Conversamos con Juan Soto Ivars sobre la Corrección Política

Juan Soto Ivars, columnista de El Confidencial acaba de publicar su último libro Crímenes del Futuro. Con gusto responde a las preguntas de Disidentia sobre la Corrección Política, uno de sus temas favoritos.

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Disidentia. ¿Cuál es tu interpretación de la Corrección Política y sus orígenes?

Juan Soto Ivars

Juan Soto Ivars. Más allá de la expresión, que viene de la postura de universitarios occidentales hacia la China de Mao en los sesenta, el núcleo de la corrección política contemporánea está en el matrimonio de conveniencia entre la doctrina marxista y los estudios culturales que amalgama la escuela de Frankfurt. Este híbrido, tras el 68 francés, la descolonización, Vietnam y las luchas negras estadounidenses, desplaza el peso de la lucha de clases hacia las identidades colectivas y, por tanto, mina el poder de transformación económica de la izquierda. No es casualidad que el auge de la corrección política venga tras la caída del muro de Berlín y que conviva sin tensión con el avance de las políticas neoliberales. Para mí, el pensamiento políticamente correcto simboliza la renuncia de la izquierda a inventar un sistema económico más justo.

D. ¿Consideras que se trata de un neopuritanismo, un regreso a la era victoriana con disfraz distinto?

JSI. Ojalá fuera solo eso. Comparte con el pensamiento calvinista la obsesión por el símbolo y su pureza, y en este sentido puede parecer un asunto victoriano, pero como te decía considero que la corrección política es el fruto de la renuncia de la izquierda a pensar en lucha de clases y en modelos económicos alternativos al capitalismo global. Los neopuritanos ¿quiénes son? Miembros de la izquierda adinerada norteamericana que lleva 30 años burlándose del redneck y que ha inventado un cuento para convertirlo en parte de la clase opresora. Así se lo han entregado en bandeja a Donald Trump. Esto me parece algo mucho más grave que las molestias que los meapilas de izquierdas puedan provocarnos a los escritores.

D. ¿Cuáles son las manifestaciones político correctas que juzgas menos soportables?

JSI. Lo que considero más insoportable es el espíritu censor del pensamiento políticamente correcto, la certeza que tienen esos análisis culturales de que la obra artística o literaria es huésped de unos parásitos que enferman a la sociedad. Es la misma plantilla del pensamiento cultural calvinista y soviético. Pero no quiero meter en el mismo saco todos los estudios culturales de izquierdas. Existen estudios culturales de género, por ejemplo, que aportan enfoques interesantes. El problema viene cuando la conclusión de estos estudios se toma como un veredicto, es decir, por un motivo para censurar. Desgraciadamente esto ocurre constantemente.

No me engañan esos justicieros. No están protegiéndose del racismo o el machismo, sino de las clases inferiores

D. ¿Cómo es posible que se haya extendido en las universidades de EEUU el trigger warning, es decir, la advertencia del profesor a sus alumnos de que algún material académico recomendado pudiera herir su sensibilidad? ¿Estamos ante un alumnado extremadamente infantilizado y protegido?

JSI. Tengo entendido que exageramos un poco la expansión de esa clase de fenómenos en las universidades norteamericanas y que caemos en una sinécdoque. Pero creo que la presencia de estos escándalos, más o menos puntuales, sí nos está indicando un cambio en la mentalidad de los delfines de la élite. Así, vemos a los jóvenes de la élite, que apenas van a sufrir la opresión racial o de género, obsesionados en la búsqueda de nuevas pruebas de que son los auténticos oprimidos. Y lo que pasa es que están atrincherándose en su pulcra y segura atalaya, a salvo de las emanaciones del vulgo, que está enfadado con ellos, es racista y vota a Donald Trump. No me engañan esos justicieros. No están protegiéndose del racismo o el machismo, sino de las clases inferiores. Owen Jones, Slavoj Zizek, Jessa Crispin y Jim Goad, es decir, un pijo británico, un filósofo polémico, una feminista radical y un redneck coinciden en este análisis.

