El presente conflicto en Ucrania es solo la punta del iceberg. Lo que subyace en el mundo actual es una lucha entre dos bloques: el de quienes defienden un orden mundial liderado por Estados Unidos y secundado por sus vasallos europeos y otras naciones ricas, y el pujante grupo de naciones en vías de desarrollo que aboga por un mundo multipolar, con diversos centros de poder que aspiran a substituir gradualmente el dominio de las naciones occidentales.

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Febrero de 2022, en las semanas antes de la invasión de Ucrania por parte de Rusia: los presidentes de Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping, mantienen un encuentro en el que estrechan lazos de amistad entre sus naciones. De la reunión de ambos mandatorios saldrían proclamaciones que intranquilizarían a líderes al otro lado del planeta. Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, expresaría: “Rusia y China quieren redefinir el orden mundial y hay que oponerse a ello”. ¿Y por qué hay que oponerse a ello? ¿No es natural que las naciones emergentes quieran tener su parte del pastel en el juego geopolítico actualmente dominado por el G7 y amigos? Naturalmente, Borrell soltó las típicas cantinelas, apelando a una defensa de los valores de la democracia, el mundo libre y los derechos humanos, como dando a entender que las naciones dominantes actuales tienen los buenos principios, y los advenedizos son unos bárbaros con una cultura abominable, tal es el nivel de arrogancia etnocentrista de nuestros líderes. Como quiera que sea, la frase de Borrell resume perfectamente la posición de occidente, y las razones para oponerse a las acciones geopolíticas de Rusia o China, incluso antes de que las emprendan. Hay que oponerse porque ponen en riesgo la hegemonía de Estados Unidos y las demás naciones ricas.

La guerra que se avecina, y de la que por ahora no hemos visto más que un aperitivo, tiene fundamentalmente una componente de lucha hegemónica: de viejos ricos venidos a menos contra naciones con cada vez más amplias clases medias que reclaman un nivel de vida como la de las naciones ricas

Lo de la defensa del “mundo libre” suena casi a chiste, visto como está occidente últimamente sometido a la manipulación mediática y la falta de libertad de expresión. Que en otros lugares pueda ser peor no lo dudo, pero desde luego no estamos para dar ejemplo moral a nadie.

La “democracia” es una forma de ventriloquia en la cual la voz del pueblo se induce a través de la manipulación mediática, y que legitima a sus ventrílocuos a través del sufragio. Es una forma de gobierno posible, sí, pero hay vida política más allá de la palabra sagrada, y poco profundo es el análisis de quienes creen que pueden enterrar la discusión sobre otras propuestas de gobierno con una simple descalificación como “autoritarismo”. Hay que esforzarse algo más en analizar las distintas formas de gobierno y su eficacia o el grado de satisfacción de su población con la misma. Realmente, poca diferencia hay entre las democracias y las no-democracias actuales, en todas hay poderes que controlan la sociedad, en todas hay propaganda ideológica de discurso único o con pocas variaciones en los medios de comunicación importantes y sistemas educativos, y en todas hay una comunicación entre el pueblo y los gobernantes de modo que la voluntad de las clases inferiores llega a las altas esferas; que se haga echando una papeleta en una urna cada x años, o a través de comités locales que recogen la problemática de cada sector para transmitirla al siguiente orden de la jerarquía, no son más que formas.

Lo que es humano o no y el derecho internacional no lo definen tampoco unas pocas naciones, sino que hay otros puntos de vista que deben tenerse en cuenta si verdaderamente queremos hacer esos derechos universales. Es además esta “humanidad” de occidente bastante selectiva, se compadece de unos pueblos, aquellos a los que aspira a explotar, y machaca a otros pueblos que se oponen a su dominio. Hay naciones como Afganistán que ahora mismo están padeciendo miserias espantosas, producidas en buena medida por las mortíferas sanciones que occidente impone a la nación de los talibanes: niños desnutridos o muriéndose de hambre por doquier, hospitales en condiciones deplorables. Eso sí, luego salen esas campañas de alguna ONG pidiendo una ayudita para los mismos niños que nuestras políticas occidentales están matando. ¿Humanitarios, defensores de derechos humanos? No estamos para dar lecciones morales a nadie.

