¡Muera la inteligencia! ¡Viva el feminismo!, es lo que parece decir una iniciativa llamada “No sin mujeres” que pretende aumentar la visibilidad de este género obligando a los organizadores de conferencias y encuentros científicos a que haya paridad. Nunca me he fijado en el sexo del conferenciante, escritor, director de investigación o departamento, miembro del tribunal, doctorando, del decano o del gestor de turno. El motivo es que me da igual. No es un micromachismo, como enseguida dirán los inquisidores del género, sino que aplico la razón a mis relaciones profesionales.
Considera que el género no es un valor añadido a la ciencia ni al conocimiento científico, ni siquiera al trabajo, sino al discurso político y, por supuesto, al negocio que hay detrás. Alentar la presencia de personas en la ciencia, el arte o la vida pública atendiendo principalmente a su género es un canto a la mediocridad. No se procura elegir a esas personas por su excelencia, sino por su sexo. Dirán que se trata de combatir la discriminación de las mujeres, pero en realidad es el desprecio a la inteligencia, al mérito y al esfuerzo del individuo.
Es evidente que esa idea del “No sin mujeres” difícilmente ayuda a éstas y a los hombres a la superación porque su reconocimiento por el mundo científico y la presencia pública dependen de su sexo, no de su inteligencia. Además, cae sobre toda fémina que descolla la sospecha de que lo consiguió por ser mujer. Esto tiene un efecto real y perverso: la tentación de adoptar ese discurso como un código de tribu que favorezca su ascenso. Camille Paglia relata muy bien esta situación en la Universidad y sociedad americanas.
La ciencia no tiene género
Ese movimiento presupone que quien tiene el poder es machista, entendiendo por machista no sacrificar las normas más elementales del mundo científico a un discurso político. La prueba es la existencia de grupos de investigación con financiación pública que solo tienen mujeres en su equipo. ¿Esto es malo o censurable? No de por sí, a no ser que esa homogeneidad sexual haya sido un elemento positivo para su valoración por las instituciones a la hora de recibir el presupuesto. La ciencia no tiene género, pero algunos nos quieren hacer creer que sí.
El movimiento “No sin mujeres” atenta contra la libertad de empresa y la libertad de cátedra
Ese movimiento del “No sin mujeres” sabe que su propósito atenta contra la libertad de empresa y la libertad de cátedra. ¿Qué hacen entonces? Si el Derecho no les respalda se refugian en la legitimidad del visionario: el boicot y el bombardeo en los medios de comunicación.
Dicha exigencia se acoge a la necesidad de la “perspectiva de género”. ¿Qué es eso? El ver las cosas como una mujer, lo que solo es posible si se es mujer. Ahora bien. ¿De verdad creen que los elementos más determinantes en el pensamiento, gustos, sensaciones, sentimientos, reacciones conscientes e inconscientes, cambios, inclinaciones, ideas políticas y religiosas, simpatías, etc, etc, vienen determinadas solo por la biología?
Es más; ¿creen que una persona reúne todas esas características de forma inmutable durante toda su vida, en cualquier lugar del mundo, en toda época? Es como predecir el futuro académico, el profesional o el sentimental según el signo del zodiaco.
El ser humano, como la Historia, es impredecible y único. Limitar las diferencias y la identidad al género es reduccionista, acientífico y mediocre. No es únicamente que hombres y mujeres seamos distintos, es que no pertenecemos a un sujeto colectivo frente a otro, sino que cada uno es una persona diferente. Es el valor de la individualidad que este colectivismo no entiende.
Ciertas feministas, recurren a un argumento típico de los colectivismos: “no lo entiendes porque no eres mujer”
Ante esta tesitura, estas feministas, que no todas, ojo, recurren a un argumento típico de los colectivismos: “no lo entiendes porque no eres mujer”. Es como cuando los nacionalistas catalanes, acorralados por los argumentos, se refugian en que su interlocutor no es catalán y, por tanto, no puede comprenderlo. Subyace cierto supremacismo victimista en ese feminismo que, lejos de ayudar a la igualdad y a la convivencia, crea enfrentamientos.
Todo es culpa del «patriarcado»
Si la realidad no gusta, hay que cambiarla. ¿Cómo? A través de subvenciones que obliguen a los organizadores, y la educación, siempre la educación. “Todo es culpa del patriarcado”, nuevo Satán que sirve para sacar dinero público, ascender en la vida social y profesional, y apartar a quien se considere oportuno. El patriarcado se ha convertido en el gran paradigma interpretativo capaz de explicar el pasado y el presente de la Humanidad, y obligar a un único e inevitable futuro.
Sus defensores centran los argumentos en torno a que no se cumple La Ley de Igualdad promulgada en España de 2007. Efectivamente. Así es en muchas profesiones, en las ciencias sociales, en alumnos matriculados en estudios de grado y en determinadas áreas de la Universidad, donde los porcentajes dejan en franca minoría a los hombres sin que éstos digan nada, ni se vean respaldados por las autoridades para desplazar al número de mujeres suficientes que permita esa paridad. ¿Por qué? Porque es acientífico e inhumano. La igualdad de tabla rasa que pretenden, sin atender al individuo sino a su supuesto sujeto colectivo, es empobrecedora.
Por otro lado, la propia Ley de 2007 recoge en su art. 6.2 que “una disposición, criterio o práctica” puede discriminar por sexo si “pueden justificarse objetivamente en atención a una finalidad legítima”. Sin entrar en el significado de “objetivo” ni de “legítimo”, es evidente que la excelencia en el campo científico estaría recogida en ese apartado. Dentro de su carácter ideológico, la norma no puede soslayar que la exigencia de paridad, para un lado u otro, tiene un límite: la lógica.
El “No sin mujeres” servirá para lo de siempre, ahora más agudizado: la discriminación ideológica en las ciencias y en las letras, y el hacer caja. Nadie habla de aquellas personas que son sacadas de los circuitos académicos financiados públicamente porque han criticado de una manera u otra los dogmas políticos de la situación, y qué decir de los medios. Ese sí es un verdadero problema, el apartamiento de los que no piensan igual, su desprecio porque no contribuyen a la sociedad futura diseñada por los ideólogos. Mientras el feminismo sea tan ramplón, y esté tomado por quienes lo usan como coartada ideológica para el ascenso profesional y el lucro, será un lastre para la verdadera igualdad.
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