“Si en el pasado me enfrenté a vosotros como enemigo, hoy os habéis convertido en amigos y aliados bajo el mismo interés nacional, lealtad, derechos y libertades que yo mismo”. Con estas palabras de reconciliación, Robert Mugabe se dirigía a la nación en su primer discurso: un sermón de buenos augurios que fue desvaneciéndose bajo la sombra de un tirano que condujo a su país hacia una de las mayores catástrofes económicas recientes.

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El ascenso de Mugabe se produce en 1980, pero culmina una turbulenta lucha por el poder que se remonta a 1896, cuando los grupos étnicos Shona y Ndebele se rebelaron contra los británicos que habían ocupado el territorio en busca de oro. Sin embargo, Rodesia del Sur no fue reconocida oficialmente como colonia hasta 1923. Dado que estaba dominada principalmente por europeos, esta población creció significativamente entre 1940 y 1970 y, aunque no superaba el 7% sobre el total, poseían cerca del 50% del territorio. La adquisición de tierras por parte de los europeos junto con su crecimiento demográfico y las imposiciones del dominio británico alimentaron la tensión con el gobierno y la hostilidad entre etnias.

Con un gobierno necesitado de estabilidad, una nueva constitución fue aprobada mediante un referéndum en 1961, concediendo a los africanos una mayor representación parlamentaria. Esta medida, no obstante, no fue bien recibida por algunos miembros del parlamento y culminó con la victoria en las elecciones de un partido supremacista blanco liderado por Ian Smith al año siguiente. Aunque pueda parecer sorprendente que la minoría europea venciera en las elecciones, se debe principalmente al consenso entre líderes africanos, que pidieron expresamente a sus votantes no participar en unas elecciones que consideraban ilegítimas.

Ian Smith declaró unilateralmente la independencia de Rodesia respecto a la dominación británica y su fracaso inauguró una larga guerra civil en la que el gobierno y dos guerrillas africanas se vieron implicadas. Los 15 años de conflicto causaron la muerte de 30.000 zimbabuenses – cortesía, entre otras cosas, de la limpieza étnica de Mugabe contra los Ndebeles – y culminaron con un acuerdo de paz entre el gobierno británico de Margaret Thatcher y las guerrillas.

La historia le recordará como el soberbio tirano que fue, regalando un nuevo fracaso al socialismo y a la política basada en la confrontación

El gobierno de Thatcher, así mismo, ayudó a organizar elecciones libres y justas: sin el sesgo de los comicios previos y con el recuerdo del conflicto muy vivo, la población africana se unió para votar por un líder común, esperando acabar con el dominio europeo. El vencedor de estas elecciones fue Robert Mugabe, perteneciente a los Shona, que representaban el 80% de la población. Su proclamación se produjo de la mano del reconocimiento de Rodesia del Sur como el Estado soberano de Zimbabue.

A pesar de erigirse como la salvaguarda de los africanos, Mugabe no contaba con el apoyo de los agricultores europeos que habían convertido Zimbabue en el mayor exportador de productos agrarios del continente. Su decisión de expropiar los terrenos agrarios para compensar los desequilibrios de la etapa colonial supuso la destrucción del sector económico más importante del país. Las tierras no resultaron fructíferas en manos de sus aliados políticos y, aún peor que la terrible caída en ingresos, fue la idea de compensarla con una política monetaria expansiva. Tanto la debacle económica como la violencia empleada por el gobierno provocaron la huida de más de tres millones de personas.

No obstante, su eterno resentimiento jamás aceptó lecciones económicas de otros países -ni si quiera de su próspero vecino Botsuana– sino que se agarró a una tóxica ayuda al desarrollo y convirtió el dólar zimbabuense en papel higiénico con su política inflacionaria. La hiperinflación de Zimbabue durante este período figura ya en los libros de historia, con precios que se duplicaban cada 24 horas y que derivaron en la sustitución del dólar zimbabuense por otras divisas. Un billete de cien trillones de dólares emitido por Mugabe no podía ni si quiera pagar un viaje en autobús. 

Solamente su ambición de poder podría equipararse en tamaño a tal catástrofe económica. Su carrera política, lejos de lo que prometía la imagen de redentor del pueblo africano, está plagada de represión y sangre. Su mano autoritaria perdió finalmente el pulso contra el golpe de estado de 2017, engendrado en su círculo más cercano, que propició el ascenso de Emmerson Mnangagwa.

Aunque quienes soñaban con libertad y prosperidad habrán tratado de olvidar ya la pesadilla económica y social en la que Mugabe introdujo al país durante sus 37 años en el poder, la historia le recordará como el soberbio tirano que fue, regalando un nuevo fracaso al socialismo y a la política basada en la confrontación.

Foto: Marina de los EE. UU. / Jesse B. Awalt


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