El 4 de julio es un día para recordar estas enfáticas palabras de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos: “… que todos los hombres son creados iguales”. Llama la atención que una declaración política haga una afirmación como esa, ¡y más aún que diga que es evidente!
Porque la evidencia, y no hay más que ver a dos o más especímenes de nuestra especie, es que somos todos diferentes. Si además de verlos, pasamos un tiempo con ellos, el que sea, las evidencias de que dos a dos somos distintos se multiplican.
Pero lo que dice la Declaración de Independencia no es que seamos iguales, sino que hemos sido creados así. Y, puesto que no lo somos uno a uno, es claro que lo que quiere decir el texto es otra cosa: que la igualdad entre los hombres lo es a los ojos del Creador. Si somos iguales a Sus ojos, aunque no lo seamos a los nuestros, es porque tenemos el mismo valor. O, por decirlo de otro modo, somos iguales en dignidad.
La única solución posible es la de tomar el poder, y ejercerlo, con saña si es necesario, y lo será, desde una concepción igualitaria
Esta es una idea moral revolucionaria, que tiene raíz cristiana. No judía, que ellos son el pueblo elegido, sino cristiana. Jesús acabó con la distinción entre judíos y gentiles, e hizo que todos, incluyendo los no creyentes, sean (seamos) hijos de la misma Persona. Esta idea, que tiene un origen religioso, también se ha secularizado. Y es uno de los pilares del liberalismo.
El liberalismo parte de que hay una igualdad radical entre las personas. Y el hecho de que sean diferentes una a una, de que diferentes sean sus trayectorias, sus aspiraciones y sus capacidades, la realidad de que la cultura en que viven unos y otros puede ser muy distinta, o de que dentro de cada cultura la posición que ocupen sea muy diferente, no desmiente esa radical igualdad. Dado que todos somos distintos, todos compartimos la cualidad de ser únicos. Y esa igual singularidad nos otorga dignidad a cada persona. ¿Qué dignidad tiene cada uno de los clones del Ejército del Imperio en Star Wars? Si hubiera razas de individuos iguales, cualquiera de ellos sería intercambiable con cualquier otro. Y el valor de cada uno sería marginal.
Esta idea liberal de igual dignidad tiene una plasmación en la filosofía del derecho: La ley debe tratar a las personas por igual. La ley, de hecho, debe ser ciega ante las circunstancias personales.
El progresismo también habla de igualdad, pero tiene una posición distinta. La raíz del pensamiento progresista es la idea de que el hombre es perfectible; moldeable. Si las personas son fruto del entorno, y éste se impone sobre ellas como el cincel sobre un trozo de madera, entonces también hay una igualdad radical.
Es la igualdad entre un conjunto vacío y otro, también vacío. Porque cada individuo llega al mundo sin nada que aportar, con una tabla rasa por cerebro. En verdad que no puede haber mayor igualdad.
La realidad desmiente por completo esa igualdad. Ello exige una explicación, y la respuesta más consistente parece ser la del mal de la cultura. Hay ya una cultura que nos hace distintos los unos a los otros, que impone categorías artificiales e injustas, o que fuerza diferencias económicas que no están justificadas.
Somos seres programables, condicionados por el entorno sin que podamos actuar sobre ella. Sólo los que tienen el poder son capaces de operar. Y lo hacen para servir sus propios intereses. Por eso, una de las ideas importantes del progresismo es que hay un conflicto irresoluble dentro de la sociedad, entre quienes lo condicionan todo, crean la cultura, las instituciones, la economía, y se benefician de ellas, y el resto. Una masa impotente de seres aherrojados por el sistema.
La única solución posible es la de tomar el poder, y ejercerlo, con saña si es necesario, y lo será, desde una concepción igualitaria. La igualdad real, siempre futura, sólo puede venir de una ruptura con todo lo existente. Se impondrá un nuevo modelo, una cultura nueva, una economía ideal. Y de todo ello surgirán personas necesariamente nuevas, más acordes con una sociedad justa.
En el ínterin tendrá que mandar una élite empapada de las ideas igualitarias. Se creará una desigualdad radical, entre quienes mandan y quienes obedecen. Pero por un lado siempre ha habido esa diferencia. Y por otro en esta ocasión mandarán los representantes de la mayoría. Mandaremos nosotros, aunque no sea yo quien ejerza el poder. E incluso cuando los nuevos poderosos me manden a mí contra mi voluntad.
Así, para crear una igualdad real, es necesario discriminar a las personas en función de sus circunstancias. La igualdad ante la ley justificaba un sistema injusto. Ahora restituiremos una igualdad real, que nunca se debió violar, poniendo a cada uno en su sitio.
La cuestión, claro, es dónde nos pilla a cada uno esas nuevas funciones sociales; la del dictador y la del que obedece.
Foto: Clay Banks.