Un mes antes de producirse la sentencia en el caso de “La Manada”, los medios informaban de otra sentencia en un juicio por violación. Una mujer resultaba absuelta de varios delitos de agresión sexual y abuso sexual cometidos supuestamente en su sobrino político, un menor de edad.
En aquel caso, la presunción de inocencia prevaleció puesto que no se pudo demostrar que las relaciones sexuales fueran producto de las amenazas de la mujer que, según la acusación, había advertido al chico de que le acusaría de violación si la denunciaba.
Las pruebas periciales realizadas por expertos psicólogos dieron credibilidad al testimonio del joven, cuyo perfil calificaron como extraordinariamente sumiso, incapaz de cualquier resistencia ante las intimidaciones de su tía. Sin embargo, a falta de otras pruebas, prevaleció el principio de duda razonable. Y la mujer resultó absuelta.
En ambos casos el tribunal creyó a la víctima, pero, como era su obligación, tuvo que ajustarse a derecho a la hora de emitir la sentencia
Salvando las distancias, ambos casos tienen entre sí innegables paralelismos. Los presuntos violadores parecían gozar de una posición de domino sobre las víctimas. Y en ambos hubo que dirimir, no sin esfuerzo, si las víctimas lo eran realmente o si se prestaron voluntariamente a practicar sexo. También en ambos el tribunal creyó a la víctima, pero, como era su obligación, tuvo que ajustarse a derecho a la hora de emitir su sentencia.
Curiosamente, el primer suceso a penas despertó el interés de los medios y, en consecuencia, tampoco el del público; mucho menos el de activistas y políticos. Por el contrario, el caso de “La Manada” ha alcanzado una repercusión mediática extraordinaria.
¿Por qué se produce esta asimetría en la difusión de ambos sucesos? ¿Resulta más normal el primer caso y, por lo tanto, menos llamativo de cara al público? Debería ser justo lo contrario. Que una mujer sea la presunta violadora y que el abusado sea un varón no es algo demasiado habitual. Entonces, ¿a qué se debe que tuvieran repercusiones tan distintas?
Las emociones
En la repercusión de un suceso, además de la disposición de los medios, interviene un factor determinante: la empatía. Una mujer frágil y joven sometida por cinco hombres corpulentos provoca en nosotros una fuerte sensación de rechazo hacia los delincuentes y, de manera simultánea, de conmiseración con la víctima.
Por el contrario, en el otro caso, donde los roles se invierten, es decir, la mujer es el victimario y el varón la víctima, el prejuico actúa como un freno: “¿Una mujer joven y atractiva violando a un quinceañero con las hormonas revueltas?… Sexo consentido”
La imagen de una mujer sometida por cinco indeseables es insuperable y fácilmente manipulable en comparación con la inverosímil estampa de una mujer sometiendo a un varón a sus apetitos sexuales contra su voluntad. Al fin y al cabo, ser mujer hoy día se asocia con la pertenencia a un grupo víctima, mientras que ser varón se asocia con un grupo verdugo, con la pulsión innata de la violencia y el abuso.
Así, en el primer caso, la empatía es automática, y resulta extremadamente difícil prescindir de los sentimientos. Para ser ecuánimes, no sólo tendremos que enfrentarnos a una opinión pública enardecida, también deberemos sobreponernos a nuestras propias emociones, a la repugnancia que sentimos hacia los miembros de “La Manada”. Pues, aunque fueran inocentes del delito de violación, nos parecerían igualmente miserables por otras muchas razones. Pero en el segundo esa empatía resulta inexistente, porque no vemos ya a los individuos, sólo a los grupos a los que pertenecen.
La corrección política
Una vez las emociones son manipuladas, muchos verán en el caso de “La Manada” el colofón de una “violencia estructural” que asuela la sociedad española. Una violencia de la que, como ya es norma, se hace responsables a todos los varones, y víctimas a todas las mujeres, independientemente de los actos o padecimientos particulares de cada sujeto. Incluso los propios tribunales, en tanto que patriarcales, también serán culpables. No cabe pues esperar ninguna justicia de ellos.
El Poder convertirá a las mujeres, de grado o por fuerza, en su aliado incondicional, partiendo a la sociedad en dos mitades
Una vez establecido este esquema, estaría justificado forzar la mano de los jueces… y lo más importante: reescribir las leyes. Y en esa rescritura está la clave, porque cuando las leyes se reescriban, ya no salvaguardarán al individuo sino a los grupos. Pero no a todos los grupos, sino solo a los presuntos “grupos débiles”. De esta forma, el Poder convertirá a las mujeres, de grado o por fuerza, en su aliado incondicional, excluyendo al resto y partiendo a la sociedad en dos mitades.
El síndrome
Mediante la división en grupos antagónicos, cuyos valores han sido adjudicados discrecionalmente, las élites se aseguran el control de la sociedad, porque una sociedad dividida y enfrentada desde su base no puede controlar al Poder. Al contrario, cada vez estará más sometida. El «grupo víctima» porque dependerá de la adjudicación de nuevos privilegios. Y el «grupo verdugo» porque quedará a expensas de un Estado que podrá empeorar su situación con nuevas leyes.
Ambos factores, las emociones y la corrección política han convertido algo que no debería haber salido de las páginas de sucesos en una confrontación social total, donde nadie queda al margen y donde no ha habido reparos en comprometer a los propios tribunales de justicia. Ha sido esta combinación endiablada entre emociones manipuladas y prejuicios lo que ha permitido que el caso de “la Manada” se convierta en una palanca de fuerza ante la que es extremadamente complicado ejercer alguna resistencia.
Un simple suceso (por luctuoso que sea, es solo un suceso) se ha transformado en un síndrome, un misil que, lanzado contra la línea de flotación del Estado de derecho, provocará daños devastadores… Pero de eso se trata.
La última línea defensiva de la vieja democracia, el Derecho, está a punto de ser desmantelado. Lo que venga después no augura nada bueno. Ya se sopesa desde el propio Ministerio de Justicia la posibilidad de sancionar el voto particular de los magistrados cuando resulte políticamente incorrecto. Sospechosamente, nada de esto preocupa a políticos, expertos, activistas. Ya lo advertíamos en estas mismas páginas, la Corrección Política es el nuevo gran aliado de los poderosos.
Foto: Capturing the human heart
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