A diferencia del siglo XIX, en que la palabra Kulturkampf se asociaba al canciller alemán Otto von Bismarck, las guerras culturales de hoy se desarrollan como batallas muy pequeñas, aparentemente no políticas. Con frecuencia se centran en diferencias de opinión sobre la naturaleza de la vida familiar, la educación de los hijos o los vocablos que deben usarse o evitarse en la comunicación humana.
A veces da la impresión de que las Guerras Culturales Europeas comienzan en la guardería infantil, continúan en la escuela, donde se cuestiona la autoridad de los padres, especialmente en relación a los valores que deben inculcar a los niños y el estilo de vida que deben adoptar los jóvenes. El proyecto de ingeniería social se centra constantemente en los jóvenes y tiene como objetivo alejarlos de los valores y actitudes de sus padres y, especialmente, de los de sus abuelos.
Ya en 1950, el sociólogo norteamericano David Riesman, llamó la atención sobre el proyecto para deslegitimar el papel de los abuelos. En su estudio pionero, The Lonely Crowd: A Study of the changing American character, Riesman señalo que «los abuelos son presentados como símbolos de lo poco que uno puede aprender de los mayores acerca de las cosas que importan«. Los psicólogos y otros expertos afirmaron que los padres mantenían prejuicios anticuados y, por lo tanto, que el padre moderno debía hacer caso omiso de los valores y consejos de sus mayores.
El peligro de los abuelos
El desprecio hacia los abuelos no es casual. Cuestionar el papel moral y la importancia de las abuelas y los abuelos permite a los expertos adoctrinar a los padres, forzarlos a escuchar sus consejos y adoptar sus valores en lugar de abrazar esos prejuicios de viejos supersticiosos. Cuando las madres y los padres dejan de confiar en los criterios de sus propios padres y los sustituyen por los que emanan de expertos, experimentan también un cambio de valores.
Cuestionar el papel moral de los abuelos permite a los expertos adoctrinar a los padres, forzarlos a escuchar sus consejos y adoptar sus valores
Desde los tiempos de Riesman, el deterioro en la imagen y el papel de los abuelos ha permeado la cultura angloamericana de educación y crianza de los hijos. Se advierte a esos padres que todavía confían en los abuelos de los peligros de dejar a su hijo con personas que mantienen opiniones obsoletas, que pueden ser un peligro para el bienestar del niño. En los últimos años, numerosos estudios supuestamente científicos afirman que los abuelos constituyen un riesgo para la salud del niño. ¿Por qué? Porque, al parecer, las abuelas alimentan constantemente a los niños con pasteles y dulces, algo que los acaba convirtiendo en jóvenes obesos.
Dejar de lado a los abuelos es el primer paso para garantizar que los pretendidos expertos, psicólogos y mentores profesionales puedan asumir la autoridad sobre la socialización de los niños. La eliminación de los abuelos, y de otras influencias familiares, permite al experto imponer los valores y guiar la práctica del padre moderno. En algunos casos, los jardines de infancia y las escuelas se encargan de introducir a los niños en un lenguaje y un sistema de valores basados en la cosmovisión del ingeniero social. Por tanto, son ellos, y no los padres, quienes deciden los valores con los que vivirán los hijos.
Suecia, el laboratorio de ingeniería social
Las guarderías infantiles y la educación primaria se utilizan con frecuencia para alterar el comportamiento y los valores de los niños adaptándolos a las últimas pautas de la ingeniería social. Como de costumbre, Suecia es el país pionero y el paradigma de las ambiciones de la ingeniería social. Así, en muchas escuelas infantiles suecas, se alienta a los docentes a evitar referirse al género de los niños. En lugar de nombrar a los pequeños como niños o niñas, se les llama ‘amigos’ o se usa tan solo su nombre. Estas escuelas se organizan para disuadir en los niños el desarrollo de un sentido de pertenencia a un determinado sexo. Se considera que la neutralidad de género es un antídoto ilustrado contra los las actitudes masculinas o femeninas.
En 2012, la campaña dirigida a debilitar el sentido de identidad sexual de los niños suecos se vio reforzada con la introducción de un nuevo pronombre, ‘hen‘, un término intermedio entre han (él) y hon (ella). Esta nueva palabra ha sido ampliamente adoptada en los últimos años por toda la sociedad sueca. Los niños son adoctrinados consciente y explícitamente en una visión del mundo en la que niñas, niños, hombres y mujeres poseen una existencia débil y fugaz.
El objetivo de esta pedagogía de la neutralidad de género es desafiar lo que sus defensores llaman «roles y pautas de género tradicionales«. En su lugar, pretenden introducir una nueva pauta no tradicional, en la que niños, niñas, hombres y mujeres se consideren todos a sí mismos como «hen«.
El ataque a las ideas y formas de interacción tradicionales entre niños y niñas ha cobrado ímpetu en todo Occidente en los últimos años. La politización de las trans-culturas sirve como mecanismo para alejar a los niños de la identidad de sexo en la que nacieron. En Escocia, el Gobierno notificó los maestros que debían permitir a los niños cambiar de género sin informar a los padres.
