El 17 de Junio de 1934 en la ciudad de Marburgo tenía lugar un hecho capital en la historia de Alemania. Un hecho cuya significación histórica tardaría pocos días en ser evidente con los luctuosos hechos acaecidos en la noche de los cuchillos largos.
El entonces Vice Canciller Franz Von Papen denunciaba el terror que las temidas S.A habían instalado en Alemania en los 17 meses que llevaban los nazis dirigiendo los designios del país. Papen, como otros conservadores, no se habían percatado del peligro que suponía el nazismo hasta que ya era demasiado tarde. Creyeron poder utilizar a los nazis para llevar a cabo una revolución conservadora en Alemania que pudiera poner fin al peligro de bolcheviquización de la República de Weimar.
Una buena parte de las élites económicas globales actúan hoy en día como los conservadores alemanes de los años 30. Insatisfechos con un marco capitalista financiero que presenta obstáculos para la consecución de sus objetivos de control y dominio global
El autor del discurso de Papen era el intelectual conservador Edgar Julius Jung, defensor de una visión imperial y Guillermina de Alemania pero enfrentada tanto a los totalitarismos nazi y comunista. Jung se había percatado de que con los nazis controlando todos y cada uno de los resortes del poder en el país la libertad estaba condenada a extinguirse completamente. Los excesos de los paramilitares de las S.A, cada vez más impacientes porque la revolución social y militar prometida por Hitler no llegaba, habían alarmado enormemente a los sectores burgueses y conservadores del país. Con este discurso Jung quería recabar su apoyo y forzar al ya anciano general, Von Hindenburgh, a cesar al canciller Adolf Hitler para evitar que los nazis se hicieran con los últimos resortes del poder en Alemania.
Uno de los aspectos más interesantes del discurso de Jung radicó en señalar como los alemanes en apenas año y medio habían perdido sus libertades sin apenas darse cuenta de ese hecho y de que éstos empezaran a considerar normales cosas como el asesinato político, las detenciones preventivas, el desmantelamiento del poder judicial independiente o la proscripción de la oposición.
Weimar ha sido estudiado como una suerte de experimento histórico acerca de cómo el totalitarismo puede infiltrarse silenciosamente en el tejido democrático hasta el punto de gangrenarlo. Cuando se estudia lo que ocurrió en Weimar suele adoptarse alguno de los siguientes posicionamientos. Uno considera que el caso alemán no es paradigmático y que de él no pueden extrapolarse conclusiones de alcance general. Weimar habría sido un experimento fallido porque la tradición germánica, heredada del autoritarismo prusiano decimonónico, no era esencialmente democrática. Otro afirman que el caso alemán era excepcional y que su desgraciado sino vino determinado por lo traumático de sus orígenes: la derrota en la gran guerra y el famoso mito de la traición del SPD a la revolución espartaquista.
Otros autores, generalmente de izquierdas, suelen arrimar el ascua a su sardina y hacen justo todo lo contrario: generalizan al máximo la experiencia fallida de Weimar y aluden a ella continuamente para desprestigiar a los liberales y los conservadores. Según está visión siempre que la democracia no está bajo la tutela y la supervisión de la izquierda corre el riesgo de deslizarse bajo la pendiente del fascismo. Un ejemplo del mito de Weimar lo vemos en la utilización que de dicho episodio histórico se hace para descalificar a la nueva derecha anti-globalista en países como Polonia o Hungría. En estos países estaría acometiéndose un proceso equivalente al acaecido en la Alemania de 1933-1934 con una transformación alarmante de una pujante democracia liberal en un régimen, primero iliberal, como paso previo a la constitución de una dictadura totalitaria en toda regla. Esta generalización inductiva se aplica en todos aquellos países en los que surgen partidos vinculados a la nueva derecha antiglobalista a los que se califica peyorativamente de “extrema-derecha” o de epígonos del fascismo. Su anti-globalismo y reivindicación del imperio de la ley se hace equivaler a racismo y autoritarismo. Su defensa de los valores tradicionales frente a la imposición de los mitos culturalistas del posmodernismo se identifica con una actitud ultramontana de carácter reaccionario.
En general son pocos los que se atreven a afirmar que de extraerse una analogía, que en historia siempre son peligrosas, quizás sea más pertinente establecerla con el papel que la nueva izquierda está teniendo en la desestabilización de las democracias liberales. Quizás el papel de Von Papen y los conservadores alemanes sea hoy atribuible al de las grandes multinacionales y organizaciones internacionales quienes para acomodar el mundo a sus intereses están usando al nuevo fascismo rojo representado por la izquierda posmoderna para hacerles el trabajo sucio.
Una buena parte de las élites económicas globales actúan hoy en día como los conservadores alemanes de los años 30. Insatisfechos con un marco capitalista financiero que presenta obstáculos para la consecución de sus objetivos de control y dominio global. Su miedo a que el surgimiento de reacciones antiglobalistas de carácter conservador frustren sus deseos de instaurar una socialdemocracia global les ha llevado a instrumentalizar a la izquierda más violenta, sectaria y radical. Una izquierda sesentayochista a la que estas élites han rehabilitado, normalizado, apoyado, financiado y blanqueado para que les haga el trabajo sucio de demolición del orden antiguo, sobre el que edificar un nuevo sistema acorde a sus intereses.
Los Bill Gates, Mark Zückerberg, Jeff Bezos y demás magnates del globalismo son los Von Papen de principios del siglo XXI. Como aquel político alemán juegan con fuego, pues han contribuido a que la izquierda más radical y más peligrosa sea normalizada y justificada. Que tenga a su disposición a los principales medios de comunicación de masas para difundir su mensaje. Las S.A de hoy no están en FIDESZ, VOX o Ley y Justicia. Las camisas pardas del siglo XXI son los Antifa, Black Lives Matter, el movimiento Okupa o el feminismo culturalista.
Dentro del ámbito de lo que en Estados Unidos se conoce como liberalismo (progresismo europeo) empiezan a emergen las voces que alertan de los peligros vinculados al monstruo que las grandes corporaciones y el establishment progresista ha contribuido a crear.
En estos tiempos en los que las universidades americanas se han convertido en verdaderos gulags dedicados a la implantación del pensamiento único comienzan a emerger voces críticas como la de Mark Lilla, que contemplan horrorizados los desmanes de los totalitarios a los que han permitido hacerse con el control de los campus. La instauración de tribunales de honor, despidos ideológicos, graduaciones segregadas y currículos académicos adaptados según los criterios ideológicos de la extrema izquierda son algunos de los grandes logros de estos nuevos nazis del siglo XXI. La amarga queja de Lilla ante la degradación intelectual de la Universidad de Columbia se asemeja a la terrible descripción que hace Jung en su discurso de Marburgo de lo que estaba pasando en la Alemania de 1933-1934: la instauración de un régimen de pensamiento único y de corte totalitario.
Foto: Hans-Michael Tappen.