La guerra ya lleva unos años en acción, en forma de guerras comerciales, con algunos episodios destacados en los enfrentamientos entre China y Estados Unidos de hace algunos años, por ejemplo con las restricciones a la firma Huawei. El frente desafiante a occidente también se ha constituido y reforzado desde hace unos años, con el BRICS de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica como la coalición económica más destacada, y en crecimiento y tratando de unir a nuevos socios.

El conflicto militar viene encabezado por Rusia, con el presente ataque a Ucrania, iniciado realmente en 2014, donde habían querido meter las narices los intereses occidentales y a lo que Rusia se opuso desde un principio, por considerar que se estaba entrometiendo occidente en su área de influencia. Ucrania es el terreno de batalla, pero los contrincantes son Rusia contra la OTAN y países afines. Los países que prestan ayuda armamentística a Ucrania para combatir a Rusia, o defienden su causa, o aplican sanciones a Rusia, no llegan a 40 países dentro de las alrededor de 200 naciones que componen el mundo: son básicamente Estados Unidos, Reino Unido, la Unión Europea (con alguna reticencia de algún miembro como Hungría), otros países de la OTAN, como Canadá, además de Australia, Japón y poco más. Turquía, a pesar de estar en la OTAN, parece más bien una nación que se ha equivocado de bando, al cuadrar más su perfil con el de las potencias emergentes. Luego hay un centenar de naciones más que han votado a favor de una resolución de la ONU que condena la invasión de Ucrania por parte de Rusia, probablemente motivadas algunas de ellas por presiones diplomáticas de Estados Unidos, pero que nada hacen activamente en el conflicto ni se manifiestan seguidoras de ninguno de los bandos, limitándose a desear la pronta paz en Ucrania y el acuerdo entre las partes. Se abstuvieron o votaron en contra de la resolución el resto de las naciones, entre los que se hallaban los componentes del BRICS excepto Brasil.

Uno se puede plantear, ¿qué tienen en común los países que combaten a Rusia apoyando a Ucrania? Básicamente representan el mundo rico, los países de mayor renta per cápita, con alguna excepción. ¿Y qué tienen en común quienes no transigen con los intereses de la OTAN? Básicamente, son países grandes en vías de desarrollo. ¿No pinta esto como una guerra entre la visión del mundo unipolar y la visión del mundo multipolar?

La guerra que se avecina, y de la que por ahora no hemos visto más que un aperitivo, tiene fundamentalmente una componente de lucha hegemónica: de viejos ricos venidos a menos que insisten en mantener su status, contra naciones con cada vez más amplias clases medias que reclaman un nivel de vida como la de las naciones ricas.

Las raíces del conflicto no son difíciles de entender observando los absurdos de nuestra lógica comercial. Lo vemos por ejemplo cada vez que un técnico en la reparación de un aparato de electrónica de consumo nos dice: “esto se podría arreglar, pero le va a costar más de mano de obra que lo que vale, así que le recomiendo que lo tire y compre uno nuevo (fabricado en China)”. Hemos llenado nuestra sociedad de individuos que se hacen pagar más allá de lo que producen, y ante esta falta de productividad, hemos puesto la solución económica en manos de China y otros países asiáticos (actualmente se está desplazando la industria a lugares como Vietnam u otros); mientras que los déficits energéticos europeos se han arreglado comprando energía barata a Oriente Medio o Rusia principalmente. No veo mal que se trabaje menos en Europa, pero la falta de productividad debería ir acompañada de una reducción del consumo, lo cual no es el caso.