Las directrices respaldadas por el gobierno escocés contemplan que, en la escuela, los niños incluso con tres años «deben ser apoyados para poder explorar y expresar su identidad«. Las directrices determinan que es el profesor, no el padre, quien debe ostentar la autoridad para establecer las condiciones que permitan a los niños su transición al otro sexo. Desde esta perspectiva, se considera a los padres como un problema, como unos sujetos que podrían evitar la transición de su hijo. Por tanto, para garantizar el bienestar del niño que cambia de un sexo a otro, es necesario mantener apartados a los padres.
En Escocia, si los padres objetan a que su hijo pequeño decida cambiar de sexo, los profesores deben denunciarlo a las autoridades locales
El gobierno escocés también ha dejado claro que si los padres objetan y se oponen a que su hijo decida cambiar de sexo, los profesores y el personal escolar deben denunciarlo a las autoridades locales. Esto significa que si usted no está conforme al 100% de que su hijo, Juanito, de cuatro años haya decidido, con la ayuda de la escuela, convertirse en María, una niña de 4 años, será denunciado a las autoridades. Bienvenido a un mundo donde el Gran Hermano de George Orwell ha tomado el control de uno de los aspectos más fundamentales del desarrollo del niño.
Una guerra contra el derecho de los padres
La guerra cultural sobre la naturaleza y el significado de la familia cuestiona directamente el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus valores. En pleno siglo XXI, el derecho de los padres a educar a sus hijos de acorde a su perspectiva moral suele ser tildado por los expertos entrometidos como una forma de adoctrinamiento. Afirman que, dado que los niños no otorgan su consentimiento para ser bautizados o criados como católicos o judíos, sus padres están violando su autonomía.
Ciertos activistas anti-fe han llegado incluso a condenar como abusadores de menores a aquellos padres que educan a sus hijos en la religión familiar. El defensor más entusiasta del ateísmo, Richard Dawkins, ha señalado que, «por muy indignante que sea el abuso físico de los niños por parte de sacerdotes, sospecho que esto les inflige un daño menos duradero que el abuso mental de haber sido criados como católicos desde el principio«.
Dawkins, como muchos de los que piensan como él, considera que los padres no deben obligar a sus hijos a adoptar las prácticas religiosas de la familia. Piensa que deben esperar hasta que el niño sea lo suficientemente maduro, de 16 a 18 años, para decidir si quieren abrazar o no la religión de sus padres.
Las familias judías y musulmanas reciben frecuentemente instrucciones condescendientes para abandonar su antigua práctica religiosa de circuncidar a los hijos, con el argumento de que el niño no da su consentimiento. Silja Dögg Gunnarsdóttir, diputada del Parlamento Islandés y miembro del Partido Progresista encabeza una campaña para prohibir la circuncisión de niños judíos y musulmanes. Silja ha declarado «no considero necesario consultar a los grupos judíos y musulmanes sobre este tema«. ¿Por qué? Porque «no lo veo como un asunto religioso«. Y añadió que «todo el mundo tiene derecho a creer en lo que quiera, pero los derechos de los niños están por encima del derecho a creer«.
Profesionales y expertos promueven constantemente los derechos del niño con el fin de socavar la autoridad de los padres
Profesionales y expertos promueven constantemente los derechos del niño con el fin de socavar la autoridad de los padres. Dado que los niños no pueden ejercer sus derechos, los expertos intervienen para representarlos. Y definen el derecho fundamental del niño como aquel que prevalece sobre los derechos de los padres. Esto viene a significar que, en la práctica, el experto que proclama los derechos del niño es quien posee la autoridad para determinar lo que conviene al joven. La desaparición o, al menos, el debilitamiento de la autoridad parental constituye la meta final del conflicto cultural que comienza en la escuela infantil.
El proyecto de profesionalizar la vida familiar, y transformar los valores en que se basa la crianza de los hijos, tiene como resultado el distanciamiento de unas generaciones de otras, con unas consecuencias perturbadoras para la sociedad. Como explicó la filósofa política Hannah Arendt: «La idea de que uno puede cambiar el mundo educando a los niños en el espíritu del futuro ha sido, desde la antigüedad, uno de los rasgos característicos de las utopías políticas. Y la dificultad para aplicar esta idea siempre ha sido la misma: solo puede tener éxito si los niños se encuentran verdaderamente separados de sus padres, educados en instituciones estatales. O si son adoctrinados en la escuela para que se rebelen contra sus propios padres: esto es lo que sucede en tiranías«.
Afortunadamente no vivimos bajo una tiranía. Pero el proyecto de adoctrinar a los niños menoscaba notablemente la autoridad de los padres, algo que a su vez socava los cimientos sobre los que se construyen las comunidades democráticas. Por eso debemos proteger a las familias del intrusismo ambicioso de aquellos que se consideran expertos en educación y crianza de los niños.
Foto Mindy Olson P
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