Las microagresiones son inventos de una clase dominante que necesita desesperadamente mostrarse como oprimida

D. Con la exagerada alarma de las «microagresiones«, ¿crees que mucha gente está desarrollando una hipersensibilidad, una piel demasiado fina o una incapacidad para solventar por sí misma los estímulos negativos normales en la vida cotidiana?

JSI.  La opresión es algo que no necesita tantas explicaciones. Como te decía, las microagresiones son inventos de una clase dominante que necesita desesperadamente mostrarse como oprimida. Desvían la atención y desperdician la energía de una izquierda totalmente vendida al símbolo. Las grandes opresiones del siglo XXI son las de la globalización capitalista. Esto no quiere decir que no existan opresiones racistas o machistas, pero no creo que el problema de una limpiadora de hotel negra sea el mismo que el de una estudiante pija afroamericana. Con el cuento de las microagresiones, la segunda se sugestiona. Se vende en la esfera pública como una chacha. Se cree hermana de la chacha y recibe unos beneficios sociales que la otra, por una cuestión de clase, nunca va a aprovechar. Así que vemos a la negra rica aprovechándose de la opresión de la negra pobre, y convirtiéndose en su portavoz.

Parte de lo que debería ser mi público por la clase de inquietudes que manifiesto se niega a leerme porque la etiqueta va por delante de mí

D. La constante denuncia de micromachismos o microrracismo, ¿puede conducir a un asfixiante clima de autocensura, o a una amenaza para la libertad de expresión?

JSI.  Esto ya está instalado. Es lo que llamo poscensura, pero no creo que debamos poner el foco en el machismo o el racismo, sino en la guerra cultural. Siempre ha existido el riesgo de que alguien te ataque con etiquetas si se siente ofendido por algo que has escrito, pero la guerra cultural produce miedo a ser expulsados a coces de nuestro ámbito ideológico, a ser considerados enemigos. Eso es lo que empuja a mucha gente a callar ciertos matices. En una solución química de guerra cultural, la etiqueta puede devorarte por completo, porque ataca tu reputación. A mí me ocurre constantemente: parte de lo que debería ser mi público por la clase de inquietudes que manifiesto se niega a leerme porque la etiqueta va por delante de mí.

Un hombre blanco y heterosexual se considera, en este giro de las identidades como un opresor haga lo que haga, sienta lo que sienta y piense como piense

D. ¿Cómo han logrado convencer a la gente de que si eres hombre, abres la puerta y dejas pasar a una mujer puedes estar cometiendo una ofensa?

JSI. Un hombre blanco y heterosexual se considera, en este giro de las identidades, como un opresor haga lo que haga, sienta lo que sienta y piense como piense. Los elementos que definen a esta identidad son tan estúpidos como los que definen a la mujer gitana y homosexual. Se puede ser una santa o una perra. Pero la negación del sentido del individuo más allá de su identidad grupal lleva a un extremo más grave para la izquierda: la negación de la empatía. Al negar la empatía, la izquierda políticamente correcta te dice que no puedes hablar de una opresión que no has vivido, y de un plumazo acaba de convertir en un agente sospechoso no sólo a un profesor que cierra la puerta del despacho, sino a Karl Marx.

D. ¿Crees que se han multiplicado los grupos víctima al calor de la expansión de esta ideología?

JSI. Hay un ensayo fundamental, de Daniele Giglioli, que se llama Crítica de la víctima. Está editado en Herder. Lo que explica Giglioli es perfectamente aplicable a todas las batallas culturales contemporáneas. El catalán se siente víctima del español y presenta batalla desde su herida, la mujer desde el hombre, el negro desde el blanco, pero luego llega el español, el hombre y el blanco y se presentan igual. Por ejemplo, yo puedo mostrarme al mundo como una víctima de la corrección política, de las políticas de género o de lo que sea. Puedo usar la misma medicina, y es una tentación que veo expandirse cada vez más entre los que no sufrimos ninguna opresión. Hay que combatir el exceso de victimismo en estos grupos, pero sobre todo dentro de nosotros mismos.

