Días atrás, en una de esas fotos con las que los partidos entienden que están mostrando al mundo lo mejor de sí mismos, aparecía lo más granado de la dirección del PP con su líder a la cabeza y, en el fondo, se podía ver un cartel con el lema que da título a este post: Ganar, sí o sí. No argumentaré, desde luego, que el significado de tal lema sea de difícil interpretación o que proponga algo indeseable, al menos para muchos, pero creo necesario hacer notar que el autor del lema está muy lejos de ser un genio de la publicidad, aunque tal vez debiera decir del arte de llamar la atención, a no ser que haya querido trasladar, como ahora se dice en el politiqués más torpe un extraño mensaje para tipos esquinados.

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Que el PP quiere ganar, se entiende que en las próximas elecciones, no hay quién lo dude, que vaya a hacerlo es otra cosa que algunos estiman tanto muy probable como muy deseable, pero no es algo evidente. Desde este punto de vista, el PP transmite un mensaje que está entre lo obvio y lo probable, depende de a qué se refiera. El sí o sí del lema, sin embargo, aparte de ser una expresión de moda que recuerda a una sonadísima metedura de pata de Sánchez & Co., alude a una inevitabilidad que está lejos de ser evidente, por muy clara que lo vean los cabezas de huevo de Génova.

Los votos más conservadores que han dejado de asistir al PP desde hace ya tiempo tampoco parece que vayan a correr presurosos en auxilio de Génova por mucho que allí piensen que no les vaya a quedar otro remedio, ya se verá

Imaginemos que el mensaje del sí o sí fuera no solo verdadero sino evidente, tan obvio como lo es “Ganar”, la primera parte del eslogan, entonces el mensaje mismo se mostraría por completo inane, algo así como si Coca Cola se anunciase diciendo “Coca Cola es una bebida”, sin decir nada más. El publicista de la bebida iría al paro de manera inmediata, me parece.

¿Por qué razones gasta el PP un espacio publicitario de cierta importancia, una foto en la mayoría de los periódicos, un plano en las televisiones, para decir una cosa tan tonta? Ignoro la respuesta, tal vez haya detrás de todo una campaña muy imaginativa y sorprendente que deje en ridículo a quien, como es mi caso, se asombre de que se adopte un lema tan vacío y tan poco sugestivo. Tal vez mi error esté en pensar que el cartelito no resulte sugestivo, es más, estoy dispuesto a suponer que les resulta muy motivador a los que se pusieron delante y a muchos otros, pero tengo serias dudas de que esa misma emoción consiguiera alguna adhesión entre electores que previamente no estuviesen entregados a la causa.

A veces se acusa a los partidos de electoralismo, de prometer cosas difíciles, incluso imposibles y hasta impensables, que enganchen al público más facilón, pero lo que nunca he visto es que un partido piense que sus ganas de ganar van a ser infundidas en los electores por el mero hecho de proclamarlas sin la menor vacilación. Si las ganas de ganar fuesen motivo para la victoria, estaríamos siempre en una especie de perpetuo empate, pues no creo que haya partido político, por partidillo que sea, que no tenga cantidades inagotables del género, pero los electores no se dejan, en general, guiar por las ganas de victoria de los partidos sino por otras causas bastante distintas, en especial por lo que piensan que les puede beneficiar a ellos la victoria de una marca que no les provoque rechazo.

¿Cuál es la razón de que el PP no enseñe en ocasiones tan propicias como la comentada, algún lema que no sea tan ensimismado como la exhibición de sus ganas? ¿Qué le hace creer a la dirección del PP que su convicción de que van a ganar puede ser un motivo movilizador, algo que, sin duda, les ayude? En mi opinión, el PP tiene un vicio autorreferencial bastante arraigado, suele caer en la tentación de hablar de sí mismo en lugar de hablar de lo que podría interesar a sus electores. Me parece que la razón de esa tendencia tan solipsista está en la íntima convicción de que el PP está destinado a la victoria por el mero hecho de existir, una creencia que, por cierto, casa muy  mal con la experiencia de la historia reciente, y que, a su vez, se funda en la convicción de que el rival es tan malo y tan perjudicial que no resulta necesario mostrar a nadie lo que el PP haría en caso de estar en el gobierno, aunque es cierto, no quiero ser injusto, que sabemos que va a limitar el uso del Falcón presidencial, algo que, parecen pensar, molesta mucho al ciudadano común, además de conocer otros muchos detalles de ese tipo sobre el género de mandato que desarrollaría un gobierno menos mediocre, como lo califica Feijóo, que el de Sánchez.

