Lamentablemente, durante demasiadas semanas desde la política se ha tendido a normalizar esta epidemia para evitar otra amenaza: el miedo. Esta normalización patológica ha negado el problema, lo ha invisibilizado para muchos ciudadanos. Y la invisibilidad es la más peligrosa ventaja que se puede ceder a una enfermedad infecciosa. Hay quien cree que el fin justifica los medios y que privar a la población del conocimiento redunda en un mayor bienestar y calma social. Nada más lejos de la realidad. Antes o después, la realidad siempre se acaba imponiendo. Cuando sucede, el ciudadano adormecido, sedado y dócil despierta aterrado de su letargo, desconfiando del Estado y sus paternales cuidados. Entonces, estalla una nueva epidemia altamente contagiosa: el pánico.