En los wéstern del cine clásico, los vendedores de crece pelo eran tan familiares como los indios, ganaderos, tramperos, jugadores y pistoleros. Siempre había un banco, salón, oficina del sheriff, y un carromato con el célebre  vocero y vendedor. Con escasos escrúpulos cantaba sus milagrosos productos, para poner de inmediato las ruedas en los polvorientos caminos, donde diligencia y la recaudación desaparecían antes de que descubrieran su engaño.

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Los charlatanes  siempre estuvieron entre nosotros y ahora no son la excepción. Cambian las formas, los escenarios, las técnicas, los contenidos, los públicos, pero ahí permanecen. Con una gran capacidad de adaptación, husmean los deseos a su alrededor y siempre encuentran la fórmula para vender la  dosis  necesaria de felicidad o de esperanza, a cambio de un módico precio. Ellos son los sabios, los gurús, los sanadores de todo tipo de mal, están en todos los sectores, son los grandes voceros de la modernidad.

Cuando la credibilidad informativa está por los suelos y las redes sociales bajo continua sospecha, el estado de incertidumbre invita a un consejo, a una seguridad: alguien que ejerza de Gran Mediador. Los antropólogos describen al chamán como intermediario entre el entorno natural y el espiritual. El marketing de influencia se extiende por todos y cada uno de los sectores que nos envuelven. Editoriales, bancos, empresas, ONGs, partidos políticos, deporte, música, cocina, fichan y diseñan estrategias de mercado y propaganda con la planificación de un ejército de descriptores.

Las nuevas generaciones ya tienen su asignatura de educación emocional y creatividad,  del mejor modo posible, restando horas a las matemáticas y al lenguaje

La publicidad molesta porque interrumpe y es intrusiva, pero estas voces, convertidas cotidianamente en susurros, seducen. Es más fácil escuchar al que nos habla al oído, en la cercanía y desde la confianza. Los eslóganes hoy tienen rostro, olor, proximidad, admiración, se les mira y se les escucha. Aunque son las empresas de moda y belleza quienes lideran el mercado, las órbitas de influencia se pueden observar en todos los ámbitos de la comunicación política, social, económica, educativa. La estrategia es la misma. Un determinado perfil de prescriptor construye una red de relaciones, donde se produce un intercambio de favores.

La compañía tecnológica  de contenidos educativos Blinkleaning lanzó una campaña #realinfluencer, para reivindicar el papel de los maestros (como prescriptores). “Personas como tú y como yo, pero con un poder extraordinario”, rezaba el eslogan de la campaña de turno. Resulta muy sencillo ocultar la realidad, esos cientos de miles de maestros anónimos por todos los rincones del mundo, mientras se coloca el foco en el liderazgo de unos pocos agraciados, ungidos por los dioses y acompañados del ránking que se construye para la ocasión. Se legitima el círculo virtuoso de la oligarquía, que crean y conforman opinión.

Un diseño desde unas élites que facilitan la vida, promueven tendencias, simplifican lo complejo, banalizan la incertidumbre, tejen emociones básicas y baratas para apropiarse de la confianza y la credibilidad de sus seguidores. Al chamán se le atribuye la capacidad de condicionar la realidad, de aderezar la percepción para convertirla en un mantra colectivo. Estos demiurgos  fueron artífices  centrales en las primeras comunidades cazadoras y recolectoras, depositarios de la sabiduría, transmisores del conocimiento. Lo modernos vendedores de crece pelo lo son de la charlatanería.

La nube de crece pelos actuales ha construido una burbuja que impulsa el marketing digital, como observa el informe “Influencer Marketing Benchamarks Report” Este ejército de líderes combinan su naturaleza como oráculos con la función de chamanes posmodernos como creadores de opinión. Se produjo un desplazamiento de los lugares físicos (montes y templos) a los territorios virtuales, en los que las prótesis tecnológicas y sus redes construyen la liturgia de la mediación. Ni es gratis, ni es casual. Como se indica en la reciente publicación de Gedisa, “Sonríe, te están puntuando”, estos descriptores producen un contenido digital dirigido a una audiencia, provocan y facilitan la conversación. Potencian los comentarios en la plataforma y en las redes sociales, mantienen la alerta constante en sus “me gusta”. Estrategias de producción  que definen un plan marcado por la escucha de sus contenidos. Testean permanentemente sus audiencias, planifican su producciones y se aseguran de que lo que publican lo hacen en el momento adecuado, el tiempo justo para el público observado.

“Ponga un entrenador en su vida”. Cualquier cosa que necesiten o que puedan desear se puede “coachear”. El diagnóstico está claro, se trata de un problema de comunicación, con una ligera mejora de tu autoestima, cierta dosis de inteligencia emocional, y unos talleres de risoterapia y charlas positivas,  usted saldrá de la sesión con muy  buen rollo, una blanca sonrisa y muchas ganas de cambiar el mundo.

Corren buenos tiempos para estos gurús, que incluso cobran un pastizal por conferencia, telepredicadores e iluminados convencidos de que la culpa es de la energía negativa. Al coaching le ocurre lo que a la cultura, todo es coaching: las conferencias y videoconferencias, la psicoterapia, los bailes regionales, y si se quieren poner un poco autóctonos, también los regionales. Amplio menú, coaching corporal, con animales, nutricional, sexual, todo a su medida y personalizado. Y si no tienen tiempo, porque están muy ocupados, o se sienten muy cansados, siempre hay una sesión de coaching exprés.

Sorprende cómo se ha extendido la moda de crecimiento personal, y a su vez, crece una extraña alergia a la interiorización, el esfuerzo diario y la resistencia a la frustración. Pero no hay problema, las nuevas generaciones ya tienen su asignatura de educación emocional y creatividad,  del mejor modo posible, restando horas a las matemáticas y al lenguaje. Hace unos días, me comentaba una compañera que tras varios años de bienestar emocional, empoderamiento personal, salida de la zona de confort, y liberada de condicionantes y obligaciones, está harta. No aguanta más este montaje.