D. Escribiste un libro sobre los linchamientos en las redes, Arden las redes: La poscensura y el nuevo mundo virtual, ¿se producen éstos mayoritariamente cuando alguien vulnera un tabú políticamente correcto?

JSI. No. Eso es lo que dicen los linchadores, sean de izquierdas o de derechas, pero la vulneración del tabú es algo anecdótico si miramos los linchamientos en su totalidad. Muchas veces no es más que un malentendido, un chiste en el que la intención del emisor se da por consabida y se le niega la posibilidad de desdecirse o explicarse. La poscensura requiere tres elementos: el primero es la expansión de las redes sociales, el segundo la crisis de la prensa y el tercero un maridaje entre corrección política y guerra cultural. De esta forma, uno puede no haber vulnerado un tabú, pero las redes asegurarán que lo ha hecho, la prensa difundirá el mensaje y el individuo quedará automáticamente desacreditado ante los defensores de “lo justo” en la guerra cultural.

En los ámbitos donde el machismo es más exacerbado, a esas feministas ni se las ve, ni se las espera. Muchas feministas de origen musulmán son sistemáticamente ignoradas o hasta proscritas

D. En algunos círculos se está proponiendo que el consentimiento sexual se haga por escrito para evitar posteriores conflictos ¿no crees que estamos llegando a una extremada paranoia?

JSI. Creo que estamos llegando a una situación ridícula e insostenible, pero que sólo va a afectar a la gente de clase media y de clases acomodadas. Mientras los pijitos y las pijitas hablan de que deberíamos firmar ante notario para que el sexo sea consentido, no hay más que meterse en una discoteca latina o en una rave de cualquier barrio obrero para constatar que existen dos mundos ajenos. La mayor parte de las broncas de las feministas 3.0 se las llevan señores que comparten el 80% de la sensibilidad hacia la emancipación de la mujer, como Javier Marías. En los ámbitos donde el machismo es más exacerbado, a esas feministas ni se las ve, ni se las espera. Mira, por ejemplo, cómo muchas feministas de origen musulmán son sistemáticamente ignoradas o hasta proscritas. Mira, por ejemplo, el camino hacia la derecha que ha tenido que hacer Hirsi Ali.

D. ¿Consideras que la corrección política es ese común denominador que ha logrado un difícil consenso entre izquierda y derecha?

JSI. Está claro que a la derecha no le cuesta nada aceptar el código de lenguaje de la corrección política progre, pero considero que la derecha lleva muchos años promocionando otra corrección política de la que se habla muy poco. La corrección política de izquierdas pretende impregnar a la sociedad desde la élite cultural hacia abajo, y por tanto es una quimera que provoca violencia. En cambio, fíjate en el éxito que ha tenido la corrección política de la derecha, que va de abajo hacia arriba. Los pobres prefieren que los llamen clase media, las porteras prefieren que las llamen empleadas de finca urbana, los minusválidos prefieren ser llamados diversos funcionales, etc. La corrección política, con todo lo que tiene de endulzamiento léxico de una realidad jodida, sólo funciona cuando las aspiraciones y el término coinciden. El efecto es el mismo: una cortina de palabras bonitas que, además de tapar un problema social, lo viste de asunto solucionado.

D. ¿Cuál es la mejor estrategia para oponerse a la corrección política?

JSI. La mejor estrategia es evitar el síndrome Boadella, es decir, no arrojarse en los brazos de quien considera que no existe el machismo, el racismo o la pobreza. La tentación, cuando la izquierda te ataca y te iguala a los más insensibles de entre la derecha, es irte con ellos en busca de un frente común. Esta ha sido una de las consecuencias más tangibles del furor de la corrección política de la izquierda, lo hemos visto con Donald Trump y con Marine Le Pen, así que la mejor forma de oponerse a la corrección política va a pasar, necesariamente, por recuperar una izquierda libertaria y combatir desde ahí a la izquierda totalitaria que hoy día tiene la hegemonía.


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