Un medio de comunicación ha elaborado, y emitido, una mentira. Esto, en sí, no es noticia, porque los medios de comunicación publican mentiras con grados muy diversos de complejidad, desde las más elaboradas a las más burdas. Esta era de las últimas.
Espejo público, y esta es la noticia, ha publicado lo que para el criterio profesional de Susanna Griso y su equipo es un reportaje. En él, una periodista sale a la calle a la aventura, a ver cómo le irá el martes por las calles madrileñas, mientras camina absorta en sus pensamientos.
A la espera, eso sí, de que se dé la oportunidad de que algún hombre le lance un piropo, obnubilado por su imponente presencia, y con desprecio del hecho de que a la periodista le sigue un profesional con una cámara al hombro.
No podemos saber cuál es la paciencia de Claudia García, que así se llama la figurante. Pero no siguió una política de laissez faire para dejar que su físico, como sangrante trozo de carne en un estanque de pirañas, despierte una cascada de reacciones en el pueblo machista madrileño, en forma de piropos. Y optó por el teatro. Quién sabe, a lo mejor además de periodista, Claudia también quiere ser actriz.
Como reportaje, la pieza es un desastre, porque le falta lo primero que tiene que tener una pieza periodística, que es el respeto a la verdad. Un desastre, que no un fracaso, porque la intención nunca fue recoger lo que acaece, la humilde pretensión del viejo periodismo. Como obra teatral es otro desastre, y lo vamos a dejar ahí por no frustrar una nueva carrera de actriz antes de empezar.
Ella se sabe el papel, y en cuanto el espontáneo le dice “Jodé, qué polvo que tienes”, se vuelve como un resorte con una lección de Derecho comparado
Lo peor de la representación es que tiene un formato del que se espera el reflejo de la verdad, ese espejo diario que ha dado nombre a un periódico británico. ¿He dicho ya que el programa se llama Espejo público? Será que el epíteto público lo desgracia todo. “Comprobamos lo que puede vivir una mujer paseando un día cualquiera por la ciudad, por una vía pública”. Comprobamos, ha dicho. Como si hubiese salido a la calle como reportera de guerra, a exponer sus carnes a la cruda realidad, cuando lo único crudo aquí es su voluntad de engaño. A continuación dice que lo que va a relatar es “lo que presenciamos”. En un solo sintagma, delata la presencia del cámara e incide en su función de mera espectadora, que ella ha traicionado.
Un director de escena le habría aconsejado unos instantes de zozobra, un amargo despertar a la realidad machista española, que le sacase de su acerado proceso mental, un duro choque con la vida tal como se presenta en las calles, indómita, recalcitrante, inasequible al mundo de felicidad y progreso que nos ha traído el nuevo Gobierno. No. Ella se sabe el papel, y en cuanto el espontáneo le dice “Jodé, qué polvo que tienes”, se vuelve como un resorte con una lección de Derecho comparado: “Oye, oye, oye, ¿sabías que en Bélgica te condenan por una acción así? Si piropeas, pagas entre cincuenta, entre mil euros por piropear en la calle”. Derecho comparado, pero poca sintaxis.
Sigue la tensa conversación: “Hombre, para mí es libre expresión. Si eres guapa, te puedo piropear, ¿no?”. A lo que ella replica: “El Grupo Parlamentario Podemos ha pedido al Congreso que se multe piropear en la calle, en una vía pública. ¿Pagarías por ello? ¿Sabías de esta propuesta de una multa por piropear en una vía pública?”. “La verdad es que no lo sabía”, dice él, que se ha visto arrastrado por Claudia a decir su primera mentira por televisión.
Entonces, la acción pasa del planteamiento al desenlace, sin un nudo ni Cristo que lo fundó: “Y ahora que lo sabes, ¿seguirías piropeando por la calle?”. “No, porque además me parece fatuo (…) denigrante” (segunda mentira del espontáneo). Pero ella se recrea en su victoria: “A mí me has piropeado”. “Sí, pero porque eres muy guapa”. Cabe concluir que será fatuo y denigrante piropear a las feas.
Claudia, que ha fracasado en su incursión en el teatro clásico, da el salto al absurdo, a un Ionesco apresurado: “Hay miradas que son más vulgares que una simple palabra. Vamos a ver las imágenes de un chico, que lleva gafas de sol. No se puede apreciar la mirada, pero… a mí me cortó el cuerpo”.
Una vez hayan controlado lo que se pueda decir o no en la calle, los piropos no serán lo más relevante
Que los testimonios son falsos y responden a un torpe guión es obvio para cualquier espectador, pero Rolograma ha hecho periodismo, y ha entrevistado a alguno de los transeúntes asaltados por Claudia García y su compañero o compañera cámara, que cuenta cómo se urdió todo. Uno de los entrevistados dice “mi amigo y yo no somos machistas, somos gays”, adversativo que renuncio a analizar. Lo gracioso de todo ello es que es la propia periodista quien habrá ideado los piropos, y que al final toda la pieza era un ejercicio de narcisismo plañidero.
Claudia García, corramos a decirlo, no es el problema. Quizá no haya sido su mejor momento profesional, pero no por ello hay que descalificarla. Miremos con más amplitud la gestación de esta pieza. El 11 de julio, tal como recogía García en su invectiva contra el primer transeúnte, el Grupo Parlamentario de Podemos propone crear un delito leve de intimidación sexual en la calle, que penaría los piropos. Es una propuesta totalitaria, que quiere controlar la expresión a pie de calle, de la que los piropos son sólo el principio. Una vez hayan controlado lo que se pueda decir o no en la calle, los piropos no serán lo más relevante.
Los medios identifican su ideología con la realidad, y desprecian lo que acaece, si no se ajusta a ella
La expresión de la voluntad totalitaria de controlar las conversaciones privadas es algo que asumimos como normal, al menos en Podemos. Pero tienen un problema. Han comenzado por los piropos porque encaja con el discurso que quieren imponer de que los hombres somos agresores en potencia, y las mujeres, víctimas. Pero ahora no se piropea como hace cuatro, ocho décadas. Es una realidad en remisión, como la del respeto por la verdad. Y aunque Claudia puede esperar que la piropeen por la calle, habría tenido que recorrer el Camino de Santiago por Madrid para poder hacer un reportaje así.
Un buen reportaje habría comenzado y terminado con la periodista, ahora sí, diciendo que no ha recibido un sólo piropo en toda la mañana. Pero ahora damos con el elemento clave. El medio de comunicación tiene que apoyar el discurso dominante, y si tiene que contar una mentira para hacerlo, se cuenta. Porque esa es la función de Antena 3, y de tantos otros medios de comunicación, tal como ellos mismos la entienden.
La prueba es la reacción de la cadena, recabada por el diario ABC: “Estamos investigando cómo se ha realizado el reportaje. Si ha existido una dramatización, aunque ésta pretenda denunciar una realidad social y por tanto, tenga la mejor intención, tomaremos las medidas que sean necesarias”. Es decir, que ellos tienen claro, a pesar de que la propia periodista de su cadena no ha logrado comprobarlo, que los piropos son cotidianos. Y que ella, en todo caso, habría hecho una “dramatización”, es decir, una recreación de esa realidad.
Cuca Casado lo ha expresado de forma analítica con mayor claridad que yo. Los medios identifican su ideología con la realidad, y desprecian lo que acaece, si no se ajusta a ella. El de Antena 3 es sólo un ejemplo entre muchos otros.
Foto Ricardo Mancía