Pero China tenía un plan a largo plazo, cosa que nuestros gobernantes democráticos no han entendido porque no han querido ver más allá de lo que es el período entre elecciones. El plan era sacrificar una o dos generaciones trabajando a destajo para occidente con el fin de relanzar su economía, y cuando estuvieran suficientemente fuertes, cambiarían las tornas. Pues bien, ese momento está llegando, y ya se empiezan a ver señales de China como diciendo “ya hemos trabajado bastante para el mundo, ahora empiecen a trabajar ustedes para nosotros”. Al mismo tiempo, en Oriente Medio crecen los conflictos y la inestabilidad, y… en Rusia ya vemos cómo van las cosas. He aquí la raíz del malestar europeo con los países con ansias de medrar: los países ricos se resisten a soltar sus privilegios, quieren seguir siendo los amos, y obteniendo materias primas y productos manufacturados baratos para el bolsillo de sus habitantes, y seguir expandiendo la OTAN en Europa o el poderío militar de Estados Unidos en el océano Pacífico, despreciando las demandas de seguridad de otros países, e imponiendo sanciones a quien se les antoje sin que nadie pueda hacer lo opuesto. ¿Quién impone sanciones a Estados Unidos, Israel, y otros líderes del atropello a otras naciones? Queremos mantener los privilegios, sí, pero otras naciones no están de acuerdo con nuestros quereres, y, como siempre a lo largo de la historia que ha habido un conflicto de intereses, bastará una pequeña chispa para que surja el conflicto bélico.

La Historia se repite de nuevo:

“Examina la historia de todos los pueblos, y sacarás que toda nación se ha establecido por la austeridad de costumbres. En este estado de fuerza se ha aumentado, de este aumento ha venido la abundancia, de esta abundancia se ha producido el lujo, de este lujo se ha seguido la afeminación, de esta afeminación ha nacido la flaqueza, de la flaqueza ha dimanado su ruina” (José de Cadalso, Cartas marruecas [novela, 1789])

Las culturas nacen y decaen, y no tiene nada que ver esta proclama con mensajes comunistas, o putinistas, o de talibanes, o de chinos tal y como pretende dar a entender un reciente artículo de Luis Gómez publicado en Disidentia. No es una observación nueva. La notable obra La decadencia de occidente de Oswald Spengler, publicada hace un siglo, y muchas obras anteriores o posteriores ponen de relieve el hecho de una civilización agotada. ¿Que es una predicción agorera muchas veces exhortada y nunca cumplida? Lean a Spengler, o lean algo sobre la caída del Imperio Romano, que quizá pueda hacer reflexionar el hecho de que estos ocasos de la civilización se desarrollan en largos periodos de tiempo, que pueden extenderse siglos. Antes de la estocada final que marque el fin de un imperio con las invasiones bárbaras, éste avanza sin pausa y sin prisa hacia su hundimiento. Análisis hay de sobra en la actualidad para pensar que estamos viviendo esa lenta e inexorable decadencia de occidente, y de poco sirven los argumentos economicistas hablando de la actual fortaleza coyuntural en términos de PIB de los países ricos, pues carentes de fuerzas productivas en comparación con los países emergentes, y de materias primas en algunos casos, están abocados al endeudamiento que a la larga se traducirá en recesión y una mayor pobreza. El desarrollo tecnológico ya no es tampoco exclusivo de los países occidentales, ya no podemos seguir viviendo en la ilusión de que otras naciones ponen la mano de obra bruta y nosotros ponemos el trabajo fino. Claro que occidente hará todo lo posible por frenar su debacle, lo está haciendo ahora de hecho, pretende seguir viviendo de ilusiones, pero se le acaba el tiempo.

Ya no engaña a nadie, salvo a sus propios habitantes, la retórica occidental de los derechos humanos. Ni en África se creen ya los sermones buenistas europeo-norteamericanos. Ahora es el tiempo de la historia, de las naciones fuertes, de luchar por los recursos (que Europa no posee), de abrirse paso, pero ¿dónde están las nuevas generaciones en Europa preparadas para afrontar las duras realidades? Pobres hijos de papá, pobres niños ricos viviendo en Jauja,… los van a barrer de la historia como el vendaval de otoño se lleva las hojas secas.

Foto: Digi shot.


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Martín López Corredoira
Martín López Corredoira (Lugo, 1970). Soy Dr. en Cc. Físicas (1997, Univ. La Laguna) y Dr. en Filosofía (2003, Univ. Sevilla) y actualmente investigador titular en el Instituto de Astrofísica de Canarias. En filosofía me intereso más bien por los pensadores clásicos, faros de la humanidad en una época oscura. Como científico profesional, me obstino en analizar las cuestiones con rigor metodológico y observar con objetividad. En mis reflexiones sociológicas, me considero un librepensador, sin adscripción alguna a ideología política de ningún color, intentando buscar la verdad sin restricciones, aunque ofenda.