El Gobierno de Pedro Sánchez no quiere pasar a la historia como un gobierno que no se ocupa de la educación y así, persuadido de tener un mensaje político muy renovador y atractivo, como lo prueba el filosófico autobombo de la Ponencia marco para el cuadragésimo Congreso Federal del PSOE, que admite varias lecturas, sin excluir la cómica, aunque esta no sea la más adecuada, no se ha privado de endilgarnos dos leyes nuevas una para la educación y otra para las universidades. Es gran paradoja que en esto su renovación sea mínima pues apuesta, como todos los gobiernos anteriores, por hacer una ley para arreglar la educación, supongo que con la intención de no dejar a nadie atrás que es lo que se nos repite a todas horas.

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Mi objeción a estas nuevas leyes no se basa en su contenido, sino en su mera existencia. Para que se entienda bastará con dar un dato que ayer pude conocer de fuente directa: uno de los equipos españoles que trabaja en la obtención de una vacuna para la pandemia del COVID 19 ha recibido del Gobierno la inaudita cantidad de 700.000 euros, lo que viene a demostrar que este Gobierno cree en los milagros todavía más que en las leyes. Para poner la cifra en perspectiva, baste recordar que Trump, al que muchos del Gobierno consideran un descerebrado, entregó, para que empezase su trabajo en las vacunas, 2.000 millones de dólares solo a Moderna, una de las compañías que ha conseguido una vacuna creíble y con cierta rapidez. Por si todavía no captan el escarnio, los 700.000 euros de apoyo a uno de los planes de creación de una vacuna española equivaldrían, más o menos, a mandar un contingente militar a cualquiera de los escenarios de crisis y darle unos cientos de euros para pagarles el metro y comprar algún casco o chaleco salvavidas en el rastro.

Mientras tengamos una ciudadanía tan poco preocupada por lo que los políticos hacen con el dinero que nos sacan del bolsillo, e incapaz de darse cuenta de que estamos cargando a nuestros nietos con una deuda insoportable y muy difícil de justificar, no habrá casi nada que hacer

Si esto es así, ¿cómo es que el Gobierno no lo arregla con una ley? Tal vez les quede algo de vergüenza, y no se atrevan a tanto, pero suponer que ese par de leyes vayan a arreglar nada es tan necio como imaginar que una ley de la ciencia nos llevaría a descubrir la mejor de las vacunas mucho antes que cualquiera de esos laboratorios farmacéuticos tan capitalistas y malvados. A nadie se le puede ocultar que las dotaciones presupuestarias son las que marcan la diferencia entre el interés real de los políticos y la pura demagogia. Hacer leyes sobre la educación son meras ganas de hablar y marear la perdiz, que es ave propensa a entrar al trapo, porque la mayoría de los problemas de nuestros centros escolares y universitarios no derivan de que las leyes actualmente vigentes impidan hacer las cosas bien: sus causas son muy distintas, y este Gobierno, como otros tantos, se ha dejado llevar por la vía fácil, producir más artículos legislativos que no servirán para otra cosa que para aumentar el caos y la confusión, aunque tal vez consigan estropear un poco más algunas de las pocas cosas que funcionan menos mal.

¿Es que el Gobierno no dispone de fondos suficientes para mejorar la educación, la Universidad y la investigación? ¿Cómo es posible que tengamos tan vergonzosas carencias en estos tres pilares de cualquier sociedad avanzada con unos presupuestos públicos de 460 mil millones de euros en 2021, con un déficit preocupante, por encima del 10% en 2020 y cerca del 9% en 2021, y con una deuda pública que el bueno de Sánchez ha llevado a la cota del 125% del PIB, récord absoluto desde 1881 que se lleva cuenta del caso?

Pues porque, como es evidente, ninguno de esos tres sectores está entre los que preocupan a este Gobierno que gasta y gasta porque nadie le pide cuentas claras y porque los ciudadanos se sienten incapaces de entender en qué se van tales millonadas, tal vez tomando ejemplo de los presidentes andaluces del PSOE que han declarado en sede judicial que ellos tampoco lo sabían, y es muy verosímil que, en ciertos aspectos no mintiesen, tal era el barullo del despilfarro público.

La verdad del caso es que tenemos a una opinión pública que no siente ningún interés por aclarar estas cosas, y así va todo. Tenemos, por otra parte, una amplia tolerancia hacia la propaganda, como se ha visto con la operación de abandono de Afganistán. No diré yo que se haya hecho nada mal, entre otras cosas porque confío mucho en nuestros militares, que son de lo mejor que tenemos en el servicio público, pero, a fin de cuentas, ¿que hemos hecho tan bien como para declararnos envidia del mundo? ¿Traer de Afganistán una treintena de aviones con refugiados? No veo, la verdad, motivo para tanta algarabía ministerial ni para declarar que España sea el alma de la UE o la envidia del mundo por nuestra eficacia.

A propósito de esta operación, llama bastante la atención que no se haya preguntado por las dotaciones que hemos debido dejar abandonadas en aquella tierra, y más que un periodista de un gran medio de comunicación nacional haya empleado una amplísima crónica para cuantificar el material abandonado por los militares de los EEUU, con datos copiados del New York Times para ser más fiable, por cierto que sin mencionar para nada que los soldados americanos se ocuparon de desactivar todo ese material hasta hacerlo inservible, cosa que sí aclaraba la fuente del periódico neoyorquino. Con todo, lo más notable es ese esfuerzo aparente en controlar la retirada americana sin hacer, al tiempo, el menor intento de informar sobre lo que nos ha pasado a nosotros en ocasión similar, aunque sea en mínima escala. A este paso vamos a llegar a la situación que era tan corriente en la dictadura de Franco, que los periódicos hablaban mucho de lo que pasaba en el exterior, aprovechando siempre la oportunidad para poner a caldo a Moscú, pero sin que se hiciese el menor esfuerzo para encontrar nada de lo que hablar en el interior de España. Ya decía D’Ors que lo que no es tradición, es plagio.

Mientras tengamos una ciudadanía tan poco preocupada por lo que los políticos hacen con el dinero que nos sacan del bolsillo, e incapaz de darse cuenta de que estamos cargando a nuestros nietos con una deuda insoportable y muy difícil de justificar, no habrá casi nada que hacer. Los partidos de la oposición debieran darse cuenta de cuál es el problema y actuar en consecuencia. ¿Lo harán? Wait and see, y mucha paciencia, no tengo mejor receta.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web