Esta íntima convicción de que el PP llegará al gobierno por alguna especie de ineluctable necesidad, una creencia que hubiera sido un tanto disculpable en 1996 y en 2011, es bastante inadecuada a la situación electoral que existe ahora mismo en España. El PP parece confiar en que le caerán del cielo unas miríadas de votos de centro izquierda tanto por la desaparición de Ciudadanos, como por el hartazgo de muchos socialistas, digamos, de los buenos, de los que han comprendido la maldad intrínseca del gobierno Sánchez, gente que, a su parecer, es bastante abundante. Yo no apostaría mucho por la eternidad de Ciudadanos pero tampoco estoy tan seguro de su desaparición, porque sus votantes parecen haberse acostumbrado a una extraña política de vaivenes, pero están casi tan convencidos de ser la solución de los problemas de fondo de nuestra hermosa patria como los del PP lo están de su victoria, así que lo mismo persisten en un voto que será muy inútil para los chicos de Génova pero que es probable que deje a los partidarios de Ciudadanos tan encantados de sí mismos como les gusta estar. En cuanto a los socialistas buenos soy casi tan escéptico como ante los fontaneros baratos o los escayolistas puntuales.

Los votos más conservadores que han dejado de asistir al PP desde hace ya tiempo tampoco parece que vayan a correr presurosos en auxilio de Génova por mucho que allí piensen que no les vaya a quedar otro remedio, ya se verá. Lo importante es, me parece, que si las cosas son un poco más complicadas de lo que sería necesario para que el PP ganase de corrido, este partido haría bien en mostrar de la mejor manera posible sus argumentos en lugar de exhibir sus entusiasmos y sus ganas. El otro día le dije algo parecido a un deudo del PP y me contestó que el partido tiene muchas comisiones de estudio en marcha y que ya iríamos sabiendo, pero no acaba de convencerme la idea de que el PP tenga mucho que decir pero se lo está pensando de manera detenida, tal vez para darnos una sorpresa tumbativa. Ojalá sea así y cuando tengan a bien informarnos no de sus convencidas ganas de victoria sino de sus ideas sobre la reforma fiscal, sobre el empleo, sobre la defensa, sobre la universidad, sobre la investigación o sobre la educación y un muy largo etcétera, los ciudadanos dubitativos  nos caigamos todos del caballo de nuestro escepticismo y prorrumpamos en vítores incesantes, porque me temo que, por ejemplo, la revelación de que el PP es partidario de un bilingüismo cordial nos ha dejado un poco fríos. Así es que, de momento al menos, me parece que es aplicable a este PP de Feijóo lo que decía Ernesto Giménez Caballero del gobierno de Burgos, que tenía el espionaje público (como, al parecer, se vio en el caso de Casado) y la propaganda secreta.

Si yo tuviese algo que aconsejar a quienes dirigen el PP les diría, sin duda, que no den nada por hecho, que están ante una oportunidad difícil, que dejen de mirar para dentro, hacia su partido, y empiecen a otear un horizonte que se me antoja casi tan oscuro y tenebroso como se anunciaba el reinado de Witiza al decir de García Pavón. Sea o no verdad este diagnóstico sobre el panorama, es más inteligente pelear minuto a minuto por una victoria difícil que dar por hecho un triunfo casi de trámite. Es mucho lo que está en juego y sin dudar de las ganas de victoria del PP estoy seguro de que muchos electores desearían poder apoyarse en argumentos de más enjundia para inclinar de manera decidida la balanza en tal dirección.

Foto: European People’s Party.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web