No es cuestión de edad. Los refranes son un refugio de sabiduría que condensa en una o dos frases años de experiencia y a mi siempre me resultaron tan simpáticos como útiles. Dicen que si no eres capaz de explicar tu argumento en pocas palabras es que no lo comprendes realmente, que, si no sabes glosar las virtudes de tu producto en una línea, no lo conoces, que lo difícil, sin duda, es hacer sencillo lo complicado y no al revés. También en la expresión y el lenguaje existe un componente económico, nuestras palabras pueden medirse en terminos de productividad. No hay grandeza en la justicia social, ni en ellos, ellas, elles. Cualquier gañán con un portátil es capaz de pergeñar absurdas complicaciones de la vida como Cela hacia tanto en el libro como en la película “La Colmena”
Sin embargo, tiene mucha mayor venta el mundo adjetivado. Como si de una larga ficha de características técnicas se tratara, se ha instalado en el subconsciente colectivo una sarta de adjetivos ecológicos, verdes, inclusivos y perfectos, que glosan la perfección del mundo hacia el que nos debemos dirigir. Quizá caigamos en la tentación de pensar que si estudiamos para el sobresaliente podremos sacar un aprobado o tal vez un notable, así también nos lo venden, pero a la inversa, puesto que si no sacamos un sobresaliente el mundo se autodestruirá sin remedio. Aun así, el argumento se apoya en arenas movedizas. El sobresaliente es posible para una mente media en una asignatura media. El mundo perfecto no solo es imposible, sino indeseable.
Una sociedad como la nuestra, que persigue quimeras tales como vivir en el mundo con consecuencias inocuas para el planeta, necesariamente está abocada al naufragio y a vivir deprimida por no haber alcanzado el ensueño perseguido
Puesto que de nuestro esfuerzo y estudio depende la consecución de al arcadia feliz, de su falta y de su escaso rigor son consecuencia todos los males de la tierra, ora el cambio climático, como lo fue la lluvia ácida o la enésima glaciación, ora las guerras o la última subida del paro. En realidad, los males del mundo pueden clasificarse en tres categorías: los provocados por el devenir natural, como un terremoto o la erupción de un volcán, que pueden tener consecuencias devastadoras, los provocados por los gobiernos y sus asociaciones, con consecuencias aun peores, pues se dilantan en el tiempo y se amontonan como las bolsas de basura en un contenedor llenos y los que puede provocar un individuo por accidente, estupidez o fanatismo.
Los primeros y los últimos son inevitables y cuando la mano del hombre tiene implicación, censurables. Podemos luchar por preveerlos o paliar sus consecuencias, pero todos sabemos que existe un cierto margen de incertidumbre con el que hemos de trabajar, tanto en la previsión de huracanes o temblores del subsuelo como en la dificultad de acertar en el momento exacto en el que algo en el interior del cerebro de un descerebrado hace clic y se convierte en un terrorista. Escapa a nuestro alcance porque el mundo es imperfecto.
Una de las consecuencias más palpables de la persecución de la utopía de un mundo feliz es la frustración. Una sociedad como la nuestra que persigue quimeras tales como vivir en el mundo con consecuencias inocuas para el planeta, necesariamente está abocada al naufragio y a vivir deprimida por no haber alcanzado el ensueño perseguido. No me tomen por un fatalista descreido o por un cínico. Puesto que soy consciente que mi paso por el mundo tiene consecuencias y genero sin duda externalidades que pueden ser negativas, procuro que ese paso sea lo más limpio posible, lo más agradable para mis semejantes que esté en mi mano, siendo como soy plenamente consciente de que es necesario un equilibrio entre mi vida y la de los demás habitantes del planeta.
Todos, en mayor o menos medida, podríamos hacer lo mismo, pero es mucho más cómodo desde la acción del Estado imponer unas conductas, consideradas como positivas, sin mirar las consecuencias que estás pueden derivar. Diríase que todo se propone céteris páribus, pero se pone en uso con la normal interacción, dando lugar al desastre. Pueden pensar acerca de las consecuencias que la Ley Trans tiene para el feminismo radical tradicional para entender mejor lo que digo. Es un ejemplo. La verde Alemania dependiendo del carbón para generar electricidad otro.
Como en una empresa donde el sueldo se fija por objetivos, las metas que como sociedad nos hemos de proponer, han de ser alcanzables si no los trabajadores o, en este caso, los ciudadanos se caen del empeño. La frustración por no alcanzar la remuneración esperada.
Aun así, parece que los Sánchez o los Biden prefieren cabalgar hacia el abismo de un mundo perfecto y, perdónenme que me haya extendido tanto, para decir lo que queria decir, que lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Foto: Elena Mozhvilo.