinión se manifiesta poniendo dinero. Las acciones de las empresas argentinas que cotizan en Nueva York se han disparado. Los bancos, más de un 8 por ciento. Las empresas gasistas suben en el mercado nacional más de un 4 por ciento. El dólar libre es 45 pesos más baratos en un sólo día. El riesgo país elaborado por J. P. Morgan cae un 4,65%.

Milei ha adoptado en este tiempo una posición maximalista. Hay tres razones para ello. La primera es que Mauricio Macri fue todo lo contrario, y sus reformas fueron como un barco que se hunde nada más ser botado

Estos dos escenarios tienen una única causa: la aprobación, en el Senado de Argentina, de la Ley de Bases. Es la ley, recuerde, que preveía un conjunto de medidas liberalizadoras del país. El texto, por supuesto, se ha dejado jirones de piel en su travesía hasta la Cámara Alta, pero sigue siendo lo suficientemente omnicomprensivo como para suponer un cambio sustancial.

La ley, que comprende multitud de distintas medidas, se ha votado por “paquetes”. En las dos primeras votaciones se han producido sendos empates a 36 senadores, y ha decidido el voto de calidad de la presidenta del Senado, que es la vicepresidenta Victoria Villarruel. En esto, el sistema argentino calca al de los Estados Unidos.

En el resto de votaciones no ha hecho falta su participación. Quizás la conciencia de que el texto iba a salir adelante de todos modos ha llevado a alguno a aceptar la realidad y ganar, al menos, el crédito de haber apoyado al Gobierno en un momento decisivo: cuatro votaciones por 37 a favor y 33 en contra, una 38 a 32, 33 a favor y 10 en contra con el resto absteniéndose… según avanzaba la jornada, el gobierno iba afianzando la aquiescencia del Senado.

No son los únicos datos buenos para el Gobierno. La inflación en mayo ha caído a su nivel más bajo, no en los seis meses que lleva Milei, sino en dos años. El gobierno chino, la hiena del león argentino, no parece conmoverse por su discurso contrario al régimen de Pekín. Ha decidido financiar el swap de 5.000 millones de dólares que vencía en los dos próximos meses. De no haberlo hecho, el Banco Central habría perdido unas valiosísimas reservas.

Mientras, Javier Milei ha departido en el Cato Institute, ante la divertida presencia de Elon Musk, poniendo a parir a la clase política que parece haberse sometido ante su látigo. Aquí el león es también el domador. Y todo ello antes de codearse con el G-7, al que acude como una mezcla de Wonderboy, Shin-Chan, y Konrad Adenauer. Con la Ley de Bases bajo el brazo, el ministro de economía, Luis Caputo, viaja a los Estados Unidos a explicarle al FMI que no le puede negar el siguiente tramo de ayuda por valor de 10.000 millones de dólares.

Para entender la importancia de este éxito político del gobierno de Milei hay que tener en consideración dos cuestiones. Una de ellas es el propio contenido de la ley y su previsible efecto sobre la economía argentina.

Corramos a decir que los jirones que se ha dejado la ley son importantes. Aerolíneas Argentinas, esa calamidad, queda fuera de las privatizaciones junto con la Radio y Televisión Argentina (RTA), o el Correo Argentino. El Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones se restringe a determinados sectores; no va a ser general. Se restringe el blanqueo de inmuebles a nombre de sociedades. Pero mutilada y todo, se van a producir nuevas desregulaciones y privatizaciones, acompañadas de una modesta reforma fiscal.

Pero no es lo más importante de todo esto. Los senadores son la representación del poder territorial, y por eso el Gobierno ha tenido que negociar con los gobernadores de las distintas regiones. Parte de sus medidas de recorte era una partida que el Gobierno Central le daba a las regiones, y que ahora le niega. No es mal punto de partida en una negociación: quitarle un caramelo a un niño, y decirle que no va a portarse mal con él si deja de llorar. El incentivo de todos los gobernadores era el de oponerse a un gobierno central que tiene la loca idea de quitarles la coima anual.

Milei ha adoptado en este tiempo una posición maximalista. Hay tres razones para ello. La primera es que Mauricio Macri fue todo lo contrario, y sus reformas fueron como un barco que se hunde nada más ser botado. La segunda es que Murray N. Rothbard enseña que las medidas liberalizadoras han de adoptarse de forma radical, sin dar tiempo a los intereses creados a detenerlas, y acelerando a su vez los efectos positivos que puedan tener. Y la tercera es que, efectivamente, se iba a enfrentar a unos poderes acostumbrados a expoliar al pueblo argentino en nombre de los pobres. Su oposición iba a ser fiera, lo ha sido, y por cuestiones morales y de supervivencia política Milei no podía ceder ante ellos.

La parte negativa de todo ello es que fuera de la Casa Rosada, Javier Milei tiene un apoyo político minoritario. Y que no podía sacar siquiera una parte de su programa si no es con la aquiescencia de una parte del resto de actores políticos. No había podido sacar adelante esta Ley de Bases. Y los Pactos de Mayo se han convertido en un mayo sin pactos.

Pero la situación ha cambiado. Su propia determinación le ha conferido crédito político. De uno u otro modo, la férrea voluntad de Milei de triunfar en su cometido aleja la posibilidad de fracasar. Y una parte entiende que si ese va a ser el resultado quizás convenga colgar el teléfono para que suene la llamada del equipo del presidente, y entablar una negociación.

Además, el nuevo jefe de gabinete, Guillermo Francos, es un hombre especialmente bregado en las negociaciones entre el Gobierno y el Congreso, y con una probada capacidad de diálogo. Justo lo que no tiene, ni debe tener, Javier Milei. Lo cierto es que los 18 gobernadores que se han prestado al diálogo han obtenido un éxito político sólo ligeramente inferior al del presidente Milei.

Y llegamos, por fin, a lo mollar del asunto. Por fin Milei le ha demostrado al país, y a los inversores extranjeros, que es capaz de negociar con tal de hacer avanzar, aunque sea a trompicones y con el cuerpo lleno de heridas y cardenales, una agenda reformista. Es esta capacidad política, y no los contenidos concretos de la Ley de Bases, lo que necesitan los grandes inversores como Musk u otros, para aflojar la espita de sus fondos sin fondo. Cuando lo hagan, las cantidades que negocia Caputo con el FMI nos van a parecer peccata minuta.

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